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Cambios seculares

Juan Ignacio Crespo

Hace ya más de dos años que los mercados de renta variable entraron en crisis. Y en crisis continúan. Pero el aspecto que presentan hoy en día tiene desconcertado a todo el mundo. Adicionalmente, en los dos últimos meses se han ido perfilando otras tendencias. El dólar ha comenzado su tan esperada depreciación, tras años de fortaleza en los que desafió la acumulación de un ingente déficit en la balanza por cuenta corriente de Estados Unidos; el oro, del que todo el mundo parecía haberse olvidado hacía tiempo, ha irrumpido en escena con una revalorización meteórica que no está claro si podrá mantener, y, simultáneamente, los activos inmobiliarios no paran de subir de precio.

Pero, con todo y con eso, hay un dato, poco comentado, que es la clave de todo lo demás: según la Contabilidad Nacional de EE UU, el porcentaje que representan los beneficios de las empresas norteamericanas sobre el total del PIB decreció en los últimos años de la década de los noventa. Lo que cambia radicalmente la imagen que estuvieron mostrando durante la última fase alcista de Bolsa las empresas cotizadas. Así, curiosamente, parece que la distribución de la nueva riqueza generada en esos años ha favorecido, por primera vez desde finales de los años sesenta, a consumidores y empleados. Que es justamente la imagen contraria de la que se estaba teniendo recientemente de la economía y la sociedad norteamericana.

Y éste parece que es el factor clave de lo que está sucediendo. Si las empresas norteamericanas no estaban generando tantos beneficios como se pensaba; si, además, los escándalos de empresas emblemáticas como Enron y Tyco llevan a cuestionarse los procedimientos contables y los mecanismos de retribución de los directivos ratificando el sarcasmo de John Kenneth Galbraith de que las recesiones, como la marea baja, dejan al aire los escándalos que no consiguieron descubrir los auditores, y si, en fin, todo ello sucede en un periodo en el que la productividad ha ido en aumento y en el que la filosofía de 'generar valor para el accionista' ha sido la consigna principal, hay que reconocer que el desconcierto general no carece de una buena base.

Se puede hablar de cambios seculares de tendencia, con la economía de EE UU en busca de una filosofía empresarial que reemplace la de los noventa

Estamos, pues, ante un cambio de etapa. Incluso, podríamos hablar de cambios seculares de tendencia, con la economía norteamericana en busca de una nueva senda de crecimiento y de una filosofía empresarial que reemplace a la de los años noventa. Así parece entenderlo también el resto del mundo: los flujos de capitales que, en promedio, acuden cada mes a EE UU han bajado de 45.000 millones de dólares durante el año 2001 a unos 15.000 durante el año en curso (cifras que explican en parte la depreciación del dólar).

Con estos cambios de tendencia no es extraño que las Bolsas estén en trance de convulsiones. Y que los partícipes de fondos de inversión no estén haciendo aportaciones más que a los fondos de inversión sin riesgo. O, quizá, viéndose tentados por los fondos inmobiliarios. Lo crítico de la situación recuerda más la etapa que va desde 1965 a 1982 que cualquier otro periodo reciente. En realidad, la inestabilidad de las Bolsas es el espejo de las enormes fuerzas telúricas que están en acción en este momento y que, como es natural, no encontrarán su nuevo acomodo de la noche a la mañana.

Para el inversor en fondos paciente, y sin necesidad de movilizar sus ahorros por unos años, es un momento de grandes oportunidades. Para los demás… fondos monetarios y fondos garantizados. Evitando el dólar en cualquier caso.

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