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Columna
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El precio de la tierra

Los precios de la tierra agraria detectados en 2002 por la encuesta anual que lleva a cabo el Ministerio de Agricultura se han hecho públicos recientemente. En una época de turbulencias en el mercado del suelo urbano, o con expectativas de recalificación, tiene especial interés observar la evolución de los precios de la tierra y analizar los factores que están influyendo en su trayectoria. La escasez del recurso, su productividad diferencial y el capital acumulado a través de las inversiones acometidas en el pasado constituyen la clave en la determinación de la 'renta de la tierra' para los economistas clásicos (Ricardo).

Pero otros factores han ido configurando un mercado de compraventa de tierras mucho más complejo. En primer lugar, la consideración de la tierra como un activo con precios estables, e incluso generador de plusvalías a largo plazo. Luego, la demanda no productiva, para ocio, o la tierra como símbolo de poder social y, por último, la Política Agraria Común (PAC): la tierra como generadora de rentas anuales garantizadas, independientemente de su productividad agrícola. Como vemos, un giro de 180 grados. Veámoslo en la realidad actual.

A precios constantes, las únicas tierras agrícolas que han aumentado de precio real en el periodo 1983-2002 y sus tasas anuales acumulativas de crecimiento son: olivar en secano (+4,5%), pastizales en secano (+3%), platanera (+3%), viñedo en secano (+1,4%) y tierras de labor en secano (+0,5%). Las tierras que han disminuido en precios reales son: de labor en regadío (-0,6% anual acumulativo), naranjo y mandarino en regadío (-1%), frutales de hueso en secano (-0,9%) y en regadío (-1,8%), frutales de pepita en secano (-1,5%) y en regadío (-3%), prados naturales en secano (-1,7%) y en regadío (-2,2%).

En los últimos 20 años se han revalorizado más, o han perdido menos valor, los secanos que los regadíos

Independientemente de las rentas anuales que pueda obtener una explotación por su actividad, éstas son las actividades que han tenido una revalorización del patrimonio territorial de los agricultores o ganaderos y las que han provocado una pérdida patrimonial, en los últimos 20 años. Además, estos precios son un indicador de las expectativas empresariales, ya que nos señalan la evolución relativa de los precios que están dispuestos a pagar los agricultores para ampliar el tamaño de su explotación, pensando tanto en las rentas anuales como en las eventuales plusvalías.

Pues bien, los datos anteriores nos dicen que las tierras de labor y de pastos menos productivas son las únicas que han generado plusvalías en los últimos 20 años, además del viñedo y del olivar en secano. La evolución de los precios también nos indica que dentro de cada orientación productiva siempre se han revalorizado más (o han perdido menos valor) los secanos que los regadíos. ¿Sorprendente?

Los precios de la tierra son un indicador económico y sociológico de primer rango para evaluar la política agraria europea, la pasada y la futura. Desde 1992 las ayudas públicas se han dirigido a desacoplar gradualmente el apoyo a la agricultura de la productividad y de la actividad económica real que, inevitablemente, se acompaña con costes variables crecientes. El riesgo climatológico, el riesgo de los mercados y la garantía de rentas anuales procedentes de subvenciones que no van ligadas a la productividad explican en gran medida la estrategia empresarial en actividades habitualmente poco rentables, caso de la producción de cereales, girasol, carne de vacuno y ovino extensivo.

De cara al futuro, las nuevas ayudas ('pagos únicos por explotación') suponen llevar a sus últimas consecuencias las orientaciones introducidas por la reforma de 1992. No puede extrañarnos que aquellas inversiones que representan mayor esfuerzo empresarial y riesgo en los mercados, las tierras de regadío, con producciones sin ayudas públicas (hortofrutícolas), cuya rentabilidad podría verse afectada por entrada masiva de futuras importaciones, sean las que se han retraído en mayor medida, provocando descensos de precios reales con tasas anuales acumulativas nada despreciables.

La principal conclusión de estas reflexiones refuerza la tesis de que la actual orientación de la política agraria europea impulsa a la agricultura a la pérdida de competitividad internacional, al tiempo que pregona la apertura comercial exterior. Se trata, sin duda, de toda una demostración de incompetencia.

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