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CincoSentidos

El Reino de Sabah

Algunas de estas junglas no han sido holladas jamás por el hombre: ocurre en el Malian Basin, por ejemplo. Selvas de 140 millones de años (las del Amazonas sólo tienen 60). Gigantes de granito, como el Kinabalu, de más de 4.000 metros. Playas translúcidas, vírgenes, orillando islas semidesiertas. Un lugar tranquilo, ordenado y próspero donde es pródiga la sonrisa. Así es el estado de Sabah. Un territorio tan grande como Escocia o Panamá, en el extremo nororiental de la isla de Borneo, donde nunca ha habido sobresaltos telúricos o marinos, y donde es verano todos los días del año.

Atrás quedan las historias salgarianas de piratas, los sultanes de Sulu y de Brunei (sus amos en el siglo XV), los torpes trapicheos de españoles y portugueses, la Compañía inglesa que administró el territorio desde 1881, hasta que en 1963 la colonia se anexionó a Malasia como estado autónomo. Un sedimento de aluvión humano, con apenas dos millones y medio de isleños y más de treinta grupos étnicos aborígenes, que hablan cincuenta lenguas y ochenta dialectos; a los cuales se unió el goteo continuo de inmigrantes de todas las épocas, en busca de una vida más llevadera.

Porque es ésta una tierra prometedora. Tiene petróleo, pesca abundante (con industrias ligeras alimentarias) y recursos agrícolas: aceite de palma, coco, caucho. Y ahora también el maná del turismo. Un flujo selectivo que se alimenta en buena medida de los viajes de incentivos de grandes empresas mundiales. Naturaleza, aventura y lujo, por contradictorio que parezca. Hoteles y resorts de película, en un entorno aparentemente salvaje, donde no faltan ciudades pulcras y a la vez hirvientes, con un toque irrenunciable de exotismo oriental.

Como la capital, Kota Kinabalu, a los pies de la gran montaña. Una población desahogada, de aspecto reluciente (los viejos edificios fueron arrasados en la segunda Guerra Mundial y la ocupación japonesa), con jardines muy cuidados y tentadores centros comerciales. Pero no faltan los pasar malam (mercados nocturnos) donde se puede comprar pescado, o comerlo recién tostado en chiringuitos humeantes junto al puerto, o bien regatear con los artesanos locales, o incluso encontrar a precio de ganga imitaciones de marcas, de casi imposible detección.

Los viajeros amortizan con sus compras sus muchas actividades: remontar manglares y ríos, como el Kinabatangan, destripar junglas en un lujoso tren a vapor, hacer pic-nic y buceo en parques marinos como el Tunku Abdul Rahman (compuesto por cinco islas y a sólo diez minutos en bote de la capital), hacer trekking en el parque nacional del Kinabalu, visitar poblados y tribus del interior (con sus longhauses o casas comunales). O acercarse a los grandes santuarios de vida salvaje: el centro de rehabilitación de orangutanes de Sepilok, o el parque marino de las Islas Tortuga, donde éstas se pueden ver (eso sí, con permiso especial) todas las noches, franqueando la playa

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