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El debate sobre la deslocalización
Tribuna
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Frenar el éxodo industrial

La deslocalización de empresas en busca de menores costes es inevitable y debe afrontarse cuanto antes para intentar transformar este fenómeno en una oportunidad. Luchar contra la pérdida de competitividad obligará a mejorar la productividad y la calidad de las inversiones

El coste de una hora trabajada en las provincias de la costa de China es de 0,85 euros, mientras que en el interior del país asiático se reduce a 0,45 euros. Este precio se sitúa en 15,37 euros en España. Las empresas ubicadas en Eslovaquia pagan 2,91 euros y en Chequia 4,17 euros. ¿Qué se puede hacer ante esta situación? ¿Existe alguna estrategia posible en el proceso de deslocalizaciones? ¿Algún remedio, aunque sólo sea defensivo? Parece que únicamente hay una dirección acertada: la tecnología, el valor añadido, la investigación, y la flexibilidad. La flexibilidad laboral.

Antes que nada, hay que preguntarse qué significa deslocalizar, ¿es lo mismo que internacionalizar, globalizar? Pues no. La compañía que deslocaliza traslada la producción a un país tercero para seguir abasteciendo el mercado que acaba de abandonar como fabricante. Aunque parezca una definición obvia, se trata de un concepto importante, porque la deslocalización no supone dejar de suministrar a un mercado, ni cerrar una filial con pérdidas. Al contrario, en la mayoría de los casos, las factorías que dejan de producir mantienen una cuota de mercado envidiable y un buen nivel de beneficios, pero pertenecen a sectores en los que la presión de los costes es muy alta, por lo que cualquier ahorro es vital (automoción y su industria auxiliar, electrónica de consumo y algunos sectores de la metalurgia).

Los ejemplos en España son numerosos, y se concentran en los últimos tres años. Empezó con casos como Hewlett-Packard y Lear. Después vinieron Samsung, Levi's, Panasonic, Philips (tres factorías en año y medio), Valeo, Eaton Livia, Magnetti Marelli, Esteban Ikeda, Celéstica...

En una segunda categoría están los cierres de compañías que desaparecen del mercado porque sus clientes también lo hacen, o porque existe sobrecapacidad instalada. La huida de Akzo de La Seda de Barcelona en 1991 fue considerada como una de las primeras deslocalizaciones en España, cuando en realidad se trató de la voluntad del grupo holandés de reducir el tamaño del mercado europeo de fibras. En cualquier caso, esta categoría supone una deslocalización inducida. En este segmento entran también la textil británica Galler y el productor portugués de fibras acrílicas Fisipe, que tenía una factoría en El Prat de Llobregat (Barcelona) y cerró aduciendo que sus clientes se habían trasladado a países asiáticos. En este bloque se incluye especialmente el textil, que se mueve en masa a países de Extremo Oriente.

En tercer lugar están las empresas que cesan su producción o reducen la actividad con expedientes de empleo, para responder a una caída de la demanda o a una reestructuración interna. Y en cuarto y último lugar se sitúan las compañías que pueden trasladar producción al extranjero en un acto de internacionalización, no de deslocalización, porque algunas mantienen el manufacturado del producto acabado en España y trasladan fuera sólo la capacidad que venderán en el extranjero. Aquí, la lista de ejemplos es interminable.

Cabe, entonces, otra pregunta de más calado: ¿quién deslocaliza, la multinacional o la empresa del país? La respuesta es que todas lo hacen. Aunque es evidente que la decisión que más trasciende y la que afecta a más empleados es la de los grupos extranjeros que se marchan abandonando a su suerte a los proveedores.

Más de 40 multinacionales han cerrado o vendido factorías en España desde 2002. Hay quienes aseguran que es algo normal, que siempre ha ocurrido y que España pierde ahora inversiones igual que las atrajo en su momento. Algo que es cierto en parte. Efectivamente, los productores ingleses del textil fueron los primeros en deslocalizar hacia España en el siglo XIX, después se sumaron los químicos alemanes y posteriormente muchas otras industrias. Lo que no se había producido nunca era una reversión del proceso en tan poco tiempo. Los costes laborales españoles contribuyeron a atraer cuantiosas inversiones a partir de 1986, pero la acelerada convergencia con Europa ha recortado esa ventaja competitiva provocando un auténtico vendaval de deslocalizaciones en los últimos años.

Incapaz de seguir compitiendo con bajos salarios, España debe poner en foco en otros factores como la tecnología, la eficiencia administrativa, la fiscalidad y la flexibilidad laboral.

El número de patentes en activo por cada 100.000 habitantes es de 5.800 en Estados Unidos, mientras que en España no superan las 300. Las exportaciones de manufacturas de alta tecnología son del 6,9% en España, cifra que contrasta con el 32% de EE UU y el 40% de Irlanda. Este último país merece mención aparte, porque a pesar de tener costes por trabajador del 17,17 euros por hora (frente a los 15,37 euros de España) ha elevado cuatro puntos en una década la participación de la industria en el PIB. Pero Irlanda cuenta con un impuesto de sociedades del 12,5%, mientras que en España el tipo se sitúa en el 35%. En cuanto a las cotizaciones sociales, en España absorben casi un tercio de la masa salarial mientras que en EE UU suponen menos del 9%.

A ello se suman los problemas burocráticos. El tiempo necesario para obtener los permisos para montar una fábrica en Alemania era de ocho meses hace diez años y hoy se ha reducido a tres meses. En España el proceso ha sido inverso, pasando de medio año a ocho meses.

Contamos, eso sí, con algunas ventajas. Un directivo de una firma estadounidense que ha realizado recientemente una inversión para producir fibras en la petroquímica de Tarragona asegura que la principal razón para elegir este país fue la sólida protección de patentes y marcas. Algo que no puede conseguir en China.

Al final, existe un gran consenso en que la flexibilidad laboral y de sistemas de trabajo es más importante que el nivel tecnológico. El ejemplo más claro es Seat, que ha recuperado el 20% de la producción del modelo Ibiza que Volkswagen trasladó a Bratislava (Eslovaquia) tras firmar un convenio con mayores niveles de flexibilidad y de responsabilidad de los equipos de trabajo de la planta de Martorell (Barcelona). De la misma forma, en Nissan ya plantean un nuevo plan para reducir costes y elevar la flexibilidad con el horizonte de 2010. El objetivo es superar a las factorías asiáticas, produciendo más barato que ellas pese a tener salarios más altos, y reduciendo aún más los costes de transporte hasta Europa y las tasas de comercialización.

Poner el acento en la tecnología es esencial, pero no ofrece plenas garantías porque la innovación de procesos también se compra y se vende. Las administraciones se empeñan en poner ejemplos como el de HP en Sant Cugat (Barcelona), que trasladó a Singapur la fábrica de impresoras pero se reconvirtió en centro de diseño e ingeniería. ¿Hasta cuándo? En China también hay ingenieros.

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José Montilla Aguilera

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