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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que podemos esperar (y lo que no) de la economía china

Pekín apuesta por el crecimiento tras la etapa Covid cero, pero eso no quiere decir que lo consiga a medio plazo. En 2023 puede ser fácil, después dejará de serlo

Trabajadores chinos en una línea de montaje.
Trabajadores chinos en una línea de montaje.STR (AFP)

Da política de Covid cero de China era un modelo económico insostenible y, sin embargo, el anuncio de reabrir la economía fue una sorpresa para el mundo. Pero aún más inesperada fue su inmediata implementación. Debería haber quedado claro, cuando la variante Ómicron llegó a China en enero de 2022, que la enfermedad podría propagarse y se propagaría incluso a una mayor velocidad con una política de Covid cero. Pero irónicamente, los mandatarios chinos decidieron mantener su postura 11 meses más. Incluso durante el 20º Congreso del Partido, celebrado en octubre, no se dio ninguna señal de que se fuera a levantar esta política, a pesar de su enorme coste.

Las estrictas restricciones de movilidad relacionadas con dicha política tuvieron un gran impacto en la actividad en China, principalmente por el desplome del consumo, lo que redujo el crecimiento del PIB un 2,5 % en 2022. Como resultado, la tasa de crecimiento real del PIB del país terminó siendo solo del 3% ese año. La ironía de este cálculo estriba en que, si no se hubieran implementado dichas restricciones de movilidad, el crecimiento del PIB podría haber cumplido el objetivo oficial del 5,5%. Recientemente, en el encuentro político más importante del año llevado a cabo en marzo–y conocido como dos sesiones– la meta de crecimiento para 2023 ha acabado siendo aún más baja que la de 2022, en concreto, del 5%. Esta meta tan moderada ha sorprendido a la mayoría de los analistas, puesto que se esperaba un mayor impacto positivo de la reapertura de la economía, ya que todas las restricciones a la movilidad llevan eliminadas desde principios de diciembre.

Hasta la fecha, la recuperación parece haber sido rápida únicamente para los sectores más afectados por las restricciones relacionados con la política de cero Covid, como puede ser el turismo. En cambio, el consumo, que también se esperaba que aumentara fuertemente como ocurrió en el mundo occidental tras dejar atrás los confinamientos, por el momento ha decepcionado. En concreto, las ventas al por menor solo han crecido un 3,5% entre los meses de enero y febrero, respecto a más del 8% en 2022. De la misma manera, la producción industrial sigue estancada y los beneficios industriales han caído fuertemente. Y si eso no fuera poco, las exportaciones siguen bajando, aunque también las importaciones. En otras palabras, China para nada parece que se va a convertir en el mercado que va a salvar al mundo de una posible recesión, aunque también tiene una lectura importante. La demanda china no es lo suficientemente fuerte para crear presiones inflacionistas en el mundo, especialmente a través de los precios de la energía.

Más allá de la reapertura, existen dos importantes vientos a favor para 2023, como son el abandono, por parte de las autoridades chinas, de la presión regulatoria que se impuso sobre los promotores inmobiliarios, pero también sobre el sector tecnológico. Dicha presión, que se inició el pasado año 2020, provocó el colapso de la inversión privada, sector que ha comenzado a recuperarse, aunque muy lentamente.

Para saber cómo evolucionará la inversión, hay que adentrarse aún más en los objetivos últimos del partido, y en concreto del presidente Xi Jinping, en lo que se refiere al modelo económico que quiere perseguir. La cada vez peor situación económica, desde que comenzó la guerra comercial liderada por Estados Unidos, sumada a la crisis del Covid-19 y al fuerte deterioro del sector inmobiliario y de las plataformas tecnológicas, hace que sea absolutamente esencial reactivar la economía. Teniendo en cuenta el mal estado de las finanzas de los gobiernos locales, el colapso de muchas pequeñas y medianas empresas, el estancamiento de los ingresos de los hogares y el creciente desempleo juvenil, volver a crecer se ha convertido en un objetivo innegociable.

Lo malo es que no basta con querer crecer para poder crecer o, al menos, no a estas alturas. En las últimas décadas, China pudo crecer empujada por un proceso de urbanización y de apertura al resto del mundo, pero ambos motores del crecimiento se están agotando. De hecho, mientras la Administración de Xi Jinping siga convencida de la superioridad del actual modelo económico de China, en el que domina el poder del Estado con mucho menor espacio para la iniciativa privada, parece difícil esperar grandes aumentos de la productividad y, por ende, del crecimiento potencial.

En ese sentido, una vez el empuje que viene de la reapertura económica, relevante, aunque no sea tan grande como se esperaba, es de esperar que el crecimiento se siga desacelerando bien por debajo de la meta de crecimiento para 2023. De hecho, para el próximo año 2024 parece muy difícil crecer por encima del 4,5% y de ahí para abajo, hasta el 2,5% en 2035.

En resumen, aunque los dirigentes chinos, tras el desastre económico de la política de Covid cero, estén convencidos de que necesitan crecimiento para mejorar las difíciles condiciones económicas actuales, eso no quiere decir que lo consigan en el medio plazo. La tarea será relativamente fácil en 2023, pero mucho más difícil en el futuro.

Alicia García Herrero es economista jefe para Asia-Pacífico de Natixis e investigadora senior del think tank europeo Bruegel

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