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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alemania, un alma en pena que roza la recesión

La nueva política de ahorro del Gobierno socialdemócrata genera inseguridad y frena el crecimiento

El canciller alemán, Olaf Scholz, visita una planta química en Marl.
El canciller alemán, Olaf Scholz, visita una planta química en Marl.FLASHPIC / POOL (EFE)

No lo parece, sino que lo es: un alma en pena. Los expertos financieros ven las perspectivas de la economía alemana en su peor momento en los últimos dos años. Sobre todo, las de la industria exportadora. Según el Instituto de investigación ZEW, no solo la economía alemana empeora sino también las perspectivas de EE UU y China, provocando todavía más inseguridad en Berlín. A ello se suma la incertidumbre en política monetaria, los decepcionantes resultados de la economía estadounidense y la preocupación por la espiral en Oriente Próximo. “Los vaivenes en los mercados bursátiles internaciones reflejan esta situación”, advierte el presidente del ZEW, Achim Wambach.

Alemania es un alma en pena, espejo del dramatismo en el que cae el país cuando la locomotora no marcha como lo previsto. Su poderosa economía menguó en el segundo trimestre: 0,1% cayó su PIB, y en el primer trimestre apenas creció el 0,2%. No se puede hablar todavía de recesión técnica (dos trimestres negativos consecutivos), pero las circunstancias deprimen. “Falta una chispa especial, un detonante inicial …”, opina Bastian Hepperle, del banco Hauck Aufhäuser Lampe, quien avisa: “Tampoco el tercer trimestre despegará”.

¿Razones?, muchas. Falla la inversión. Tras un 2023 decepcionante (cayó el 0,2%), durante la primera mitad de 2024 la economía vuelve a decepcionar. Sebastian Dullien, director del Instituto IMK de la fundación Hans-Böckler, señala que detrás de esta debilidad hay dos factores clave: en primer lugar, el golpe de la crisis energética resultante del ataque ruso a Ucrania. El sector industrial tiene mayor peso en su PIB que otras economías y, además, Alemania dependía más que otros países del gas ruso. Y, en segundo lugar, aunque el Gobierno reaccionó aprobando una serie de paquetes de rescate, en otoño se vio obligado a virar hacia una política financiera restringida a raíz de la decisión del Constitucional, que consideró que el Ejecutivo vulneró la regla de freno a la deuda por reasignar a un fondo proclima unos 60.000 millones de euros previstos anteriormente para paliar el impacto económico de la pandemia. La nueva política de ahorro del Gobierno socialdemócrata genera inseguridad y frena el crecimiento.

En definitiva, su economía sufrió como nadie bajo el enfriamiento global y la subida de precios de la energía y de los tipos de interés. ¿Qué más? Falta personal cualificado y sobra burocracia. Los empresarios piden impulsos para crecer. Parece que Alemania se haya perdido por el camino. El economista jefe de DekaBank, Ulrich Kater, lo expresa así: “La economía alemana está en un cambio estructural colosal y no encuentra el camino”. Para Kater, 2024 será otro año perdido. El FMI apunta un 0,2%.

El Gobierno tripartito confía porque el resto de países industrializados todavía crece. Con su Iniciativa Crecimiento apuesta por impulsar la inversión y el consumo, así como la entrada de especialistas extranjeros. También ofrece más posibilidades de desgravar a las empresas, motiva a trabajar a los jubilados y a los perceptores de ayudas sociales, y está reduciendo la burocracia y los precios energéticos. El ministro de Economía, Robert Habeck, asume el estancamiento económico y pide paciencia hasta que sus medidas encajen. Por ahora, estas no han permitido virar ante la falta de demanda del extranjero y los problemas estructurales.

¿Qué futuro tiene el modelo alemán? Su sector químico sigue cojeando por los elevados precios de la energía. Su poderosa industria del automóvil está sufriendo por el viraje hacia la electromovilidad. Y la construcción no avanza. Los datos son un desastre, señala el primer economista del país, Clemens Fuest, jefe del Ifo. Y maneja dos razones: caen las inversiones, por lo que la industria tiene menos encargos, operando por debajo de su nivel de capacidad, y la demanda no arranca porque la gente está preocupada, no compra y ahorra. En parte, un ciclo vicioso.

Urge una reforma del límite constitucional a la deuda, una política de inversión pública en infraestructuras y medidas que generen seguridad respecto a los precios de la energía. Dullien propone un precio especial para las empresas electrointensivas como las del sector industrial. Uno de los retos, añade Dullien, es desvincular la economía de las energías convencionales y apostar por la descarbonización, sin cargarse a sectores importantes. Un reto que se ve dificultado porque en este momento el modelo de negocio alemán, orientado a la exportación, está amenazado. “La razón no es otra que el conflicto comercial entre China y EE UU., así como el objetivo de ambas potencias de convertirse en regiones autarcas en las tecnologías del futuro.”

El corazón de la economía alemana es la mediana empresa, un sector que quiere avanzar aceptando la transformación verde. Pero los retos son enormes. Uno es la falta de personal, aunque las empresas están dispuestas a contratar a especialistas procedentes de todo el mundo. Otro es la competencia desleal. Disponen de productos muy especializados y competitivos globalmente, pero chocan con países como China que subvencionan los sectores económicos del futuro. Complicadísimo para Alemania porque esto genera dependencia económica. La cuestión es qué ámbitos le interesa conservar a Berlín. La política industrial es un asunto controvertido, pero sin apoyo estatal algunos sectores desaparecerán. Peter Bofinger, catedrático de Würzburg, reclama estrategias para el cambio energético porque Alemania necesita energía barata para poder competir y baraja el hidrógeno verde como una de las claves de la descarbonización.

Es una policrisis, aunque Fuest explica que no se trata de una crisis convencional. El Gobierno, critica, deberá mejorar las condiciones para invertir en Alemania. “Berlín tiene buenas intenciones, pero no está claro que se implementen. Y si se implementan, tardarán en hacer efecto”. Según Fuest, los problemas estructurales, que se arrastran desde la era Merkel, no se han solucionado. Fuest cita la falta de especialistas, los elevados impuestos, la burocracia, la caída de la demanda procedente de China, el desánimo por la falta de dinamismo. Un ejemplo es la industria automovilística que no consigue lanzar coches eléctricos accesibles para todos.

Luego está el desánimo social. Muchos investigadores alemanes apuntan que la promesa de bienestar para todos fue el pilar de la sociedad liberal germana. Y la democracia se convirtió en el modelo a seguir en el resto del mundo porque brindaba libertad y bienestar. La crisis financiera de 2008 fue el punto de inflexión. El Estado, a través de los contribuyentes, rescató la economía. Aquella crisis y luego la pandemia enriquecieron todavía más a la población privilegiada (que dispone de acciones e inmuebles cuyos precios se dispararon). 17 millones de alemanes están en riesgo de pobreza. Y uno de cada cinco trabajadores está ocupado en un puesto de baja remuneración.

Alemania es un país viejo. Tanto su población como las infraestructuras. Y el cambio cuesta. Un dilema que requiere una estrategia inteligente. Podría endeudarse más, apunta Bofinger, quien opina que el freno a la deuda no tiene sentido en el momento actual.

Lidia Conde Batalla es periodista y analista de la economía alemana.

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