Los grandes gestores, de héroes a villanos
En épocas de euforia somos unos genios y en épocas de crisis los ejecutivos no pasamos de imbéciles'. Serge Tchuruk, presidente de Alcatel, pronunciaba estas palabras el pasado martes a la entrada del consejo de administración de Vivendi Universal que debatía la continuidad de Jean-Marie Messier al frente del gigante de la comunicación. La declaración ilustra el estado de ánimo y opinión que ha cuajado entre analistas y grandes gestores de fondos sobre la preparación y capacitación de los directivos que capitalizaron el éxito de las grandes operaciones empresariales de finales de los años noventa.
Opciones sobre acciones, incentivos para los altos ejecutivos y retribución ligada a resultados y evolución bursátil son conceptos de utilización masiva y común entre las grandes corporaciones mundiales. Lo son ahora y lo fueron quizá con mayor intensidad en la segunda mitad de los años noventa, cuando se cerraron operaciones de fusión multimillonarias que conformaron gigantes empresariales. Hoy, en un entorno de crisis económica generalizada y de una caída dramática de las cotizaciones bursátiles de la mayoría de las empresas, cebada con especial virulencia en las telecos, los accionistas ya no ven con tan buenos ojos que ellos sigan perdiendo dinero y los altos ejecutivos que deben tutelar sus acciones se continúen embolsando cantidades multimillonarias, cuando las compañías deben hacer frente a pérdidas históricas.
La confianza ha acabado por romperse y el recelo se ha instalado en las relaciones entre minoritarios y gestores.
Nadie era capaz de imaginar el mal rato que tuvo que afrontar Stephen Case, protagonista de la que fue la mayor fusión de la historia -la que unió a los gigantes America Online y Time Warner- en la última junta de accionistas de la sociedad, cuando tuvo que defenderse de las críticas ante las enormes pérdidas contables fruto de la caída bursátil.
Con los índices de las Bolsas internacionales situados en sus niveles más bajos de los últimos tres años, el equipo de grandes gestores de los noventa -Messier, Tchuruk, John Welch (ex presidente de General Electric) y Chris Gent (primer ejecutivo de Vodafone), entre otros- se ve obligado a sentarse con sus accionistas más de lo que hasta ahora acostumbraban y dar un giro de 180 grados en sus prácticas de gestión. Los grandes fondos de inversión y pensiones internacionales exigen mayor transparencia, un control más riguroso del endeudamiento y una gestión mucho más profesionalizada.
La aparición en la portada de revistas de enorme prestigio haciendo apología sobre la forma de hacer negocios en los noventa se ha acabado, y ahora la lucha es no aparecer por todo lo contrario.
Sin embargo, también hay voces discordantes con esta nueva corriente de opinión. Jean-Pierre Garnier, primer ejecutivo de GlaxoSmithkline, defiende 'que la acción de un puñado de ejecutivos ha dañado la imagen de todos los demás. Es como cuando se descubre que hay un par de policías corruptos e inmediatamente se sospecha de todo el departamento'.
Sin embargo, la oleada de críticas es tan amplia que es probable que el enorme poder del que han gozado los primeros directivos de las grandes multinacionales esté llegando a su fin. Jeffrey Immelt, que sustituyó a Welch al frente de General Electric, ha sufrido de forma directa la nueva era de transparencia que se quiere imponer a las empresas en Estados Unidos.
Cada vez son más activos allí los grupos de presión que promueven ante las autoridades económicas y bursátiles del país la confección de nuevas normas que regulen y limiten los planes de opciones sobre acciones, instrumento que se objetiva como el responsable de haber provocado políticas de agresiva expansión y endeudamiento al objeto de disparar el valor de las acciones y asegurarse una retribución personal.
'La situación es grave, tenemos encima de la mesa una crisis de confianza enorme que está provocando que ahora mismo en EE UU el índice de confianza de la clase política sea superior al de la empresarial, cuando hasta ahora era justo al revés', señala un gestor de fondos.
Hace sólo una década el entonces presidente de Coca-Cola, Roberto Goizueta, intervenía en la junta de accionistas para explicar el porqué de sus ingresos anuales de 80 millones de dólares y no podía hacerlo debido a que los aplausos le interrumpían. Hoy esta circunstancia es inimaginable. La crisis de Enron y las caídas del precio de las acciones han acabado con la confianza de los inversores.