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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El nuevo giro de EE UU hacia Asia es más oportuno que el anterior

Las emergentes fallas del plan económico chino sugieren que el momento es mejor que 2011, cuando quiso hacerlo Obama

Pete Hegseth, secretario de Defensa de EE UU, en la sede de la OTAN, en Bruselas, el 13 de febrero.

En 2011, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció un “giro hacia Asia” de su país, solo para verse empantanado en conflictos desde Afganistán hasta Ucrania. Sin embargo, la semana pasada en Bruselas, el recién nombrado secretario de Defensa, Pete Hegseth, renovó el compromiso de EE UU de volver a centrarse en China. Podría parecer que el Tío Sam ha llegado un poco tarde, dado el auge del Reino Medio en los últimos años. Pero las emergentes fallas en la estrategia económica de China sugieren que, después de todo, ahora podría ser un momento oportuno.

El discurso pronunciado por el vicepresidente de EE UU, J. D. Vance, en Múnich acaparó los titulares. Pero las declaraciones hechas antes por Hegseth en la sede de la OTAN, en Bruselas, contenían una indicación más práctica sobre el futuro de la geopolítica. Su mensaje fue inequívoco: “Las crudas realidades estratégicas impiden que EE UU se centre principalmente en la seguridad de Europa”. La principal de esas realidades es China, a la que Hegseth calificó de “competidor paritario” con la “capacidad e intención de amenazar nuestra patria y nuestros intereses nacionales fundamentales en el Indo-Pacífico”.

No es difícil ver por qué Hegseth ha llegado a esta conclusión. Desde el cambio de milenio, no solo el ejército chino se ha fortalecido prodigiosamente, sino que su economía nacional también ha experimentado un ascenso sin precedentes en la historia mundial. Su PIB se ha multiplicado por más de diez hasta convertirse en el único rival global de EE UU. Su sector manufacturero, especialmente crítico para la influencia militar, representa ahora casi un tercio de toda la capacidad mundial. Con el llamado “momento Sputnik” del modelo de inteligencia artificial R1 de DeepSeek, EE UU también tiene motivos para preocuparse por su liderazgo tecnológico.

El aspecto internacional del auge económico de China también ha sido fundamental para su surgimiento como superpotencia. En 2000, más de tres cuartos de los países comerciaban más con EE UU que con la República Popular. En 2020, la posición se invirtió. Esto tuvo un crucial corolario financiero. Dos décadas y media de generar ganancias en moneda extranjera como el exportador principal del mundo permitieron a China acumular la mayor reserva de riqueza extranjera que el mundo haya visto jamás, que totalizaba, según la Brookings Institution, unos 4,5 billones de dólares a fines de 2023 si se incluye Hong Kong.

En la primera década del nuevo milenio, China dirigió la mayor parte de estos ahorros extranjeros al mercado de bonos del Tesoro de EE UU. Sin embargo, después de 2008, cambió a una estrategia más proactiva. Bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta, desvió los excedentes externos a una vasta red de proyectos de inversión en infraestructura en todo el mundo en desarrollo. Así, a mediados de 2024, las tenencias de bonos de EE UU de China se habían reducido casi a la mitad, desde su máximo de 1,3 billones a finales de 2013. Mientras, su cartera de préstamos a países emergentes creció hasta situarse entre 1,1 y 1,3 billones, estiman los investigadores de AidData.

El yuan

Un segundo pilar de la estrategia económica internacional de Pekín ha sido la internacionalización de su moneda. El progreso en la promoción del uso del yuan por parte de terceros en el comercio y las finanzas ha sido lento. Pero China continuó sentando las bases necesarias al seguir adelante con la liberalización de su cuenta de capital, el establecimiento de su Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos, alternativa al dólar, y la puesta a prueba de un yuan digital. Puede que la amenaza al estatus del dólar como principal moneda de reserva mundial aún esté lejos, pero la nueva Administración de EE UU, por ejemplo, está en alerta máxima.

Este arsenal financiero internacional se suma a una formidable potencia económica. Sin embargo, más recientemente, han comenzado a abrirse grietas de aspecto desa­gradable en los cimientos de China.

Desde 2020, la estrategia de crecimiento impulsado por la inversión de Pekín, que lleva décadas en marcha, se ha quedado sin fuerza. Su sector inmobiliario está sumido en una épica caída. Las finanzas de los gobiernos locales están bajo presión. El descenso del nivel de precios al productor está interactuando de forma tóxica con el alto nivel de deuda en toda la economía. El presidente Xi Jinping ha preguntado a sus asesores: “¿Qué tiene de malo la deflación?”, informó el Wall Street Journal en diciembre, citando a fuentes cercanas a la toma de decisiones de Pekín. Pero el resultado neto de estos desafíos ha sido una reducción a la mitad de la tasa de crecimiento de China, de un promedio del 9% anual en las dos primeras décadas del siglo a poco más del 4,5% desde entonces.

Junto con el fuerte deterioro de las relaciones con EE UU y Europa desde 2018, esta sombría perspectiva ha transformado la situación financiera internacional también para la República Popular. Entre 2021 y 2023, los flujos brutos de capital hacia China se invirtieron a medida que los inversores extranjeros se retiraban. Los datos sobre inversión extranjera directa publicados por la Administración Estatal de Divisas de China la semana pasada sugieren que la tendencia se aceleró en 2024. Aunque el país ha seguido generando hasta ahora considerables ganancias del comercio exterior, a pesar de los aranceles estadounidenses y europeos, sus excedentes desde 2021 han sido absorbidos por la financiación de la fuga de capitales. Como resultado, el stock de activos extraterritoriales del país ha dejado de crecer.

Esto coloca al Reino Medio en una posición desconocida y, a su vez, da a Washington una oportunidad para hacer retroceder a Pekín. En las últimas décadas, China atrajo cada año cientos de miles de millones de dólares de inversores extranjeros, además de sus abundantes ingresos por exportaciones, lo que significa que no se enfrentaba a ninguna disyuntiva entre la doble ambición de liberalizar los flujos de capital y, al mismo tiempo, aumentar su influencia en el mundo en desarrollo ofreciendo préstamos. Ahora que el capital extranjero está saliendo, sin embargo, están empezando a surgir las incoherencias entre esos dos pilares de la política económica internacional de China.

La cuadratura del círculo no será fácil. Una opción sería ralentizar o revertir el patrocinio financiero de la Franja y la Ruta. Sin embargo, tres cuartos de sus préstamos existentes deben reembolsarse antes de 2030, y el 8 % de los prestatarios que los respaldan están en dificultades financieras, estima AidData. Esto hace más probable que se requieran nuevos préstamos para evitar impagos. Alternativamente, China podría volver a aplicar selectivamente controles de capital para frenar la huida de inversores, pero eso significaría casi con toda seguridad el fin de su ambición a largo plazo de internacionalizar el yuan. La forma más benigna de salir del trilema sería tentar a los inversores extranjeros para que regresen. Pero eso probablemente requeriría cambios drásticos en la combinación de políticas económicas internas desinflacionarias.

También sería necesario que EE UU redujera su creciente uso del comercio y las finanzas internacionales como arma para disuadir a su nuevo “competidor”. El discurso de Hegseth sugiere que no hay muchas posibilidades de que eso ocurra. La conclusión es que el nuevo giro asiático de EE UU parece oportuno.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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