Usar a la banca para esconder errores propios
Los bancos centrales se ven afectados por sus propias decisiones y ellos son los responsables del efecto que producen, tanto si les beneficia como si les perjudica, no las entidades financieras
La política monetaria de la eurozona y los instrumentos utilizados para implantarla han variado radicalmente desde la crisis financiera global iniciada en 2007-2008. Los bancos son uno de los instrumentos utilizados por el BCE para extender su política monetaria a toda la economía de la zona euro. En ningún caso intervienen en esas decisiones, que en ocasiones pueden beneficiarles y en otras perjudicarles.
En julio de 2013, el Consejo de Gobierno del BCE señaló que esperaba que “los tipos de interés se mantuvieran bajos durante un período prolongado de tiempo”. Tras un ciclo de política monetaria acomodaticia, que se extendió durante 15 años, el BCE comenzó en 2022 la normalización de su política y con ello parecía que iba a terminar un largo entorno de crisis de crédito, extendida por efectos de las restricciones de la pandemia. Pero la inflación resurgió contra el pronóstico de las propias autoridades monetarias, que reaccionaron con violencia mediante una política de restricción desde la primavera de 2023. El BCE elevó sus tipos de intervención hasta el 4,25% y el efecto en empresas y familias fue demoledor. En el caso de España, el Gobierno alivió la carga de ese aumento recurriendo a la colaboración de la banca, a la que ha acusado insistentemente de obtener beneficios extraordinarios, con una reactualización del Código de Buenas Prácticas.
Es útil recordar que la política acomodaticia fue, sobre todo, muy beneficiosa para el BCE y el conjunto del Eurosistema, puesto que entre 2012 y 2021 alcanzaron beneficios de 300.000 millones de euros con la compra de activos y el cobro de intereses a la banca por su exceso de liquidez. En 2022, y mientras la tasa de depósito estuvo en negativo, el Eurosistema –el BCE y los bancos centrales nacionales– ingresó de los bancos alrededor de 10.000 millones de euros por su exceso de liquidez. Estas cantidades revirtieron en las arcas públicas, y los bancos, a diferencia del BCE, no cobraron nunca a los clientes por sus depósitos.
La situación ha dado, sin embargo, un vuelco drástico. Al subir los tipos de interés, el BCE ahora debe pagar por esas reservas un interés superior a los ingresos que obtiene del cupón de sus bonos en cartera, en buena parte adquiridos a tipo negativo y con larga duración. Por tanto, los bancos centrales se ven afectados directamente por sus propias decisiones y ellos son los responsables del efecto que producen, tanto si les beneficia como si les perjudica, y no los bancos cuya función es la de transmitir esa política monetaria.
Es más, esa gestión del BCE ha trabado a la economía. Dado que el objetivo final es la estabilidad de precios y el canal de trasmisión a la economía sobre el que establece objetivos intermedios sigue siendo los tipos de interés a un día, el balance de Fráncfort ha cobrado una relevancia que va más allá de su función tradicional. Su tamaño pesa sobre el tipo a un día y también en toda la curva de tipos de interés a través de nuevos instrumentos menos ortodoxos. Esta situación ha conducido al BCE a un balance de dimensiones sin precedentes. Sufre gigantismo.
De esta forma, la situación actual, elevado balance por las inyecciones de liquidez del BCE, con deuda pública en cartera (en España el 50% de la deuda pública está en el balance del BDE) y elevadas reservas de los bancos en el BCE, son consecuencia de la política monetaria excepcional desarrollada, combustible para la inflación y que, poco a poco, se normaliza. Aunque a la vista de algunas declaraciones que realizan determinados políticos, no parece que hayan comprendido bien ese proceso hacia la normalidad.
Para entenderlo, quizás ayude saber que las reservas mínimas mencionadas que se exigen a los bancos europeos se sitúan hoy en 163.886 millones de euros de media, según datos del propio BCE. Se fijan por lo general para un período de entre seis y siete semanas. Antes del comienzo de ese periodo, ese mínimo de los bancos se calcula como el 1% de los pasivos específicos de sus balances, principalmente depósitos de clientes y valores distintos de acciones con vencimiento de hasta dos años. Al final del período de mantenimiento, los bancos centrales nacionales de la zona del euro pagan intereses por las reservas mínimas que los bancos mantienen con ellos, que desde julio de 2023 si ha fijado en el 0%.
Por otra parte, las autoridades monetarias no dejan a los bancos prestar todo el dinero que los clientes depositan en ellos, sino que deben mantener una parte obligatoriamente en el banco. Es decir, si una entidad bancaria tiene un coeficiente de reservas del 10% y todos sus depósitos acumulan 1.000 euros, esta entidad se verá obligada a tener siempre 100 euros en efectivo.
El banco recibe depósitos y otorga préstamos al público. Una fracción de los depósitos se mantiene como reservas para cumplir con el coeficiente de caja. A esas reservas legales hay que añadir las reservas excedentarias o la liquidez sobrante que, por prudencia, se establecen también para garantizar que los bancos tengan suficiente liquidez a mano para satisfacer las necesidades de sus depositantes. Se invierten en letras del tesoro, pagarés de empresa, préstamos interbancarios o bonos de tesorería, activos que perciben algún interés y su volumen depende de un análisis coste-beneficio. Cuanto menor sea este coeficiente, más dinero podrá prestar el banco. Ese fenómeno de creación de dinero bancario se conoce como “expansión múltiple de los depósitos bancarios”.
Mediante este proceso de expansión, se crea dinero virtual concediendo préstamos. De este modo, el dinero se expande dentro del sistema financiero comercial tantas veces como el coeficiente de reservas o coeficiente de caja permita. Hoy en día está fijado, como se ha visto, en el 1%, de manera que por cada 1.000 euros en depósitos, el banco puede prestar 990.
Por lo tanto, está en manos de los bancos centrales restringir el dinero que se crea, si así lo consideran conveniente. Puede subir el coeficiente de caja y, de esa forma, se limitaría al máximo la creación de dinero. Podrían incluso situarlo en el 100%, pero el crédito a la economía se vería seriamente perjudicado, la función de los bancos quedaría desvirtuada y la política monetaria resultaría ineficaz.
Extraña mucho que en las circunstancias actuales los banqueros centrales y algunos gobernantes no estén más sincronizados, que en sus manifestaciones no tengan en cuenta cómo se crea el dinero y sus efectos y que no recuerden los beneficios recaudados de los bancos por cobrar por los depósitos. Y todo eso sin contar lo ingresado por impuestos.
Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín
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