Las claves: esas horas extras de las que usted me habla, y los ganadores que no luchan las guerras
480.000 trabajadores no cobran el tiempo que trabajan de más, un agujero de 3.254 millones de euros al año en salarios y cotizaciones
480.000 trabajadores no cobran sus horas extra, lo que supone, ni más ni menos, que un agujero de 3.254 millones de euros al año en salarios y cotizaciones. Es verdad que el Ejecutivo impulsó hace tiempo una legislación que imponía un control horario a las empresas, pero no hace falta ser muy perspicaz para ver que es insuficiente, y que la luz que se ve a las 22.30 en las oficinas de ciertos centros financieros (en sedes de compañías de consultoría que gozan de jugosísimos contratos públicos) no es precisamente decorativa.
A lo mejor no interesa, porque aflorar esas horas no solo obligaría a pagar más, sino que lastraría la ya malograda estadística de productividad, sacrosanta métrica económica de nuestros tiempos. Las conclusiones son, pues, variadas: que no todo se puede regular. O que, si se regula, hay que poner los medios necesarios para fiscalizar el cumplimiento de la norma. O que, puestos a pedir, las empresas podrían poner de su parte para cumplir con la legislación laboral, y remunerar el esfuerzo extra de sus empleados. A estos últimos, un consuelo: tras nueve meses de intensas negociaciones, la reducción de la jornada está a la vuelta de la esquina.
Millones de dinero público para el motor: pongamos que hablamos de... Europa
300 millones de euros de dinero público para apoyar una gran empresa automovilística de la región. Podría referirse a China (aunque la cifra se daría en yuanes), y entonces provocaría suspicacias en Ursula Von der Leyen, pero se trata de Stellantis y del dinero europeo de los Perte establecidos por España para apoyar la transición ecológica de una industria asediada por la incertidumbre. También Estados Unidos está inundando de subvenciones públicas la transformación verde. Se entiende que Bruselas quiera proteger la industria europea, pero hace tiempo que esto no va de defender las economías abiertas.
En la guerra sí hay ganadores, pero no luchan
De las guerras se suele decir que nunca sale un ganador, porque el coste humano es insostenible. Es una afirmación venerable pero no necesariamente cierta, y un vistazo rápido a los mercados lo pone en evidencia: la escalada en Oriente Próximo, con su consiguiente subida del precio del petróleo, ha dado un respiro a las petroleras en Bolsa. Por no hablar de las compañías armamentísticas: hace un año y dos días que Hamás se adentró en territorio israelí dejando cientos de muertos a su paso, y dando inicio a una extensión sin precedentes del conflicto de Gaza. En ese año, Lockheed Martin, fabricante de los cazas F-35 de Israel, ha subido un 38% en Bolsa. La alemana Rheinmetall, otro de sus proveedores, ha doblado su valor. Otra cifra: más de 40.000 muertos en la Franja en este tiempo.
La frase
No seré cómodo ni alguien que diga sí a todo, pero estoy convencido de que habrá una buena cooperación [con Scholz], a pesar de la ocasional divergencia de opinionesMatthias Miersch, nuevo secretario general interino del Partido Socialdemócrata de Alemania
Para combatir el envejecimiento, quizá baste con bajar los brazos
Cuando los gurús de la geopolítica ponen de ejemplo a Estados Unidos por su dinamismo tecnológico y demográfico, frente a la envejecida y estancada Europa, y la desacelerada China, no se valora lo suficiente que la esperanza de vida al nacer del país norteamericano esté cayendo. Son más ricos y más poderosos, pero parece que lo hacen a costa de su salud. No está claro que compense.
La longevidad, en general, sigue al alza, pero cada vez menos. Quizá para reacelerar ese crecimiento haya que adoptar otra estrategia vital, menos activa y más contemplativa (no confundir con sedentaria). Es decir, que quizá no sea necesario hacer tantas cosas para combatir el envejecimiento, ni preocuparse tanto, y simplemente baste con tomarse la vida con más calma.