Los 'gnomos de Zúrich'
Las Bolsas del mundo han vivido los dos últimos años en trance de convulsiones. En panorama tan agitado, muchos seguramente no han caído en la cuenta de lo tranquilo que estaba otro frente muy importante, el de los mercados de cambio. Desde la crisis de las monedas del sureste asiático, Brasil y Rusia entre 1997 y 1998, todo ha discurrido por cauces de tal normalidad, que sólo la preocupación por la debilidad del euro frente al dólar ha ensombrecido ligeramente su nada problemático nacimiento. La pérdida de la paridad del peso argentino ha sido el único sobresalto reciente.
Antes, entre 1992 y 1993, los ataques especulativos contra el Sistema Monetario Europeo consiguieron la expulsión de la libra esterlina y de la lira, además de tres devaluaciones de la peseta. Nadie acusó entonces a nadie de forma desairada de ser responsable de la crisis, si bien todos apuntaron a George Soros. Para ese momento ya no había un premier británico que, como Harold Wilson en idéntica situación de acoso a la libra esterlina a mediados de los sesenta (la libra fue devaluada frente al dólar en 1967), acusara a los 'gnomos de Zúrich' de ser los responsables del suceso. Soros tendría que esperar hasta 1997 para que el primer ministro de Malaisia le dedicara unos improperios del mismo jaez.
Las crisis de los tipos de cambio han sido algo tan recurrente durante los últimos 40 años que resulta llamativo lo calmado de la situación actual. ¿Es probable que esta relativa tranquilidad se mantenga por mucho más tiempo? La respuesta es que no. El dólar ha pasado, en el último tercio del siglo XX por cuatro ciclos, de entre cinco y diez años, durante los que ha estado alternativamente débil y fuerte. Y el último de esos periodos se inició en la primavera de 1995. ¿Cuánto falta para que concluya?
Aunque se viene diciendo desde hace mucho que la fortaleza del dólar es insostenible, no por eso la moneda norteamericana ha dejado de mostrar una sorprendente pujanza. Los argumentos para ilustrar la levitación del dólar siempre se apoyan en el enorme déficit acumulado en la balanza de pagos por cuenta corriente de los EE UU, que en 2001 ha sido de 420.000 millones de dólares, una cifra equivalente al 4,1% de su PIB. Ese déficit, y la consiguiente necesidad de financiarlo con recursos procedentes del exterior ha ido deteriorando la posición inversora neta de la economía norteamericana frente al resto del mundo hasta llevarla a los 2,6 billones de dólares actuales (el 25% de su PIB). Argumentos que son muy parecidos a los que se utilizaron a principios de los ochenta para pronosticar una inminente depreciación del dólar que luego no se inició hasta los Acuerdos del Plaza de septiembre de 1985. Es decir, tres años antes de que el déficit de la balanza por cuenta corriente hubiera iniciado su reducción, y seis años antes de que alcanzara el equilibrio.
En la actualidad, si se pondera la evolución del dólar por su peso en el comercio, resulta que, en términos reales está casi tan fuerte como a mediados de los años ochenta y ¿listo, por tanto, para una corrección? El reciente arancel norteamericano a las importaciones de acero no es sino una somatización política del déficit insoportable (a este ritmo podría ascender al 6% del PIB para 2004) y apunta en ese sentido.
El inversor en fondos internacionales habrá, pues, de ser cauteloso. La diferencia entre haber elegido el dólar o el euro para invertir en un fondo de renta fija en 1995 representa ahora una diferencia en rentabilidad del 64,6% en favor de la primera opción.