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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El arbitraje de la transición verde no es una apuesta unidireccional

La brecha entre los objetivos de los Gobiernos y su capacidad para cumplirlos es amplia... pero incierta

Fábrica de acero de Salzgitter AG, en Salzgitter, Alemania.
Fábrica de acero de Salzgitter AG, en Salzgitter, Alemania.Sean Gallup (Getty Images)

Si la inversión macro tiene una estrategia emblemática, es explotar el arbitraje entre una política insostenible y una realidad irresistible. La mayor desconexión hoy día es la brecha entre la ambición de los Gobiernos del mundo rico de eliminar las emisiones netas de carbono para 2050 y su capacidad para cumplirlo. Pero no es una apuesta unidireccional.

El ejemplo clásico de arbitraje macro es apostar contra un tipo de cambio fijo, en el que un Gobierno se ha comprometido a mantener su moneda vinculada a otra. Los inversores que consideran que el coste de defender la paridad será política o económicamente intolerable venden la divisa en corto. El banco central del país se ve obligado a agotar sus reservas de divisas o a subir los tipos. Al final, la paridad se rompe.

Los inversores que aciertan, como George Soros en 1992, cuando apostó a que la libra esterlina saldría del Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio, pueden forrarse en una tarde. Los que se equivocan pueden perder sus camisas, como aprendió Marko Dimitrijevic, de Everest Capital, cuando el banco central suizo levantó inesperadamente el límite de la moneda del país frente al euro en enero de 2015.

Por desgracia para los aspirantes actuales a dueños del universo, las paridades monetarias han pasado de moda. Pero el desafío del cambio climático ofrece una nueva oportunidad de arbitraje mucho mayor que cualquier otra que hayan visto antes. Se trata del desfase entre las políticas de los Gobiernos de eliminar las emisiones de gases de efecto invernadero y las limitaciones económicas, físicas y geopolíticas para alcanzar ese objetivo.

La justificación del impulso mundial a la descarbonización es sencilla. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyó en 2018 que, para limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, las emisiones globales netas de CO2 debidas a la actividad humana deben reducirse a cero para mediados de siglo.

La respuesta mundial ha sido impresionante: 140 países se han comprometido a cumplirlo. Algunos han ido más lejos. Reino Unido se ha comprometido a descarbonizar su sector energético para 2035, y el Partido Laborista ha prometido adelantarlo a 2030. Pero no está nada claro que ese ritmo sea ni remotamente realista.

El primer reto es económico. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) calcula que la inversión total en energías limpias será de 1,7 billones de dólares en 2023. Pero el McKinsey Global Institute pronosticó en 2022 que el gasto de capital en activos físicos para sistemas energéticos y de uso de la tierra necesita alcanzar alrededor de 9,2 billones al año para lograr las cero emisiones netas en 2050.

Otros analistas consideran que las necesidades son aún mayores. El científico canadiense Vaclav Smil cifra entre 15 y 17 billones anuales el coste de reducir el consumo mundial de combustibles fósiles incluso un –menos exigente– 60% respecto a los niveles actuales. Suponiendo que los países ricos asuman la mayor parte de esa carga, equivaldría al 20%-25% de su PIB anual combinado.

La siguiente desconexión es entre el horizonte temporal de 2050 y las limitaciones físicas de la transición. La Comisión de Transiciones Energéticas concluyó hace poco que, aunque no hay escasez subyacente de las materias primas necesarias, la falta de infraestructuras de extracción y refinado implica que “podría haber importantes lagunas de suministro para seis materiales clave de la transición energética: litio, níquel, grafito, cobalto, neodimio y cobre”.

Smil, por su parte, hace dos advertencias sobre el realismo de eliminar los combustibles fósiles para 2050. Una es que a día de hoy todavía no existen procesos a escala industrial que no generen CO2 para producir materiales esenciales para la vida moderna como plásticos, hormigón, amoníaco para fertilizantes y acero. La otra es que la primera transición mundial de combustibles tradicionales como la leña a la actual mezcla predominante de combustibles fósiles llevó más de 200 años, y aún no se ha completado.

Una tercera consideración es geopolítica. La enojosa cuestión de la justicia climática lleva décadas complicando la acción internacional. Si las economías avanzadas se enriquecieron quemando combustibles fósiles, ¿pueden impedir que los países pobres hagan lo mismo? El crecimiento de los mercados emergentes en los últimos 20 años no ha hecho sino complicar aún más la cuestión. Las investigaciones de Simon Evans, de Carbon Brief, sugieren que en 2021 cuatro de los cinco países con mayores emisiones de carbono acumuladas desde 1850 se encontraban en el mundo en desarrollo.

El conflicto geoestratégico plantea un nuevo problema aún mayor. Existe una tensión evidente entre los países occidentales que pretenden reducir su dependencia de China sin dejar de descarbonizarse en un mundo en el que la República Popular controla el 90% de la capacidad de refinado de elementos de tierras raras esenciales para la electrificación. Mientras, en un mundo más disputado, es probable que la seguridad nacional prevalezca sobre la cooperación internacional en la transición energética. Una sola estadística resume el reto: China, Rusia e Irán producen hoy casi el 40% de las emisiones mundiales de carbono procedentes de la energía. En otras palabras, por motivos económicos, físicos y geopolíticos, apostar en contra de los plazos actuales para las políticas de emisiones netas cero parece un triunfo seguro.

Sin embargo, hay dos grandes salvedades. La primera es que es posible que los mercados ya hayan descontado que los Gobiernos no alcancen sus objetivos. El porcentaje de votos de los partidos verdes se desplomó en las elecciones europeas, mientras países como Escocia o Nueva Zelanda han ido reduciendo sus objetivos políticos. El fondo cotizado iShares Global Clean Energy ha bajado casi un 20% en el último año, mientras que el ETF S&P Oil and Gas Exploration and Production ha registrado una subida similar.

La otra es que los arbitrajes pueden cerrarse en cualquier dirección. Los países con divisas vinculadas pueden desafiar a los especuladores atrayendo flujos de divisas y manteniendo tipos penalizadores, como ha demostrado Hong Kong una y otra vez. La realidad puede ponerse al día con la política, en lugar de al revés.

Los inversores que busquen explotar el actual arbitraje de las cero netas deberían tomar nota. Las condiciones económicas, tecnológicas y geopolíticas podrían cambiar y hacer viables los objetivos de cero emisiones netas para 2050. Los costes de generación de electricidad a partir de energía solar y turbinas eólicas terrestres han caído tanto que empiezan a ser competitivos con los combustibles fósiles. La nuclear podría inclinar la balanza si se hacen realidad los anhelos de los llamados pequeños reactores modulares, por no hablar de si las empresas consiguen aprovechar la fusión nuclear. La fragmentación geoestratégica de hoy puede convertirse en la tregua mundial de mañana.

Para las cero netas, detectar el actual arbitraje entre política y realidad es fácil. Predecir cómo se cerrará la brecha, no.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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