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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No lean programas electorales

Ya no se le pide al ciudadano que piense antes de votar, sino que vote, con las tripas, ‘a los suyos’, para impedir que ganen ‘los otros’

Un ciudadano deposita su voto en una urna electoral en Pamplona.
Un ciudadano deposita su voto en una urna electoral en Pamplona.AYUNTAMIENTO DE PAMPLONA (AYUNTAMIENTO DE PAMPLONA)

Desde que la neuropolítica se ha impuesto en las democracias occidentales, los partidos políticos han abandonado el razonamiento, la argumentación, las propuestas y los han sustituido por eslóganes, anuncios, y consignas, todo muy breve y destinado a las emociones más que al pensamiento. El objetivo de la nueva política ya no es convencer, sino movilizar y así esos largos programas electorales que usaba la vieja política para explicar proyectos sugerentes capaces de atraer a un votante indeciso, han dado paso a las campañas publicitarias para forofos, diseñadas por profesionales de la comunicación en base a micro encuestas diarias.

Ya no se le pide al ciudadano que piense antes de votar, sino que vaya a votar, con las tripas, a los suyos, para impedir que ganen los otros. La actual política no se dirige a la razón, sino a las pasiones y, a menudo, a las bajas pasiones de los seres humanos. Por tanto, las campañas buscan “que los míos me voten todos” y “desanimar a los del adversario (¿o enemigo?) para que se queden en casa”. Y ello se consigue enviando mensajes que activen nuestros principales sentimientos (miedo, odio, deseo, envidia…).

El primer programa electoral en el que participé de manera destacada fue el del PSOE para las elecciones de 1986, cuyo coordinador era Alfonso Guerra. Desde entonces, he colaborado en muchos otros, incluso siendo coordinador de economía, hasta el de 2015. Me cuesta evitar, pues, ponerme en modo programa cada vez que se convocan elecciones generales.

¿Qué me gustaría ver, ahora, en un programa electoral? Empiezo por reconocer que, para mí, un programa electoral debe ser la síntesis de las propuestas (y los compromisos) que un partido político lanza a los ciudadanos para, con su voto, trabajar durante los siguientes cuatro años mejorando el país. Algo, por tanto, propositivo, para construir entre todos.

Una propuesta económica para España 2023-2027 debe, en primer lugar, partir de lo que hay. Es decir, aceptar los números y los datos económicos internacionalmente reconocidos. Por ejemplo, las últimas previsiones de la OCDE, que recogen cuatro hechos incuestionables: vivimos una desaceleración mundial; España tiene un mejor desempeño que la media (europea y global); hay que tomar medidas para controlar el déficit y la deuda pública; necesitamos mejorar la productividad y la renta per cápita.Un programa que exponga las orientaciones y las medidas necesarias para crecer mejor; repartir mejor; reforzar la cohesión social y, más allá de la economía, mostrar cómo vertebrar España con un propósito de país adecuado al siglo XXI. Daré algunos apuntes con mi visión sobre estos asuntos.

Crecer mejor ya no es incrementar el PIB (cosa que, por cierto, no siempre depende de los Gobiernos). Y, en mi visión, no es solo acompasar el desempeño económico con la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático. Aquí y ahora, significa dos cosas adicionales: dar trabajo a dos millones más de ciudadanos, sobre el actual récord de empleados, para reducir el paro y equiparar nuestra tasa de ocupación a la media europea y, de manera simultánea, mejorar la productividad por hora trabajada, que no solo está por debajo de la media europea, sino que ha caído en los últimos años. Sin esto, nuestra convergencia en renta per cápita no será posible. Y para conseguirlo hay que articular, de manera conjunta, programas de recualificación profesional de parados; una estrategia consistente de digitalización; un plan de estímulos al crecimiento del tamaño empresarial y medidas para incrementar el número de empresas productivas, superando el startapismo.

Repartir mejor, reduciendo la creciente desigualdad de renta y riqueza surgida a partir de la crisis de 2008, significa reforzar el carácter progresivo previsto en la Constitución para el sistema tributario (tipo medio efectivo), seguir luchando contra la inflación y apoyar las medidas que favorezcan el poder adquisitivo de los salarios (como la reforma laboral y el acuerdo salarial).

Reforzar la cohesión social debe ser un objetivo explícito y compartido. Y para ello, hay que adoptar medidas contundentes contra la elevada tasa de pobreza (sobre todo, infantil) de nuestro país. Junto a ello, aquellos sistemas que han formado parte del orgullo de país hasta que empezaron a entrar en claro deterioro deben recuperarse: sanidad, educación, pensiones, ayudas a la dependencia, vivienda social. Faltan recursos para estas políticas sociales, que deben acompañarse de importantes reformas estructurales aplazadas desde hace décadas. No podemos constatar inermes cómo el ascensor social ha dejado de funcionar y no reaccionar con contundencia. La pospuesta reforma de las Administraciones se ha convertido ya en una exigencia imprescindible que puede desarrollarse a partir de las cuatro leyes aprobadas siendo yo ministro.

Vertebrar España desde un propósito nuevamente compartido exige aparcar la confrontación entre lo tuyo y lo mío, para priorizar cómo hacemos frente a lo común, lo de todos. Eso escapa a lo económico, pero lo incluye. Por ejemplo: regular la figura de consorcios y agencias con ambición federal donde participen Gobierno central y comunidades autónomas en pie de igualdad; diseñar el modelo definitivo de financiación autonómica que recoja las diferentes responsabilidades y otorgue las necesarias capacidades para ejercerlas desde la “lealtad constitucional”; aprobar una Ley del Gobierno Central que defina sus competencias y le otorgue medios para ejercerlas. Y sí, la necesaria reforma del Senado y, también, de la Constitución.

Pocas, por no decir ninguna, de estas propuestas imprescindibles podrán implantarse sin amplios acuerdos parlamentarios. Quien está en la oposición tras las elecciones, pero gobernando en algunas comunidades y con posibilidades de ser Gobierno en el futuro inmediato, debe ser convocado a pactarlas. Y tiene la obligación de aceptar e intentarlo.

Siendo estas mis ideas sobre programas y campañas electorales, comprenderán que lo que viene en forma de Sánchez o España (¿quién vote a Sánchez será la anti-España?), frente a la derecha extrema no pasará (¿y si pasa, habrá exiliados?) me parezca no solo pobre, sino perjudicial porque no buscan construir convivencia, sino trincheras. Y eso, ya lo sabemos, nunca resuelve los problemas. Al menos, los problemas de los ciudadanos. Lo dicho, no lean programas electorales. Y, recuerden, esto es solo un artículo.

Jordi Sevilla es economista

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