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El 'no' gana en Francia

Una Constitución plagada de desencuentros

No hubo sorpresas de última hora ni vuelco en las urnas. El proyecto de dotar a Europa de una Constitución se topó ayer con el enésimo, y no sabemos si definitivo, obstáculo para su entrada en vigor, tras el rechazo expresado por los franceses a través de las urnas.

La historia de la Constitución europea se ha fraguado en medio de enormes contratiempos políticos, económicos y geoestratégicos, a lo largo de los últimos cuatro años. El texto queda esta vez herido de muerte, a pesar de que ya lo han aprobado nueve países, entre ellos España. La puntilla definitiva puede ponerla otra victoria del 'no' en el referéndum holandés, previsto para el próximo miércoles.

Las dificultades eran previsibles desde que en diciembre de 2001 se impuso la idea de redactar una Carta Magna europea. El planeta se recuperaba entonces de la conmoción de los atentados del 11 de septiembre y Europa entraba en una fase de estancamiento económico todavía por superar.

A pesar de los riesgos, los primeros ministros de los 15 socios de la Unión (entre ellos, el español José María Aznar) iniciaron con una solemne declaración en el Consejo Europeo de Laeken 'el camino hacia una Constitución para los ciudadanos europeos'.

Proyecto visionario

Las creaciones del artista belga Panamarenko que sobrevolaban aquella cumbre a las afueras de Bruselas ilustraban perfectamente el carácter visionario del Estado-nación que entrañaba el proyecto. La mera mención de la palabra constitución resultaba tabú para varios de los firmantes, en especial, el primer ministro británico, Tony Blair. Y Aznar desperdició en febrero de 2002 una ocasión histórica para pronunciarla cuando le cupo el honor de inaugurar, como presidente de turno de la UE, la Convención encargada de redactar el borrador de la carta magna europea. El expresidente francés, Valéry Giscard d'Estaing, al frente de esa Convención, sí aprovechó el momento para hacer a sus 76 años un discurso juvenil y lanzar una invitación a 'soñar Europa'.

La labor del foro comenzó con la pesadilla, rápidamente resuelta, de las remuneraciones y prebendas del propio Giscard. Un político cuyo carácter patricio y verbo grandilocuente no encajaban, según sus críticos, con el objetivo de Laeken de 'aproximar las instituciones europeas al ciudadano'. Giscard impondría un estilo autoritario en la gestión de los trabajos de un grupo muy heterogéneo, integrado por parlamentarios europeos y nacionales, representantes de los Gobiernos (incluidos los de los 10 socios que ingresarían en mayo de 2004) y miembros de la Comisión Europea.

Para algunos, el francés pretendía escribir y enmendar en solitario su propia constitución. Otros opinan que inoculó el pragmatismo necesario para que el texto pudiera ser digerido por los 25 gobiernos involucrados.

Los gobiernos que, como el español, minusvaloraron el alcance de ese primer borrador acabaron acorralados durante el regateo final. La clausura con champán de la Convención, en julio de 2003, dejó la triste imagen de Ana Palacio, ministra de Exteriores, advirtiendo antes del brindis sobre las objeciones españolas al modelo de voto (proporcional a la población de cada Estado) previsto en el texto.

El vuelco electoral en España, 10 meses después, disiparía esa amenaza de veto para permitir la firma en Roma de la Carta Magna el 29 de octubre de 2004. 'Los otros caminos ponen a Europa en la vía muerta', recordó el viernes en Lille el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el cierre de la campaña de los socialistas franceses por el Sí.

Noche amarga

Los líderes europeos recorrieron un tramo de esa vía muerta en la cumbre de Niza en 2000. 'Las dos noches de aquel Consejo marcaron un punto de inflexión entre la UE del optimismo y la del pesimismo', recuerda un funcionario comunitario.

La falta de pericia de un Chirac que ocupaba la presidencia del Consejo, la acrimonia de las discusiones sobre el reparto poder entre 25 y la resistencia gala a aceptar por primera vez en la historia de la UE que Alemania mandase más que ningún otro país depararon un Tratado fallido, hoy en vigor.

La respuesta fue el proyecto constitucional. Pero la senda pronto se torcería por la decisión de EE UU de invadir Irak con la falsa excusa del armamento en manos de Sadam Hussein. Francia, el país occidental con mayores intereses en Irak, se opuso a la administración de George W. Bush. Berlín secundó a su socio y aprovechó para desmarcarse de la política exterior de EE UU.

Pero Europea se dividió. La España de Aznar, para gran sorpresa de Berlín y París, se alineó con las tesis atlantistas de Londres y Roma y la mayoría de las capitales del Este. La herida se prolongó hasta diciembre de 2003, cuando un inoperante Berlusconi sólo aprovechó su presidencia de la UE para hacer chistes fáciles y machistas. Seis meses después, bajo presidencia irlandesa y sin Aznar, se pactaba la Constitución que ayer rechazaron los franceses.

Aznar puso en jaque a la UE

La pugna de José María Aznar por preservar el poder concedido a España en la cumbre de Niza puso en peligro el proyecto constitucional. Aznar entendía que el nuevo sistema de voto (proporcional a la población de cada país) favorecía a Alemania y Francia en detrimento de España. El apoyo de Aznar a la invasión de Irak envenenó aún más el pulso. El Gobierno socialista aceptó después el cambio y el acuerdo llegó en junio de 2004.

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