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La opinión del experto

Transparencia informativa

Antonio Cancelo anima a los ejecutivos a que ejerzan su responsabilidad corporativa desde la transmisión de datos fiables sobre la marcha de la compañía. Deben dominar el arte de la comunicación

Nuestra sociedad navega en un mar de información procedente de las más diversas fuentes que, a la vez que sitúa al ciudadano ante un potencial reconocimiento prácticamente ilimitado, le hace consciente de la imposibilidad de acceso más que a un escasísimo porcentaje de la información disponible. Esa pugna entre ganancia ante la disponibilidad y pérdida ante la incapacidad es, probablemente, uno de los signos identificadores de la sociedad en que vivimos. Como productoras de información, las empresas son cada vez más conscientes de la ligazón que necesitan mantener con el entorno en el que se inscriben, desbordando las responsabilidades más tradicionales relativas a los accionistas y más recientemente a los trabajadores, proveedores y clientes. La empresa es una célula básica en la configuración de la sociedad y su grado de interacción con el entorno resulta determinante, ya que de él se nutre, trabajadores, infraestructuras, agua, atmósfera, y a su desarrollo contribuye, principalmente mediante la creación de riqueza y la generación de empleo.

La obligación de comunicar, por tanto, desborda el ámbito interno y se traslada hacia la sociedad en general, ya que parece razonable que se desee conocer la evolución de quienes desempeñan un papel tan activo y de tanta trascendencia no sólo en el mantenimiento de la estructura social, sino también en lo que aún resulta más importante, como el desarrollo y la proyección futura de la misma. Quienes dan cauce a ese proceso de comunicación que pone a la empresa en relación con su entorno son los directivos, principalmente los del máximo nivel, entre cuyas tareas de mayor alcance se incluye la de ser el rostro visible de la entidad que dirigen, adquiriendo en esta función responsabilidades que deben cumplir, más allá de la comodidad o incomodidad que a título personal les proporcione tal cometido. Pero que el trabajo resulta mejor, se realiza más eficientemente, cuando uno se siente bien haciendo lo que tiene que hacer, es de puro sentido común y afecta a cualquier tipo de actividad.

Así, es claramente perceptible que profesionales de reconocido prestigio, que cuentan en su haber con importantes proyectos de éxito, se encuentren incómodos cuando tienen que comunicar, se hallan encorsetados por el alcance de los medios o por la atmósfera, en cierto modo artificial, que generan los modernos instrumentos de comunicación social. Personas brillantes en muchos terrenos parecen titubear cuando realmente están hablando de lo que saben, pero cuya transmisión se les hace difícil, hasta el punto de rebajar el nivel de importancia de lo transmitido. Por el contrario, otros directivos se encuentran cómodos, dominan los medios, se expresan bien, gesticulan adecuadamente, su comunicación resulta creíble y hasta son capaces de dotar de trascendencia aquello que ni es tan rico ni tiene la proyección que adquiere envuelto en el ropaje brillante de lo literario.

Todo, o casi todo, se puede aprender, también el arte de la comunicación, pero lo realmente importante es la actitud, en este caso, la predisposición favorable a trasladar a la sociedad información sensible que permita hacerse una idea cabal de la evolución de las empresas. Para las que cotizan en Bolsa existen unos niveles mínimos de información que le son exigibles a fin de salvaguardar los intereses de los accionistas, pero no hay que olvidar que las empresas cotizadas son una minoría, por lo que la dependencia de la actitud de los directivos resulta determinante a la hora de conocer la evolución de los negocios.

La implantación creciente de herramientas como las de responsabilidad social corporativa ayudan sobremanera a la implantación de la transparencia informativa, pero aún son pocas las empresas que la aplican, ya que no podemos olvidar que el tejido empresarial abrumadoramente mayoritario está compuesto de pequeñas y medianas empresas. Seguimos estando, como tejido social, a expensas de la actitud favorable a la información por parte de los directivos. Aunque parezca mentira aún existen directivos que son reacios a transmitir información, que se resisten no sólo a que fuera de sus organizaciones se sepa cómo caminan los proyectos que desarrollan, sino que también hacia el interior cercenan o adecuan los datos para que acaben diciendo lo que a ellos les interesa. He conocido directivos con ese tipo de comportamiento y desde luego no dirigían pequeñas ni medianas empresas. Imbuidos de un temor visceral a que se supiera, fuera de su reducido sanedrín, la realidad de los acontecimientos, montaban incluso en cólera si por vías indirectas, aunque próximas, se filtraba información tan aséptica como la simple evolución de las ventas.

Es difícil entender actuaciones tan determinadas por el pánico a que los demás sepan lo que ocurre, temerosos por un lado de que les puedan copiar lo que va bien y, por otro, de que les reprochen los logros alcanzados si éstos se desvían de los objetivos alcanzados. Los hechos son incontrovertibles y no mudan de naturaleza porque su realidad quede restringida al conocimiento de un grupo reducido, sabiendo además que la permanencia temporal en ese reducto será limitada.

El temor que preside estos comportamientos no viene dado por el conocimiento de la realidad, ya que quienes retienen la información la conocen y sí porque esa información se haga pública. Un directivo verdaderamente responsable debe cumplir con el requisito de transmisión a la sociedad de datos fiables que permitan establecer un juicio sobre la evolución de la empresa, en el bien entendido que desde el entorno se puede ejercer, quizá se deba, una presión adicional que ayude a corregir los yerros o a potenciar los logros.

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