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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un modelo que vaya más allá del beneficio económico

En el último siglo nos hemos movido entre Keynes y Hayek, un esquema que no se ajusta a las necesidades de la persona y que nos ha llevado a la situación actual

AP

Atravesamos un periodo de inestabilidad y volatilidad en todos los ámbitos que también afecta a las economías. Las guerras en Ucrania y Oriente Medio, las próximas elecciones en Estados Unidos o la ola de violencia de Ecuador son solo algunas manifestaciones de la incertidumbre que vivimos a nivel global. En España tampoco nos libramos de inestabilidad y conflicto en el área política.

Si analizamos en profundidad esta situación encontramos que siempre hay importantes factores económicos en todas estas situaciones. Cualquiera que estudie economía o empresa encuentra que, de acuerdo a la teoría clásica y neoclásica, el sistema económico gira en torno a la obtención del beneficio por parte de las empresas y a la concepción del ser humano como homo-economicus (consumidor racional que actúa en función de sus intereses egoístas y busca maximizar su utilidad o satisfacción). Toda esta búsqueda se canaliza a través de los mercados, que solucionan el problema de la asignación de recursos que presenta cualquier economía.

Esta concepción nos ha llevado muy lejos en términos de desarrollo económico y ha triunfado en todo el mundo. Pero también nos ha generado problemas muy grandes en lo concerniente a sostenibilidad o desigualdad, y ha propiciado el establecimiento de sociedades consumistas y muy materialistas. En este punto citamos a Oscar Wilde: “Hoy en día la gente conoce el precio de todo y el valor de nada”.

Pero no todo es oscuro en este ámbito. De hecho, observamos una evolución desde el “Greed is good” (la avaricia es buena) de la película El lobo de Wall Street, que definía toda una época (el neoliberalismo de los años 80), hasta ahora, donde existe una mayor conciencia en términos de sostenibilidad y desigualdad. En este sentido ha habido avances en conceptos como el Triple botton line: people, planet, profit, donde las empresas se centran no solo en la obtención de beneficio, sino que también tienen en cuenta a las personas y la naturaleza. Según la Stakeholder theory (teoría de los grupos de interés), la empresa crea valor no solo para los accionistas, sino que también tiene en cuenta los intereses y necesidades de los empleados, clientes, proveedores, reguladores, comunidades o cualquier parte interesada definida como grupos o personas sin cuyo apoyo la empresa no podría prosperar o existir. Tampoco nos olvidamos de la economía circular (reducir, reciclar y reutilizar) que busca la sostenibilidad en el modelo económico.

Todos estos conceptos, poco a poco, están permeando los objetivos y las estrategias tanto de las empresas como de los Estados, fruto también de una mayor preocupación en los ciudadanos por estos asuntos. No obstante, esta tendencia no acaba de solucionar los graves problemas medioambientales y sociales que tenemos ahora mismo. Recordemos que el día de sobrecapacidad de la Tierra (fecha que señala que hemos consumido todos los recursos que la Tierra puede regenerar en un año) fue el 2 de agosto de 2023 para el mundo y el 12 de mayo para España). Estos fenómenos, de continuar esta tendencia, nos pueden llevar a un escenario de muy difícil solución.

Esta es una cuestión complicada, ya que es de naturaleza sistémica: la reducción de emisiones contaminantes de un país o grupo de países se compensa con el incremento en las emisiones de otros que no sigan este tipo de normas. Este tipo de situación requiere o bien un gobierno a escala global que tenga en cuenta todo el planeta y no solo países individuales, o el mantenimiento de normas comunes por parte de todos los países. Parece que aún estamos lejos de alcanzar este tipo de civilización.

Llegados a este punto, también existe el debate de si debemos maximizar o priorizar el crecimiento económico, medido normalmente en términos puramente físicos o materiales (valor de la producción de bienes y servicios), o si nos interesa más un desarrollo en términos de bienestar, que tenga en cuenta también otros valores como las relaciones sociales, la salud, la vivienda, la educación, la paz, el medio ambiente, la seguridad o la sostenibilidad. Ya ha habido tímidos avances en esta dirección en Francia en 2008 (medición del progreso social), en Reino Unido en 2010 (GWB, General Well Being) o en la OCDE a través del marco Measuring Well-being and Progress. Este interés está cristalizando en una creciente importancia de la felicidad y el bienestar en todos los ámbitos, desde el ámbito científico, al económico, en los Estados o en las personas.

Esto no es nada nuevo. Ya en la Grecia clásica se debatía sobre la eudaimonia, que solemos traducir por bienestar o felicidad, pero que más exactamente se refiere a prosperidad o vida plena, relacionada con la virtud, la forma de vivir en convivencia con los demás y el desarrollo de las capacidades propias de las personas en armonía. Estos términos parecen bastante alejados de la situación que estamos viviendo actualmente. Tal vez debamos ampliar un poco el foco de la educación Stem y volver a leer los clásicos. También sabemos que, una vez obtenidas unas satisfacciones materiales básicas, acumular posesiones y consumir no conduce a la felicidad.

El florecimiento de la economía conductual que tiene en cuenta el papel de las emociones, las influencias, los sesgos, incentivos motivacionales y donde la economía trabaja con la psicología y la sociología, nos muestra que tal vez no somos exactamente esos homo-economicus que mostraba la economía clásica. Los seres humanos somos mucho más complicados, algunas veces irracionales y no siempre impulsados por el beneficio económico.

En el ámbito económico nos hemos movido entre Keynes y Hayek en el último siglo. Un modelo centrado principalmente en el beneficio que nos ha llevado a la situación actual. Por eso, tal vez un nuevo paradigma económico pueda ser la solución a los grandes problemas mundiales que nos afectan.

Jorge Hernando Cuñado es profesor de Economía y Empresa de la Universidad Nebrija

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