La Reserva Federal continúa ‘barajando las cartas’ de las bajadas de tipos
Todo apunta a que el BCE y otros bancos centrales se adelantarán en esta ocasión, porque la preocupación por la atonía económica parece pesar mucho
Hace 15 meses, a principios de 2023, escribía en este diario y en otro de esta cabecera sobre el intenso debate de las perspectivas de tipos de interés en los meetings de la American Economic Association, celebrados en ese enero en Nueva Orleans. Los analistas de Wall Street ya apostaban por disminuciones del precio oficial del dinero en la segunda parte del año pasado, supuesto bastante retador en aquel momento. Eso sí, consideraban que aún habría aumentos de tipos en la primera mitad del ejercicio, que sí que se produjeron. La idea era aplicar la medicina de subida de tipos hasta verano para bajar la inflación –en gran medida se logró, aunque aún se encuentre lejos de la referencia del 2%– y a finales de año ya habría margen para iniciar las reducciones del precio del dinero. Escenario que de algún modo pareció ganar peso con el episodio de graves turbulencias en las entidades financieras regionales medianas de Estados Unidos en primavera. Si la subida tan intensa de tipos en poco tiempo había roto alguna costura de algún banco norteamericano, qué mejor que aliviar esa carga pesada con alguna reducción. Más aún cuando no se descartaba en aquel entonces la posibilidad de recesión –aunque fuera técnica– del gigante americano. No obstante, la Reserva Federal barajó las cartas un poco en verano, tras la última subida de tipos de julio, abriendo juego para la especulación sobre lo que haría en meses venideros.
Y llegó finales de 2023, tras un par de reuniones de la Fed sin alterar los tipos, y los pronósticos de varias bajadas de tipos se multiplicaron. En ese mensaje apoyó el banco emisor de EEUU –y el mismo Jerome Powell– cuando apuntaron que esperaban una disminución de, como mínimo, 750 puntos básicos en 2024. Otra nueva mano de cartas en la que la Fed abrió juego a nuevas especulaciones en el mercado, que marca la agenda de los meses venideros. La recesión, además, ya había desaparecido del horizonte, y la inflación se encontraba en los niveles más bajos de años, en torno al 3%, aunque no lo suficiente cerca del objetivo (2%). Todo apuntaba a disminuciones de tipos en EEUU en esta primavera de tiempo variable que estamos teniendo. Con ello se cumpliría, además, lo habitual, esto es, que la Reserva Federal mueve ficha primero con el cambio de las condiciones monetarias, y los demás (incluido el Banco Central Europeo) actúan después. Sin embargo, curiosamente, la fortaleza de la economía americana –que se refleja tanto en PIB como en empleo– desde que comenzó 2024, parece estar obligando a la Fed a volver a cambiar el paso, a nuevamente barajar las cartas y a abrir el juego de las dudas y la especulación. Por su parte, la inflación parece resistirse a bajar del 3%, algo que no puede sorprender por la fortaleza de la economía y la demanda. Los mercados están ahora mismo con muchos nervios por este nuevo bandazo en las expectativas. Se las prometían muy felices después de las fuertes revalorizaciones de la renta variable del año pasado y de lo que llevamos de 2024, algo atípico en un contexto de altos tipos de interés. Las expectativas de bajadas del precio del dinero estaban alimentando este año el buen comportamiento de las Bolsas. Habrá que ver cómo continúa el año.
Parece que el BCE y otros bancos centrales se adelantarán a la Fed y bajarán tipos antes en esta ocasión. La expectativa es que el banco emisor de Fráncfort lo haga en su reunión del 6 de junio, ante la mayor debilidad macroeconómica de la zona euro comparada con la de EEUU. Aunque la inflación se esté resistiendo –más en unos países, como España, que en otros– a bajar del 3%, la preocupación por la atonía económica –aunque no sea mandato del BCE– parece pesar mucho.
Este episodio que se ha vivido desde 2022 –proceso inflacionario y actuaciones de los bancos centrales– ha guardado bastantes diferencias con periodos de crecimiento de precios anteriores, con consecuencias de largo plazo sobre la política monetaria y sus efectos. En primer lugar, se tardó mucho en reaccionar; el BCE fue quizás el caso más claro, pero no el único. Luego se ha llevado los tipos de interés a niveles notablemente más elevados que los que inicialmente se tenían en mente. Los bancos centrales, además, no han estado cómodos con lo que la realidad les ha impuesto. En el caso ya comentado de la Fed, referencia global, sus titubeos y cambios de ritmo –rebarajando las cartas hasta tres veces–, lleva de cráneo a inversores y analistas. En año electoral allí, además.
Sin embargo, una cuestión de fondo puede pesar en el futuro. En esta ocasión, la subida de tipos tan intensa no ha causado una recesión generalizada como en otros periodos de la historia. Ni una corrección significativa en los mercados. El primer episodio de inflación en muchas generaciones se ha saldado sin que la economía ni los mercados hayan sufrido mucho. Podría ser contraproducente si el aprendizaje que obtiene la población es que los futuros procesos inflacionarios siempre pueden resolverse sin grandes pérdidas económicas. No tiene por qué ser siempre así. Sería una retroalimentación muy peligrosa de esa falsa percepción si volviera la inflación: haría falta mucho más (aún mayores subidas de tipos) para corregirla y para alterar las expectativas de un público confiado.
Santiago Carbó es catedrático de Economía de la Universidad de Valencia y Director de Estudios Financieros de Funcas
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