Los agujeros de la regulación bancaria
Esta crisis es una oportunidad para poner sobre la mesa la conveniencia de extender los estándares de Basilea a un sector financiero altamente globalizado
Aunque la ola de desconfianza que ha inundado en las últimas semanas los mercados está generando un buen número de interrogantes sobre la solidez y estabilidad del sistema financiero, el colapso de Silicon Valley Bank, el rescate de Credit Suisse y la caída bursátil de Deutsche Bank del pasado viernes permiten plantear algunas cuestiones importantes sobre las que resulta interesante reflexionar.
La primera de ellas tiene que ver con el papel que han jugado los seguros por impago de crédito (CDS) en el azote sufrido por el banco alemán y la capacidad de estos instrumentos para desestabilizar el sistema. Las primeras informaciones apuntan a que fue un único CDS por 5 millones de euros sobre la deuda de Deutsche Bank el chispazo que provocó el derrumbe de la cotización del banco y sembró durante algunas horas el pánico en el conjunto de la banca europea. El presidente del Consejo de Supervisión del BCE, Andrea Enria, reconoció ayer que las transacciones de tamaño reducido en CDS han tenido un fuerte impacto sobre la banca y recomendó a las autoridades globales una mayor vigilancia sobre este producto, que opera con altas dosis de opacidad e iliquidez y cuyo potencial para dañar a una entidad puede amplificarse de forma exponencial. Con unos cuantos millones de euros no solo es posible mover los CDS de un gran banco, sino también influir en los precios de sus acciones e incluso, como señaló el propio Enri, condicionar las salidas de los depósitos.
Junto a una revisión de la regulación de los CDS, la actual crisis ha puesto de relieve los agujeros de la regulación bancaria en unos mercados globales y velozmente interconectados. Frente a la exigente normativa europea, cuyo rigor puede cuestionarse, pero que sin duda ha fortalecido la capitalización y la solvencia de la banca comunitaria, se alza un modelo americano articulado en torno a dos estándares bien diferenciados: uno más severo para la gran banca y otro bastante menos riguroso para las entidades medianas y pequeñas de carácter mayoritariamente regional. Una suerte de doble rasero que no solo explica buena parte de lo sucedido con SVB, sino que constituye una grieta creciente en la supuesta solidez del sistema.
Desde la Fed se reconocía ayer que es necesario revisar la regulación para fortalecer la resistencia del sistema bancario estadounidense. Ello abre un horizonte esperanzador para plantear la conveniencia de extender a los países del G20 los estandares de supervisión del Comité de Basilea, como una respuesta global a un mercado también global y cuyos riesgos son altamente sistémicos.
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