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Columna
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La edad de jubilación

A qué edad nos jubilamos? Casi todo el mundo afirmaría que a los 65 años. Sin embargo eso no es así. Nuestra edad media de jubilación ronda los 63 años, merced a la influencia de las prejubilaciones de diversa naturaleza. ¿Es esto razonable? Pues no, no lo es. En un país donde la incorporación de personas jóvenes al mercado de trabajo irá reduciéndose con rapidez, no tiene ningún sentido que estimulemos la anticipación de la retirada de la vida laboral.

Recapitulemos. Los jóvenes, como consecuencia de la brusca caída de natalidad que experimentamos desde mediados de los setenta, serán cada vez más escasos, en un mercado laboral que seguirá incrementando sus necesidades. Por otra parte, cada vez llegamos en mejores condiciones físicas y psíquicas a los 65 años. Sin embargo, tenemos muy asentada la cultura de prejubilación en nuestro país, tanto por la empresa como por los trabajadores. ¿Existe algún interés social en ella? Categóricamente no.

Sólo en aquellos casos de empresas en grave crisis económica podemos encontrar suficiente justificación para las tan traídas y llevadas prejubilaciones. El apoyo público que prestamos en el pasado -y que se sigue prestando en la actualidad- a las jubilaciones anticipadas carece del menor sentido, si de interés colectivo hablamos. Digámoslo abiertamente: la prejubilaciones, además del derroche de talento y experiencia que suponen, reducen un mercado laboral que cada día será más angosto. Con el respeto debido a las circunstancias individuales de cada persona, la prejubilaciones son objetivamente perjudiciales al interés general.

Tenemos muy asentada la cultura de prejubilación en nuestro país. ¿Existe algún interés social en ella? Categóricamente no

La pasada semana, el secretario de Estado de Seguridad Social anunció la intención del Gobierno de comenzar las negociaciones para conseguir a medio plazo que la edad media de jubilación de los españoles coincida con la edad legal, esto es a los 65 antes señalados. El dato, aunque conocido, debe ser repetido. Dos de cada tres españoles se jubilan antes de esa edad, lo que supone todo un sinsentido según los razonamientos antes reseñados. Las recomendaciones del Pacto de Toledo ya apuntaban hacia esa dirección, aunque todavía hemos avanzado poco en ella. Es más, en uno de los últimos acuerdos sociales en la materia se volvía a estimular, de alguna forma, la jubilación anticipada. Pasos hacia delante y saltos hacia atrás. ¿Para cuándo una política general y razonable en la materia?

El secretario de Estado fiaba para muy largo la efectividad de sus planteamientos. Sin duda alguna, intentando no vulnerar lo que considera derechos adquiridos de los cotizantes actuales. Le animaría a ser más expeditivo en la materia, llevando a la mesa de negociación plazos mucho más estrechos. Tanto empresarios como sindicatos deberán reflexionar sobre la nueva situación de la sociedad española, muy diferente a la tradicional que todos conocimos. El interés general nos dice que la edad media de jubilación real debe ser, al menos, idéntica a la edad legal.

De vez en cuando salta a escena la idea de incrementar también esa edad legal de jubilación. Además de los argumentos ya conocidos, se añade una curiosidad poblacional. Cuando allá por los años cuarenta se fijó la edad de jubilación a los 65, la esperanza de vida europea rondaba los 55. Hoy la esperanza se ha elevado hasta los 80, y sin embargo mantenemos el mismo límite para la edad laboral. ¿Tiene sentido subir los famosos 65 años? Yo diría que no. No es necesario, hoy por hoy, una revisión legal de esa edad. El primer paso sería conseguir que efectivamente nos jubilásemos a los 65 y no antes. El segundo, en estimular a aquellos que de forma voluntaria desean alargar su vida laboral. Pero no deberíamos pasar, por el momento, de ahí.

Hemos argumentado basándonos, exclusivamente, en razonamientos de mercado de trabajo. Normalmente, para estos asuntos se han venido esgrimiendo cuestiones de sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones. Hasta ahora sólo la solvencia de nuestros pagos en pensiones nos preocupaban; las necesidades del sistema público de reparto desaconsejaban la jubilación anticipada. Pero ese argumento ya no cabalgará en solitario: debemos ser conscientes de que la reducción de nuestro mercado de trabajo será una de nuestras mayores limitaciones futuras, aunque todavía muchos no lo crean. Por todo ello, no a las prejubilaciones.

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