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Debate Abierto
Tribuna
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Cruzada contra la 'comida basura'

La industria alimentaria corre el riesgo de acabar en el mismo banquillo de acusados que ocupan desde hace años los fabricantes de tabaco. Estados Unidos, primero, y Europa después, han declarado ahora la guerra a la obesidad. Los costes sanitarios y sociales de ese creciente problema, que muchos expertos relacionan con los cambios en los hábitos alimentarios, han puesto en el punto de mira de las autoridades a empresas consideradas hasta hace poco como inofensivas. McDonald's, Coca-Cola, Unilever o Kellog's pueden verse pronto en la humillante obligación de tener que estigmatizar algunos de sus productos con una advertencia sanitaria como la que arrastran las cajetillas de cigarrillos.

En Bélgica ya se ha comenzado a prohibir la venta de snacks y bebidas azucaradas en los centros escolares y una prohibición similar entrará en vigor en Francia a finales de este año, dando así el mismo tratamiento a esos productos que al tabaco o al alcohol. Además, la Comisión Europea ha advertido a la industria que regulará la publicidad del sector alimentario en los 25 países de la Unión si los fabricantes no hacen gala de una cierta disciplina en sus campañas, sobre todo, en las dirigidas a los menores de edad.

La ofensiva coincide con la decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de calificar la obesidad como una de las principales epidemias que arrasan el planeta.

'Mucha comida basura se etiqueta como saludable', dicen en la organización de consumidores de la UE

En algunos Estados de la UE el coste de la obesidad supone entre el 5% y el 10% del gasto sanitario

Más de 1.000 millones de adultos padecen ya un exceso de peso, según ese organismo de la ONU, y 300 millones de ellos reciben el diagnóstico de obesos. Las tasas de obesidad se han triplicado desde 1980 en Norteamérica, el Renio Unido, Europa del Este, Oriente Medio, Australia y China.

La plaga se extiende ya incluso por países como España, Francia, Italia o Grecia, a pesar de que su tradición gastronómica está muy alejada de la comida basura. La Comisión Europea asegura que en algunos Estados de la Unión Europea el coste de la obesidad supone ya entre el 5% y el 10% del gasto sanitario nacional.

Ante este creciente problema, la opinión pública busca un culpable y apunta cada vez más hacia las cadenas de comida rápida y las multinacionales de refrescos y alimentos. Nadie, ni siquiera el propio sector, parece cuestionar la vinculación entre las nuevas tendencias alimentarias y la obesidad. Pero también todas las partes coinciden en subrayar que no hay alimentos buenos y malos, sino dietas más o menos saludables. Y en que la falta de ejercicio físico y los malos hábitos de vida contribuyen claramente al problema de la obesidad.

A pesar de ello, arrecian las llamadas a favor de una regulación estricta de la publicidad y el etiquetado de los alimentos. El desenlace del debate sobre si el control debe realizarse a través de la autorregulación del sector o mediante la intervención de las autoridades marcará el futuro de toda la industria agroalimentaria.

El riesgo de linchamiento legal de esa industria es evidente, porque la cruzada contra la llamada comida basura se produce a rebufo de la victoria sobre el tabaco. Los jueces estadounidenses, en una decisión que recuerda a los primeros pleitos contra las tabacaleras, han admitido a trámite las primeras demandas de indemnización contra McDonald's. La acusación de los clientes, como entonces, es que la empresa no les advirtió de los presuntos riesgos sanitarios de sus productos. La saga alimentaria se asemeja tanto a la del tabaco que la polémica ya cuenta incluso con su propio largometraje. Si The Insider, de Michael Mann, retrató en 1999 la supuesta perversidad intrínseca de la industria del humo, el director Morgan Spurlock ha conseguido con Super Size Me (2004) que suene casi a delito la tentadora invitación que repiten los dependientes de McDonald's en medio mundo. '¿Unas patatas fritas para acompañar?'.

Pero quizá la señal de alarma más importante para la industria ha llegado desde Bruselas. El nuevo comisario europeo de Sanidad y Protección al consumidor, Markos Kyprianou, llegó al cargo el pasado 22 de noviembre con un compromiso claro: 'Procuraré prestar una especial atención a la protección de la juventud europea frente a los azotes que constituyen el tabaco, el alcohol y la obesidad'. En enero señaló como responsable de la obesidad a la industria agroalimentaria y lanzó un serio ultimátum. Si en el plazo de un año el sector no se compromete a moderar sus técnicas publicitarias y de comercialización, con el objeto, sobre todo, de excluir a la población infantil de sus objetivos, Bruselas actuará. Kyprianou puede proponer la prohibición de la publicidad de ciertos productos en determinados ámbitos o canales, un castigo que ya sufren las tabaqueras.

La amenaza ha sido recibida con alborozo entre las organizaciones de consumidores, que piden desde hace años un etiquetado detallado y claro sobre las propiedades y características de cada producto, así como la prohibición de la publicidad dirigida al público infantil de productos sin valor nutritivo.

El sector se muestra dispuesto a colaborar con la Comisión y, de hecho, participará en la Plataforma que Bruselas pondrá en marcha en marzo para buscar soluciones al problema. Pero duda de que una regulación de la publicidad vaya a frenar la obesidad. 'Si tomamos el ejemplo de Suecia, donde la restricción de ese tipo de anuncios hacia los niños es una realidad, vemos que eso no ha impedido que las tasas de obesidad hayan seguido creciendo en el país', señala Jean Martin, presidente de la Confederación de las Industria Agroalimentaria de la Unión Europea.

A diferencia del tabaco, producto singular y claramente identificable, la intervención de la Comisión Europea en el terreno alimentario puede tener consecuencias imprevisibles y difíciles de controlar. La prohibición de la publicidad dirigida al público infantil podría llegar a hacer inviable el propio modelo comercial de numerosos productos y establecimientos. Más de una cadena de restaurantes de comida rápida prepara toda su imagen, incluido el diseño de los locales, con el objetivo de atraer a los menores de edad.

Más factible parece la exigencia de un etiquetado claro y una publicidad sin guiños engañosos. 'Mucha de la comida basura se etiqueta como saludable', denuncia Caroline Hayat, portavoz de la Oficina Europea de Organizaciones de Consumidores. En un punto de aproximación entre ambos frentes, Martin reconoce que 'la mejor contribución que puede hacer la industria agroalimentaria en cuanto a la información al consumidor es proveer datos claros, consistentes y científicamente probados'.

Los poderes públicos deberían encontrar la manera de proteger al público infantil sin restringir la libertad del consumidor adulto. Pero para que pueda ejercer dicha libertad adecuadamente hay que terminar con la publicidad engañosa y extremar las exigencias en cuanto al etiquetado.

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