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Columna
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Argentina y los economistas

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Se dice que los economistas son esos profesionales que mañana te explican con todo detalle por qué hoy no ha pasado lo que ayer dijeron que iba a suceder. Se supone, pues, que no se debe hacer caso de sus predicciones, pero que, al menos, explican bien el pasado. La participación en una mesa redonda sobre Argentina me ha llevado a leer ocho artículos de otros tantos economistas -Stiglitz, Roubini, Sebastián, Mussa, Servén, Torre, Feldstein y Haussman- que tratan de explicar las causas del colapso de la economía argentina y me temo que el escepticismo general acerca de la capacidad de los economistas respecto a sus predicciones habría que extenderlo, al menos en el caso de Argentina, a sus explicaciones sobre lo ocurrido.

En efecto, los análisis de estos ocho economistas, excelentes todos, sobre las causas que llevaron a Argentina a suspender pagos y abandonar el currency board no pueden ser más dispares. Unos echan la culpa a la austeridad fiscal impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras que otros consideran que el desastre sobrevino, precisamente, por la ausencia de austeridad fiscal. En medio están los que piensan que la variable fiscal no sirve para explicar lo sucedido.

Por otra parte, están aquellos que consideran que el FMI no debió ayudar a Argentina en el verano de 2001, los que consideran que no debió hacerlo en diciembre de 2000 y, finalmente, los que sugieren la inutilidad de las ayudas del Fondo Monetario Internacional. La mayoría de los autores son críticos con el currency board, pero algunos consideran que esta no fue la causa principal del fracaso. Los hay que consideran que Argentina tuvo mala suerte por la acumulación de shocks externos que sufrió desde 1999, pero otros demuestran que Argentina no tuvo más problemas venidos del exterior que los que tuvieron los demás países latinoamericanos.

En este repaso de opiniones se deben anotar las de los que consideran que el problema surgió por vender los bancos nacionales a los extranjeros, mientras que otros piensan que la regulación bancaria fue poco estricta con los requerimientos de capital exigidos por los préstamos a las pequeñas y medianas empresas. Algunos creen que los problemas surgieron por la ausencia de reformas estructurales, mientras que otros recuerdan que pocos países avanzaron tanto en las reformas de sus mercados y en el establecimiento de sistemas de regulación adecuados como Argentina.

Unos buscan las explicaciones en la política, en la falta de liderazgo, en el atasco del Parlamento, en la corrupción, mientras otros niegan que Argentina haya sido peor que otros países en lo que se refiere a corrupción o mal gobierno. Finalmente están los que consideran que Argentina es un caso típico de las profecías que se autocumplen.

Como se ve, aunque no se cumple el primer chiste sobre los economistas, el que duda sobre sus capacidades predictoras pero admite su capacidad de explicar el pasado, en el caso argentino se cumple el segundo chiste habitual sobre estos profesionales que dice que en una reunión de ocho economistas, siempre hay, al menos, diez opiniones distintas.

Algunos de los autores de los artículos examinados se atreven a proponer soluciones para salir de la crisis. La verdad es que las propuestas son tan variadas que se puede recordar el tercer chiste sobre los economistas que se atribuye a Gorbachov. El presidente ruso decía que le asesoraban veinte economistas excelentes, con ideas contradictorias. No obstante, él estaba convencido que uno de ellos tenía razón. El problema es que no sabía cuál era.

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