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Columna
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Las economías maniatadas

Muchos economistas están señalando la falta de capacidad de maniobra de la política económica en cualquiera de las tres principales áreas desarrolladas: Estados Unidos, Europa y Japón. Los motivos son diferentes en cada uno de los casos. Japón porque se enfrenta a una deflación importante (ya que los precios están descendiendo) y la reactivación es muy difícil cuando el tipo de interés no ejerce ninguna influencia de estímulo y no puede descender más aún. En Estados Unidos porque tampoco parece que las últimas relajaciones monetarias estén reflejándose en una mejoría clara de las condiciones económicas. Y en Europa porque la voluntaria aceptación de no usar estímulos fiscales deja todo el peso al BCE, que se enfrenta al imposible de fijar unas condiciones monetarias adecuadas para economías muy diversas.

Tanto en Estados Unidos como en Europa llama la atención que se ha mencionado el fantasma de la deflación para demandar una bajada de los tipos de interés. El riesgo de deflación actualmente parece lejano en uno y otro caso, pero la dificultad de remontar ese tipo de situaciones es lo que explica que se haya disparado la alarma de forma anticipada. Las expectativas de los consumidores a uno y otro lado del Atlántico se debilitan de forma continua y, además, parece evidente que hay que recomponer el ahorro de las familias.

Por lo tanto, si no aparece un renovado estímulo por parte del gasto empresarial o de la demanda externa, las perspectivas de crecimiento no son demasiado positivas. Así que no sería extraño que, tras el descenso de tipos llevado a cabo por la Reserva Federal, siga el ejemplo el BCE la próxima semana. En este caso, en su decisión pesará la situación de la economía alemana, que se acerca a la americana, en términos de depresión económica y de ausencia de presiones inflacionistas.

Como factor añadido que presiona para que se evite que se llegue a una situación como la japonesa, se encuentra el endeudamiento de las familias. Si el nivel de deuda acumulado es grande, una situación deflacionaria incrementa el peso real de la deuda, de forma que se pudiera llegar a poner en peligro la capacidad de su cobertura. Así, en el caso de Japón, la situación llegó a niveles preocupantes, ya que la deuda del sector no financiero alcanzó el 250% del PIB. También es negativa la situación de Estados Unidos y Alemania, donde esos porcentajes alcanzan el 150% y el 160% del PIB. A ello hay que añadir la situación de las entidades financieras. Los bancos alemanes se enfrentan a la necesidad de mejorar su rentabilidad, y ello les está llevando a ser más selectivos en sus activos, lo que está traduciéndose en una reducción de crédito al sector privado. También en esta circunstancia la situación alemana se vería beneficiada por un recorte de los tipos de interés.

Como argumento en contra a la relajación monetaria, se encontraría la existencia de burbujas especulativas en los activos financieros o la evidencia de una sobreinversión. En cualquiera de ambas circunstancias, una relajación monetaria no haría sino agravar el problema y retrasar el ajuste necesario. Sin embargo, mientras que esta circunstancia habría desaconsejado una bajada de tipos en EE UU, no es el caso de Alemania, donde no se ha producido una sobreinversión ni por parte de las empresas ni de las familias, cuya posesión de valores es moderada. Además, la tasa de ahorro en Alemania es de un 10%, en comparación con la casi nula de los americanos. Menores tipos de interés pueden estimular el consumo y la demanda de crédito.

Todo ello avala la idoneidad de la relajación monetaria para la economía alemana. Veremos si el BCE pondera estas razones más o menos que el hecho de que para el conjunto del área euro la inflación se sitúe en el nivel que se ha marcado como techo. Es evidente que diseñar unas condiciones monetarias que sean adecuadas para el conjunto de Europa implica que no serán adecuadas para cada uno de los países o, más aún, no serán adecuadas para ninguno.

Desde luego, las actuales no lo son para la economía alemana, cuyo peso supera al 35% del área, y sigue siendo su locomotora. Aunque haya levantado protestas, es tiempo para reflexionar sobre el diseño de las políticas económicas europeas.

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