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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Europa necesita una pala de ping-pong para el desafío de China

La diplomacia científica entre la Unión Europea y China entra en una nueva dimensión marcada por el tecnonacionalismo

Una trabajadora revisa los equipos de una fábrica de textiles en China el 22 de noviembre de 2018.
Una trabajadora revisa los equipos de una fábrica de textiles en China el 22 de noviembre de 2018.AFP

China dejó de copiar hace tiempo. Hoy se encuentra en disposición de disputar el liderazgo en la carrera científica y tecnológica en curso. Partiendo de que la ciencia avanza, sobre todo, en colaboración, el debate acerca del tipo de relación que debe tener la Unión Europea con China parece inevitable. China ha conseguido ser preeminente en diferentes áreas de conocimiento en pocos años y la tendencia indica que debiéramos preparar el terreno para una mayor entente a corto plazo. No obstante, las relaciones europeas con China se mueven con cautela, desde un cálculo desconfiado, enmarcadas en un momento llamado tecnonacionalista. Europa necesita una pala para jugar al ping-pong.

China, el país donde se descubrió cómo fabricar papel, la brújula, la pólvora o el cepillo de dientes, vuelve a ser una potencia en ciencia y tecnología. Desde los años 80 del pasado siglo, una sucesión de programas públicos (como el Programa 863 o la Estrategia para rejuvenecer el país a través de la ciencia y la educación) canalizaron recursos para construir un sistema de ciencia y tecnología propio. Después del 11 de diciembre de 2001, fecha señalada repetidamente como histórica pues fue el día en el que China entró a formar parte de la Organización Mundial del Comercio, el país acelera en todos los ámbitos.

Según Matt Sheehan del Carnegie Endowment, habría tres factores que explican el ascenso de China como potencia tecnológica: un gran mercado semiprotegido; vínculos con investigadores y empresas de todo el mundo; y un flujo constante de capital financiero, humano y físico invertido en campos con gran potencial de crecimiento como la IA. Margaret Chen recordaba en un reciente acto en Barcelona que en China se gradúan más de 1,4 millones de ingenieros al año. Ningún país puede competir con este volumen. De hecho, en China los ingenieros gobiernan, es el país del ingeniero rey: Xi Jinping es ingeniero químico; su antecesor, Hu Jintao, es ingeniero hidráulico; y el antecesor de Hu, Jiang Zemin, era ingeniero eléctrico.

Más allá del actual plan quinquenal y la estrategia de política industrial Made in China 2025 centrada en liderar industrias clave como la comunicación cuántica, la apuesta del Gobierno chino con mayor potencial transformador es la estrategia China Standards 2035. Esta iniciativa sitúa las relaciones internacionales con China en política de ciencia e innovación. Querer obtener la capacidad de establecer estándares internacionales da a entender que el liderazgo tecnológico chino será sólido. Los estándares son las especificaciones técnicas que dan forma a productos, servicios y procesos, incluyendo desde las dimensiones de un contenedor de carga hasta los protocolos de tráfico de internet. Estas especificaciones son muy influyentes: permiten que los productos de diferentes empresas y países funcionen sin problemas, ayudan a encontrar y comparar productos y aportan fiabilidad en la seguridad y el rendimiento de esos productos. China se ha fijado como objetivo alinear el 85% de sus estándares nacionales con los estándares internacionales. Que China iba en serio lo empezaremos a comprender más tarde.

Y en este marco aparece Taiwán, factor que marca las relaciones con China a todos los niveles. La isla de Formosa centra el análisis de riesgos geopolíticos, pero es también un actor clave para el desarrollo tecnológico mundial. Gracias a la apuesta por la innovación hecha durante décadas, hoy concentra la fabricación de uno de los bienes más preciados: los semiconductores. Como dice el historiador Chris Miller, “raramente pensamos en los chips y, sin embargo, han creado el mundo moderno”. En 1973 se creó el Instituto de Investigación Industrial y Tecnológica que después se convirtió en el Hsin-chu Science-based Industrial Park, sede de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Corporation (TSMC). Hoy TSMC controla el 90% de la producción de chips avanzados y es proveedor del ejército estadounidense y de Apple. Otras empresas como ASE Technology Holding Co. (ensamblaje de semiconductores), United Microelectronics Corp. (semiconductores), Chunghwa Telecom Co. (telecomunicaciones), Foxconn/Hon Hai Precision Industry Co. (hardware y software) o Quanta Computer (producción de notebooks) son empresas líderes en sus sectores. Los análisis sobre Taiwán de la directora del Observatorio de Política China e investigadora de la Universidad de Puebla, Raquel León de la Rosa, o los del analista especializado en Asia Javier Borrás son relevantes a este respecto.

La importancia de Taiwán es de tal magnitud, como se demostró tras el cierre pandémico, que la lejana Unión Europea ha decidido ser menos dependiente respecto a la demanda de semiconductores. Ya hay un acuerdo para el futuro reglamento de chips, que ordenará las condiciones para el desarrollo de una base industrial que pueda duplicar la cuota de mercado mundial de la UE en este sector.

A menor dependencia con Taiwán, más flexibilidad para acercarse a Pekín. Diálogo de mutuo beneficio comercial (que no paren las importaciones, por ejemplo, de litio) al mismo tiempo que desde la OTAN se aprueba el concepto estratégico que citó por primera vez a China como desafío. Este podría ser el horizonte apoyado por Macron, como se vio en su sonada última visita a China, y por Scholz. Una aproximación equilibrista que en ciencia y tecnología se resume en lo que Aïda Díaz (responsable del Pla Internacional, Departament de Recerca i Universitats de la Generalitat de Cataluña) expresa como “tan abiertos como sea posible, pero tan cerrados como sea necesario”.

En los últimos años, la Unión Europea ha perdido al Reino Unido como Estado miembro y roto relaciones con Rusia, no puede permitirse romperlas con China, según Wolfgang Münchau. Para poder jugar a ping-pong en la era del tecnonacionalismo se requieren, quizá, nuevas reglas. La Unión Europea empieza a proponer las suyas.

Eduard Güell es investigador predoctoral en política científica en Ingenio (CSIC-UPV) y en la UOC

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