El desencanto rampante
A dos días del referéndum en Francia sobre el Tratado constitucional europeo, los franceses se encuentran con que el euroescepticismo avanza en Europa y que hay un incipiente desencanto con los resultados esperados de la construcción europea. No es, pues, de extrañar que hasta hace poco el no fuese preponderante en la mayoría de las encuestas de opinión, pero lo reducido y errático de margen hacen imprevisible en resultado final.
Un examen sociológico de los oponentes a la Constitución indica que forman un grupo de lo más heteróclito. Hay en él varios componentes fundamentalmente diferentes. Los nacionalistas viscerales para quienes la idea misma de Europa es una aberración; los soberanistas que consideran que toda integración es una capitulación, y en el otro extremo de este barroco abanico del no se encuentran los antiliberales, para quienes el mercado es el mal absoluto, la mundialización el infierno y la UE un purgatorio que el Tratado constitucional va a aproximar de las llamas eternas.
Otro punto importante de apoyo del no tiene una lógica política y social. Expresa el malestar y la frustración del mundo del trabajo como consecuencia de la incertidumbre económica y social en los últimos años de escaso crecimiento y elevado y persistente desempleo que ha privado de prosperidad a una parte importante de la sociedad.
No hay que sorprenderse si las dos Europas reunidas en la misma familia se miran con recelo
Hay por último una categoría nueva, los antiturcos. Para este grupo la omisión deliberada de las fronteras de Europa en el nuevo Tratado no es neutral y abre la vía a la integración turca, que el Tratado de Niza impedía. Este último atribuía, en efecto, nominativamente a los 27 países miembros (los 25 actuales más Rumanía y Bulgaria) los escaños en el Parlamento europeo y los votos en el Consejo. Turquía no aparecía en esta lista. Por el contrario, al inscribir la Constitución solamente el peso demográfico como principio de representatividad, se deja la puerta abierta para cualquier adhesión futura. Y para complicar más las cosas ocurre que fervientes europeístas y partidarios del sí, como Giscard d' Estaing, Nicolas Sarkozy y François Bayrou son furibundos opositores de los otomanos.
Pero no sólo el eurodescontento se manifiesta en el país galo. La encuesta de otoño de 2004 del Eurobarómetro (organismo dependiente de la Comisión Europea) muestra que la indiferencia de la opinión pública por las cuestiones europeas nunca ha sido tan grande. Se comprende, en efecto, el desencanto y la decepción de los países pequeños y medianos y de los recién llegados a la Unión, cuando ven al eje franco-alemán imponer su voluntad a la Comisión en defensa de sus intereses nacionales y no los de la Unión en dos casos recientes que evidencian su falta de solidaridad.
El primero ha sido la reducción del viejo Pacto de Estabilidad a su esqueleto numérico. Todo lo demás es un florilegio de permisividad, pues los modos para eludir sus principios básicos son tantos y tan variados que más bien parecen un incentivo a la política de gasto público que a la disciplina presupuestaria.
Esa reforma va a debilitar Europa. Querer el euro y compartir una moneda común es como compartir la cuenta de un restaurante. Hay que imponer una disciplina para que unos no pidan langosta y caviar a costa de los demás. Y eso es lo que está ocurriendo, pues si en la reunificación alemana (que solo favorece los objetivos políticos de Alemania) se hubiese aplicado el rigor presupuestario que en su día ese país predicaba a los demás, Alemania no estaría hoy en pleno marasmo económico.
Se ha creado así un obstáculo para que el BCE pueda frenar (como prudentemente está haciendo el Banco de Inglaterra) la creciente y preocupante burbuja que se está formando en el mercado inmobiliario de algunos países, España especialmente entre ellos.
Otro motivo para el eurodescontento, particularmente en los países que forman la llamada 'nueva Europa' es el hecho de que una vez más el directorio franco alemán ha impuesto su voluntad. Esta vez ha logrado que el Consejo bloquee la llamada directiva Bolkestein que al liberalizar los servicios, por la fuerza creadora de la competencia, podría crear 600.000 empleos en Europa.
Se da la paradoja de que esta directiva había sido aprobada por unanimidad por la Comisión en enero 2004 como pieza maestra del dispositivo fijado en Lisboa en 2000. Se bloquea además precisamente cuando el Consejo, a la vista de los años luz que separan a Europa de los objetivos establecidos entonces, estudia los medios de reactivar una economía europea aquejada de atonía.
Al abrir las puertas de la Unión a los países del Este se aceptaba, al menos sobre el papel, la convivencia con diferencias abismales de desarrollo y renta, pero cuando se han empezado a ver los posibles efectos de su fuerza competitiva de aplicarse la directiva que liberalizaba los servicios, se ha diabolizado esa competencia, particularmente en Francia, denunciándola como desleal o 'dumping social'.
Así se penalizan los esfuerzos de convergencia económica de los nuevos llegados y se desperdicia una extraordinaria oportunidad de promover y conciliar desarrollo y equidad. No hay, pues, que sorprenderse si las dos Europas reunidas en la misma familia se miran con recelo y aumenta el numero de los ciudadanos euro escépticos al tiempo que el desafecto por esta Europa sin identidad ni visión.