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Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿La economía? Ni está estancada, ni va como una moto

Aporta buenos números para un debate superficial como el electoral, pero acumula alarmantes y crecientes desequilibrios que la hacen muy vulnerable

Dos Hermanas (Sevilla), el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto. En la caseta municipal
Dos Hermanas (Sevilla), el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto. En la caseta municipalAlejandro Ruesga (EL PAÍS)

El presidente del Gobierno se ha embarcado en el empeño repentino de centrar el debate electoral del 23 de julio en la economía, convencido como está de que sus decisiones políticas han acumulado la enemistad de una creciente mayoría del electorado, y de que dispone de buenas razones para defender los resultados económicos de su gestión. La oposición da largas pese a acumular mejor expediente que la izquierda en la gestión de la economía, porque ha experimentado que el tuétano de la política es más sabroso, y ha tratado de despachar la invitación calificando de estancamiento la marcha de la economía. Pues bien: ni está lo “estancada” que dice Núñez Feijóo, ni va “como una moto” como la percibe Sánchez.

Siempre sospeché que siendo el presidente del Gobierno un verdadero artista en el uso del disfraz político, al correctivo electoral que los españoles le dieron a finales de mayo respondería sacando con cajas destempladas del Ejecutivo a los ministros que él no había nombrado e impostando un renacido centrismo durante el semestre de mayor exposición europea. Pero tal posibilidad se esfumó en las doce horas que tardó en comunicar que “a lo hecho pecho” y mandar a las urnas a los españoles en chanclas y bermudas.

Ha optado por practicar el silencio sobre las cuestiones políticas que le han fustigado en las urnas y por tratar de llevar la discusión a la economía, quizás desconociendo que casi nunca ha sido ese el viento que ha girado las veletas en las elecciones, que siempre ha sido la política la que lo ha hecho, sobre todo cuando se trata de un cambio de ciclo electoral. Únicamente podemos echar mano de un par de fechas en las que la economía jugaba en casa y ayudaba, seguramente porque la política circulaba por cauces más normales de los que ha transitado en los últimos cinco años, y una en la que fue determinante.

En 2000 la buena gestión económica de la derecha le proporcionó a Aznar una mayoría absoluta que no tenía antes, aunque hay que reconocer que la alianza anunciada por Almunia (PSOE) y Francisco Frutos (IU) contribuyó de manera notable a ella. Y es innegable que en 2008, cuando los bien informados sabían que nos rondaba una crisis de proporciones bíblicas, Zapatero salvó la cabeza en un debate económico en el que el designado líder económico del PP, Manuel Pizarro, hizo un memorable ridículo ante Pedro Solbes, al que con incalificable mansedumbre trataba de “don Pedro”. Cuatro años después la crisis y la gestión pusilánime del equipo económico de Zapatero enviaron a la izquierda a la oposición porque el país estaba hecho unos zorros.

La superficialidad con la que se ventilan los asuntos económicos en una campaña electoral echaría un buen capote ahora al Gobierno en funciones, porque nominal y socialmente los números pueden ayudarle. Otra cuestión es si se entra de verdad en el núcleo de las cosas, donde las deficiencias son notables y crecientes.

La economía no está estancada. Crecerá este año a tasas algo por encima del 2%, y mantendrá un cierto ritmo de avance del empleo, con una campaña turística exuberante, aunque más atenuado que en los trimestres pasados porque hay variables de la demanda que tienden a la planitud por el encarecimiento de la vida y de las facturas financieras de los hogares, que a su vez enviarán señales poco estimulantes para la inversión a las empresas.

Pero la economía no va como una moto. Con suerte alcanzará el país este año el PIB que ya tenía en 2019, y será la última economía europea en absorber el desplome generado por la pandemia. Y lo hará con un millón de empleos más, lo que esconde una preocupante pérdida de productividad que necesariamente no puede sostener mejores rentas y cotizaciones para financiar el estado de bienestar.

El ex ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, recordó en los debates del 45 Aniversario de este periódico hace una semana que cerraríamos el año con el nivel de producción relativa de 2008, lo que supone estar como hace quince años. Y el Banco de España recuerda que desde 1995 la evolución anual de la productividad ha sido negativa, y que desde 2006 el país se ha alejado en nivel de riqueza relativa sobre la Unión Europea. Y las previsiones de crecimiento para los próximos años no son las más expansivas del mundo, sin apenas prima de crecimiento sobre la UE para absorber los diferenciales, con una necesidad apenas reconocida de que el país necesita un plan reformista más ambicioso para estirar el crecimiento potencial, que además la Unión Europea se ha dignado en financiar, como el siglo pasado hizo con los fondos estructurales y de cohesión.

El empleo, que se ha sacudido una muy buena dosis de temporalidad, responde a un crecimiento elevado de parcialidad y al refugio de una cantidad nada despreciable de fuerza de trabajo en stand by durante buena parte del año por el abuso del contrato fijo discontinuo. Se han creado muchos empleos, pero relativamente poco empleo, aunque nadie pueda negar que ha respondido tan bien la generación de puestos ligados a nuevas tecnologías, como la contratación redundante en el sector público.

La economía no va como una moto; de hecho, tiene la estabilidad que puede proporcionar una moto. España ha acumulado en los últimos años por la desgraciada circunstancia de la doble crisis mundial (Covid y Ucrania) un incremento de deuda que pone en riesgo la capacidad de repago con normalidad de tipos, y que tiene una dependencia del BCE crónica si los mercados, si los prestamistas, se ponen serios.

La deuda privada se ha moderado mucho, pero la pública ha dado un salto de veinte puntos sobre el PIB que convierte a las finanzas públicas en muy vulnerables. Del control del déficit nadie habla, salvo los expertos, que predican cada día en el desierto alertando de la necesidad de acometer ya este año un ajuste fiscal para no hacerlo severo en 2024, porque el desequilibrio estructural llega al 4%, una cifra inasumible, y que podría ser limada ahora que los impuestos no deflactados generan unos ingresos que galopan a lomos de la inflación. Y, por último, el futuro financiero de las pensiones no está ni de lejos resuelto, diga lo que diga el ministro Escrivá, porque la velocidad del gasto es tal, que estrellará el problema contra los próximos gobiernos irremediablemente.

José Antonio Vega es periodista

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