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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mundo multipolar abre sorprendentes refugios seguros

EE UU ya no financia su consumo solo con los bonos, sino también vendiendo acciones, más volátiles

El primer ministro indio, Narendra Modi, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, el de EE UU, Joe Biden, y el primer ministro británico, Rishi Sunak, en septiembre en Nueva Delhi, en la reunión del G20, en Raj Ghat, monumento dedicado a Mahatma Gandhi.
El primer ministro indio, Narendra Modi, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, el de EE UU, Joe Biden, y el primer ministro británico, Rishi Sunak, en septiembre en Nueva Delhi, en la reunión del G20, en Raj Ghat, monumento dedicado a Mahatma Gandhi.POOL (via REUTERS)

Hace un cuarto de siglo, el entonces ministro de Exteriores francés Hubert Védrine acuñó un nuevo término para describir a EE UU: l’hyperpuissance, la única hiperpotencia del mundo. Era la garante de la seguridad mundial, la que establecía las reglas del comercio mundial y el hegemón internacional indiscutible. Hoy, la Pax Americana está hecha jirones; el libre comercio es un sueño que se desvanece; y cumbres como la de la pasada semana entre Xi Jinping y Joe Biden marcan la agenda mundial. Los días del dominio mundial indiscutible de EE UU han terminado. Geopolíticamente, vivimos de nuevo en un mundo multipolar.

Pero en las finanzas internacionales, el momento unipolar es más extremo que nunca. El dólar sigue siendo la moneda mundial de facto, mientras que EE UU juega en otra liga como el mayor deudor neto del mundo. Tomemos como ejemplo la posición de inversión internacional neta (PIIN) del país, la métrica de referencia del balance general de una nación, que resta la suma de los derechos financieros de los inversores extranjeros sobre ella, de los derechos de sus propios inversores en el extranjero. En junio estaba en -18 billones de dólares, o un déficit equivalente al 67% del PIB del país. Es más del doble del déficit del 33% de una década antes, y más de siete veces mayor que en 2007. Ninguna otra economía se le acerca cuando se trata de absorber los ahorros del mundo.

¿Cómo se ha desarrollado esta asombrosa desconexión entre la geopolítica y los flujos financieros internacionales, y cuánto tiempo puede durar? Los detalles de la PIIN de EE UU cuentan una historia interesante y alarmante.

Desde 2016, el déficit fiscal del país casi se ha triplicado, y ha alcanzado los 1,7 billones en el año fiscal más reciente. Esto, a su vez, disparó el déficit por cuenta corriente del país a más de 925.000 millones en 2022, frente a los 400.000 millones de seis años antes.

Financiar estos gigantescos déficits exteriores únicamente en el mercado de deuda pública podría haber resultado difícil en un mundo en proceso de desglobalización. Afortunadamente, la misma incontinencia fiscal que destrozó el balance del Gobierno federal impulsó una edad de oro para las ganancias corporativas estadounidenses. Primero, los recortes fiscales de Donald Trump turboalimentaron la rentabilidad de las empresas. Después, el auge del gasto de Biden impulsó también sus ingresos. Los mercados de renta variable del país se convirtieron en el Shangri-La de los inversores extranjeros hambrientos de rentabilidad.

Esta revolución microeconómica produjo un importante resultado macro: un cambio radical en la composición de la cada vez más gigantesca PIIN de EE UU. Hasta 2016, incluso cuando el país se hundía cada vez más en números rojos en los mercados internacionales de deuda, seguía siendo un inversor neto en acciones en el extranjero. Desde entonces, empero, el país ha estado financiando su consumo vendiendo no solo bonos, sino también acciones, en términos netos. Así, su stock neto de inversión en capital extranjero ha pasado de un superávit de 2 billones hace una década a un déficit de casi 6 billones.

Este nuevo panorama deja el país mucho más vulnerable que antes a los caprichos de los inversores extranjeros. La antigua composición de la financiación, dominada por los bonos del Tesoro, era por naturaleza antifrágil. En una crisis, los inversores extranjeros se apresurarían a comprar aún más deuda de EE UU. La financiación mediante acciones, por contra, es más especulativa. La reciente volatilidad extrema del mercado del Tesoro de EE UU es una ominosa señal de que la prima de riesgo está subiendo. Si el excepcionalismo fiscal de las Bolsas de EE UU se desvaneciera –en otras palabras, si las finanzas se pusieran al día con la geopolítica–, los flujos de capital especulativo podrían invertirse de forma espectacular.

Para los inversores que se han acostumbrado a la idea de que no hay alternativa a las acciones de EE UU, se trata de una perspectiva desalentadora. ¿Dónde deberían asignar el capital si los mercados también se vuelven multipolares?

Los candidatos más obvios son los principales acreedores internacionales netos, cuyos mercados parecen los más propensos a beneficiarse de la consiguiente inversión de flujos. China, junto con Hong Kong, es el mayor de todos ellos, con una posición neta positiva de 4,5 billones de dólares en junio. Pero, al ser el otro protagonista de la nueva Guerra Fría, difícilmente es una cobertura para el riesgo geoestratégico. Los mayores ahorradores del mundo desarrollado –Japón (3,3 billones de dólares), Suiza (800.000 millones) y la zona euro (300.000 millones)– son, pues, apuestas más populares. Pero, con la excepción del país alpino, también representan selecciones geopolíticamente partidistas.

Una opción menos ortodoxa sería invertir en los emergentes. Antes de que se caiga usted de la silla, he aquí tres razones por las que podría funcionar.

La primera es simplemente que muchas economías emergentes son también importantes acreedoras netas. Algunas, como Singapur (800.000 millones de dólares) o Arabia Saudí (700.000 millones), le resultarán familiares. Otras, como Sudáfrica y –dígalo en voz baja– Argentina (ambas con 100.000 millones), son más sorprendentes.

La segunda razón es que la fragmentación geopolítica favorece a muchas economías emergentes. A medida que EE UU anima a los fabricantes a alejar las cadenas de suministro de China, alternativas hasta ahora menos competitivas, desde México y Brasil hasta Vietnam e India, están llenando los huecos. Mientras las superpotencias rivales buscan la seguridad del suministro de materias primas, productores desde Chile hasta la República Democrática del Congo tienen manos más fuertes. Entretanto, varios países del Golfo están aprovechando la oportunidad para servir de centros comerciales y financieros, accesibles a ambas partes.

Por último, está el hecho de que, en los últimos años, los responsables políticos de los emergentes han dejado por los suelos a sus homólogos de las economías avanzadas. Sus Gobiernos han sido fiscalmente más ortodoxos y sus banqueros centrales se han adelantado a los acontecimientos. Un reciente documento del Instituto Peterson de Economía Internacional resume sucintamente el nuevo orden: Cómo los mercados emergentes han superado a la Fed y al BCE. Hoy día, el Consenso de Washington de moneda fuerte y finanzas públicas disciplinadas no está en Washington, sino en el mundo emergente.

Ya oigo a los lectores reírse de esta idea. Pero la historia está de su parte. La última vez que la inversión neta de capital en la PIIN de EE UU se acercó a territorio negativo fue cuando la burbuja de las puntocom se desinflaba en 2001. En los seis años siguientes, el país registró salidas netas de capital equivalentes a casi el 30% del PIB. La renta variable de los emergentes superó a la de EE UU en un 320%. El mundo multipolar ha creado las condiciones para que se repita.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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