El motor de la televisión del futuro
El Gobierno ha encargado a un comité de sabios que apliquen su experiencia y su sentido común al enésimo intento de arreglar uno de los problemas más resistentes de la democracia española: Radio Televisión Española (RTVE). El encargo, genérico en su planteamiento, tiende su mirada hacia el futuro para evitar que los sabios malgasten su ingenio en resolver la liquidación de una deuda de 6.000 millones, que en 2004 se verá agravada con pérdidas de 757 millones a pesar de los planes de choque y de las promesas de enmienda.
En 2003, cada español tuvo que pagar unos 37 euros para mantener en pie el cada vez más complejo entramado de televisiones públicas. Y según denunció la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones (CMT), el crecimiento de las subvenciones a los canales estatales y autonómicos fue del 8% el año pasado, alcanzando los 1.445 millones.
En los sueños de los políticos, que siempre intentan hincar el diente a la endiablada evolución de RTVE cuando inician su mandato, la británica BBC aparece como modelo. Anhelan refundar el ente público con un nuevo estatuto y un consejo independiente, similar al de los dos canales británicos; imitar sus informativos, libres en su línea y potentes en sus medios; reeditar su contenido cultural, imperturbable ante la dictadura de la cuota de pantalla.
Pero mientras los sabios reflexionan, mientras se mantienen las buenas intenciones de un Gobierno recién estrenado que todavía puede culpar a otros de la manipulación burda y la administración despilfarradora, tal vez sea el momento de meditar sobre la dura realidad, sin dejar completamente de lado los sueños.
Es el momento de replantearse la viabilidad y utilidad futura de RTVE, un ente con una capacidad diabólica para generar pérdidas, que cada año exigen coberturas superiores al 25% de su presupuesto a través del aval público de las emisiones de deuda. Una situación que, a la vez, fuerza su participación agresiva en el mercado publicitario (5.571 millones fue su presupuesto en 2002), del que arrebató ese año el 31% del dinero que se repartieron el conjunto de los canales de televisión.
Además, debemos plantearnos la utilidad real de tener dos canales públicos de televisión, TVE 1 y La 2, que a pesar de las tormentas arbitrarias a las que se somete su gestión en cada cambio de Gobierno, han sabido mantener un sólido suelo para su cuota de pantalla, siempre por encima del 30%.
Algunos responsables de la Administración socialista ya han lanzado señales sobre por dónde piensan que deben ir las cosas, pero no parece existir consenso al respecto. El secretario de Estado de Hacienda, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, sugirió la posibilidad de que se privatice uno de los canales de TVE. Se seguiría así el modelo de Francia, que ha saneado y privatizado la primera cadena (TF1), manteniendo France 2 como servicio público, financiada mediante impuestos y con acceso limitado al mercado publicitario. Una idea rechazada de inmediato por Carmen Caffarel, directora general de RTVE. Poco después, sin embargo, el propio vicepresidente Pedro Solbes reflexionó en el Congreso sobre la necesidad de que la sociedad decida si quiere seguir destinando recursos ingentes a la televisión, en detrimento de otros servicios.
En espera de que los sabios emitan su dictamen, hay algunas ideas que sí parecen inviables, como la financiación del ente mediante el cobro de un canon a los ciudadanos (que es como se sostienen algunos canales públicos europeos, incluida la BBC). Implantar ahora la 'cultura del canon' en España parece complicado y, además, sería muy difícil de articular en la práctica.
La financiación vía presupuestos parece inevitable, pero es necesario definir cómo ponerle coto. Y también decidir si ambos canales seguirán siendo públicos.
En lo que sí parece haber consenso es en la necesidad de despolitizar RTVE, algo para lo que sería bueno establecer un consejo de administración apoyado por una mayoría cualificada del Parlamento y con mandatos de larga duración.
La cuestión de fondo es decidir si sólo es preciso sanear el viejo ente, creando una versión más digna de aquella televisión que reinaba en el salón de nuestros abuelos, o hay que reinventar el modelo. Especialmente cuando el mercado español cuenta ya con siete canales generalistas, más de veinte autonómicos, 1.400 televisiones locales y una amplia oferta de pago a través de satélite, cable y el par de cobre de Telefónica.
Sería bueno aprovechar el impulso regenerador que está abriendo el acutal debate para reforzar su papel dinamizador en la implantación de la televisión digital terrestre (TDT), que según las previsiones legislativas sustituirá por completo a la actual tecnología analógica en 2011. Un papel que ya ha sabido reclamar la BBC con el lanzamiento de 19 canales temáticos en la nueva tecnología digital.
Sin dejar de ser el referente informativo, la BBC lidera la creación de una nueva generación de contenidos audiovisuales interactivos, capitaneando un ambicioso proyecto que dinamiza la inversión multimillonaria que supone sustituir el parque analógico de televisores.
En España se estima que cambiar los 22 millones de receptores existentes movilizará una inversión mínima de 6.600 millones en siete años. Y éste es un tren que no deberíamos perder, teniendo en cuenta el déficit tecnológico del que adolece este país.
El Foro Económico Mundial hizo descender a España desde el puesto 25 al 29 de su 'ranking mundial de uso de tecnologías de la información' de 2003. Y la Fundación Auna situó en julio a España en el puesto 17 entre los 25 miembros de la UE, tras aplicar los criterios sobre desarrollo de la Sociedad de la Información pactados en la cumbre de Lisboa del año 2000. Socios recién incorporados como Estonia, Malta y Eslovenia, resultaron mejor calificados, y entre los aliados tradicionales, por primera Portugal vez salía delante en la fotografía.
Los sabios, pero sobre todo el Gobierno, deben entender que el naufragio de España en esta carrera no es resultado de una incapacidad histórica o estructural. Es el fruto de decisiones administrativas, empresariales y sociales, recientes y erróneas. Entre ellas no ha resultado de menor importancia la paralización, desde el mismo día de su lanzamiento, del despliegue de la televisión digital terrestre.
Los sabios demostrarán que lo son si tras sus reflexiones son capaces de definir el papel activo que RTVE debe tener en el inmediato futuro para convertir a la televisión pública española en motor de la TDT. Lograrán que el más popular de los instrumentos electrónicos, presente en el 99% de los hogares, convierta al ciudadano en protagonista activo de la inminente y necesaria sociedad de la información.