Los sindicatos estadounidenses no pueden negociar con lo inevitable
Salvo en algún sector, como la automoción, los empresarios se llevarán la palma en los conflictos laborales
El movimiento sindical de EE UU ha recorrido un largo camino desde que los zapateros y los trabajadores del cuero se organizaron por primera vez en 1794 para exigir sueldos más altos. No ha sido un camino de rosas. Aquel primer estallido de actividad se esfumó cuando los dueños de las fábricas interpusieron una demanda que acabó por imponer enormes cargas financieras a los miembros del sindicato. Ahora, los sindicatos están protegidos por las leyes que regulan la negociación colectiva. Aun así, los empresarios van camino de llevarse la palma.
En 2023, los empleados intranquilos se sintieron como en casa: camareros de Starbucks, actores de Hollywood y trabajadores de Ford y GM fueron algunos de los que soltaron las herramientas y ejercieron su derecho a organizarse. Incluso algunos empleados del megabanco Wells Fargo votaron a favor de sindicarse, algo casi inaudito en el sector. Y hay buenas razones para la frustración de los trabajadores. Tras un repunte en 2020, los sueldos ajustados a la inflación han caído, protagonizando la mayor caída en casi siete décadas, aunque siguen más altos que antes del Covid. Al tiempo, los trabajadores afrontan nuevos riesgos personales. El número de muertes en el trabajo, por ejemplo, fue un quinto mayor en 2022 que en 2009.
El apoyo a los sindicatos –al menos como concepto– también sigue alto. Según una encuesta de Gallup de septiembre, dos tercios de los estadounidenses aprueban los sindicatos, frente al mínimo del 48% registrado en 2009. Pero sus acciones no parecen corresponderse con sus sentimientos. De hecho, la participación en los sindicatos ha caído, al igual que la frecuencia de las interrupciones laborales. En 2022, el porcentaje de trabajadores sindicados era del 10,1%, un descenso de 23,4 puntos porcentuales desde el pico alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial. Como referencia, en Dinamarca es el 67%.
Que un mayor número de empleados no se afilie es una combinación de no puedo y no quiero. Con el tiempo, se han promulgado leyes para dificultar los esfuerzos de sindicación. La Ley Taft-Hartley, de 1947, prohibió los acuerdos de “taller cerrado”, por los que los empresarios se comprometían a contratar solo a miembros de un sindicato. Por entonces, varios estados adoptaron las leyes de “derecho al trabajo”, que impedían obligar a los empleados a afiliarse a un grupo de negociación colectiva. En los últimos años, la adopción de leyes de derecho al trabajo ha crecido más rápido, y ahora las tienen más de la mitad de los estados de EE UU.
A medida que la política se vuelve más divisiva, los sindicatos se están convirtiendo en diana, porque sus partidarios tienden a inclinarse por los demócratas. Según una encuesta del think tank GBAO Strategies, el 91% de los demócratas menores de 50 años apoyan a los sindicatos; entre los republicanos es el 50%. Casi un tercio de los trabajadores republicanos encuestados se oponen a las huelgas. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, firmó el año pasado un proyecto de ley que impide a los empleadores públicos deducir las cuotas sindicales directamente de las nóminas, lo que hace que la participación sea algo más engorrosa.
Para los trabajadores, el coste de afiliarse a un sindicato puede estar creciendo, no solo por las medidas para hacerlo menos conveniente, sino también porque los empleados, a veces, corren el riesgo de ser penalizados por siquiera considerarlo. Aunque es ilegal que las empresas impidan o coaccionen a las personas que quieren ejercer su derecho a organizarse, los empresarios suelen encontrar formas de ejercer una presión suave. Por ejemplo, la cadena de supermercados Trader Joe’s cerró una tienda en Nueva York en 2022 y, según la Junta Nacional de Relaciones del Trabajo, fue porque los empleados intentaron organizarse. La tienda volvió a abrir hace poco, pero es de suponer que la gente que trabaja allí ahora está menos dispuesta a pensar en unirse.
Y si un empleado se juega su puesto, querrá saber que tiene muchas opciones de éxito si su sindicato se enfrenta a la dirección. Pero eso depende mucho del sector. Las huelgas exitosas se dan en industrias donde los empleados tienen “poder de huelga”.
Los del automóvil suelen tenerlo. Ford solo cuenta con nueve plantas en EE UU, y hacer un coche lleva varios días o semanas. Las automotrices forman parte además de una compleja red de proveedores y vendedores, de modo que las interrupciones se propagan de forma amplia y dañina. Durante las prolongadas huelgas de 2023, Wells Fargo calculó que las interrupciones en las fábricas costarían este año a Ford 320 millones de dólares de ingresos operativos al final de la tercera semana. Eso supone el 3% del total anual estimado de la empresa.
Compárese con una huelga en Starbucks. Por supuesto, las tiendas de la cadena en Norteamérica generan unos ingresos anuales de 27.000 millones. Pero hay más de 10.600. No solo es difícil organizar una plantilla tan dispar; es que el café con leche no servido tiene poco impacto acumulativo.
Incluso en los sectores en los que las huelgas pueden causar más daños, la demografía puede ser poco favorable. La media de edad de los trabajadores del automóvil es de 43 años, frente a los 29 de la restauración. Según GBAO, menos empleados mayores de 50 años apoyan a los sindicatos que los menores de esa edad. La lealtad política también está cambiando. Los afiliados a UAW (el sindicato del motor) solían aportar una cantidad insignificante a los republicanos; en 2020, aportaron un tercio de lo que dieron a los demócratas, según OpenSecrets.
Esto deja a los sindicatos en una posición difícil, con trabajadores incapaces de afiliarse en algunas industrias, y quizás menos dispuestos incluso en situaciones en las que podrían marcar la diferencia. Pese a todos los esfuerzos de los zapateros del XVIII, la fabricación se acabó trasladando a otros lugares. Es probable que la historia trate con la misma dureza a los sindicatos de EE UU.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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