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Las claves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las claves del día: un salario mínimo, pero poco excepcional, y una payasada ‘low-cost’

No parece que el hecho de tener tantos trabajadores cobrando el SMI como para que Hacienda pueda ignorarlos sea una señal de que la economía española va “como un cohete”

María Jesús Montero y Yolanda Díaz en el Congreso.
María Jesús Montero y Yolanda Díaz en el Congreso.Claudio Álvarez
CINCO DÍAS

Tras un nuevo tira y afloja público entre dos ministerios de un mismo Gobierno, los trabajadores que perciben el salario mínimo interprofesional pagarán el impuesto sobre la renta. Está por ver el alcance de la medida (de la ausencia de medida), que en principio no haría tributar a muchos de los que perciben el SMI, debido a las rebajas a las familias, entre otros, pero sí al colectivo cuyo poder adquisitivo más ha sufrido en los últimos años: los jóvenes (que suelen estar solteros; que no tienen hijos aún, y que no aspiran a esas bonificaciones). Desde Hacienda argumentan que las subidas del salario mínimo en los últimos años han resultado en que haya tanta gente cobrándolo que no se puede omitir un número tan grande de contribuyentes. Omiten, o parecen omitir, que el salario es, como su nombre indica, mínimo (que debería ser excepcional), lo que coloca a todos esos potenciales pagadores del IRPF en lo más bajo de la pirámide de la renta. No parece que el hecho de tener tantos trabajadores cobrando el SMI como para que Hacienda pueda ignorarlos sea una señal de que la economía española va “como un cohete”.

Una payasada ‘low-cost’ de alto coste reputacional

El CEO de Ryanair, Michael O’Leary, exhibió ayer su capacidad para el humor y el mal gusto en una rueda de prensa en la que posó con una imagen del ministro de Consumo, Pablo Bustinduy, al que disfrazó de payaso. Un berrinche de tintes berlanguianos de un empresario que está especialmente enfadado por las multas de 179 millones impuestas el año pasado a varias aerolíneas (la suya en particular) por cobrar el equipaje de mano, entre otras prácticas, y por la que ya ha anunciado que acudirá a los tribunales. Está por ver si, en la línea de sus últimas actuaciones humorísticas, irá disfrazado de payaso a la Audiencia Nacional, al más puro estilo Ruiz-Mateos.

Los aranceles apuntan a París, Ottawa o Pekín, pero con un ojo en Wisconsin

En un nuevo capítulo de este conflicto de trincheras y bravuconerías que es la guerra comercial iniciada por Trump, la Unión Europea ha advertido al presidente estadounidense de que el aumento de aranceles derivará en represalias “firmes y proporcionadas”. Cierta firmeza por parte de los Veintisiete sería de agradecer, toda vez que tiene el músculo para hacerlo: no en vano, Washington tiene un déficit comercial con la Unión, y no al revés. Se suele decir que las guerras, en general (y las comerciales, en particular) no benefician a nadie. Y es así. Pero sí que complacen a alguien: en este caso, al obrero medio de estados como Wisconsin, pertenecientes al Cinturón de hierro, clave para la reelección de Trump. Los favores hay que pagarlos de alguna manera. Aunque sea con complacencia.

La frase

Ahora que nuestra política monetaria es mucho menos restrictiva que antes y que la economía se mantiene fuerte, no tenemos por qué apresurarnos
Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal

Luces y sombras de un mundo más global

El sentido común invita a pensar que, entre las consecuencias positivas de la globalización –que las tiene, a pesar de su demonización reciente– estaría la diversificación de la alimentación, ya que permite el acceso a alimentos de todo el mundo. Sin embargo, esta afirmación era más cierta en el siglo XV, como ejemplifican el trigo, el maíz o la patata, que ahora. La globalización, ese fenómeno por el cual uno siempre tiene un McDonald´s en el que comer, salvo que esté en Rusia o en Corea del Norte, está homogeneizando los alimentos que comemos, poniendo en peligro otros. Tan solo nueve plantas de las 6.000 que se utilizan para alimentos representan el 66% del total de la producción agrícola, por ejemplo. La cuestión es de vital importancia: el queso camembert está en juego.

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