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Los peones detrás de las opas millonarias: “Dormí dos horas al día durante una semana”

Banqueros de inversión, abogados y consultores invierten miles de horas en jornadas maratonianas de alta tensión en la preparación y ejecución de grandes operaciones societarias que no siempre llegan a buen puerto

Pierre Lomba
peones opa
Ejecutivos en la zona financiera de Azca, en Madrid.Jaime Villanueva

En las pausas del café de la City y de Wall Street hay un tema común de conversación. No es la próxima final de la Champions, ni los play-offs de la NBA, sino la muerte, a principios de mes, de Leo Lukenas, un asociado de banca de inversión en Bank of America. El fallecimiento por una trombosis coronaria aguda de este banquero, de 35 años y padre de dos niños, podría haber pasado desapercibido en los principales centros financieros del mundo, de no ser por dos cuestiones. Una, que murió tras varias semanas trabajando más de 100 horas en una operación. Y dos, que era un antiguo miembro de las fuerzas especiales del ejército estadounidense, una profesión no precisamente exenta de estrés. Su muerte ha reavivado el debate sobre la presión que sufren cientos de analistas, abogados y consultores en las operaciones millonarias de alta tensión. Todos los participantes de este reportaje han preferido mantener su identidad oculta.

El BBVA envió el pasado 1 de mayo a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) la carta que su presidente, Carlos Torres, había remitido al consejo del Sabadell. En apenas cinco folios a una cara, Torres exponía las condiciones de su oferta para una fusión que se ha acabado complicando. En otros cinco, la entidad solicitaba este viernes la autorización del regulador para lanzar la opa. Cada palabra, cada coma y cada cifra en estos aparentemente escuetos documentos ha sido estudiada por cientos de banqueros de inversión, consultores y abogados que no salen en la foto, ni firman las misivas. Pero que han invertido miles de horas de trabajo en ellos.

Las operaciones nacen en los despachos de las plantas nobles o en reservados de restaurantes de postín; en cafés y llamadas entre altos ejecutivos de cuya existencia solo sabe un círculo reducido de personas. Cuando las cosas se ponen serias, las compañías contratan a sus asesores. En una fusión (o una opa), tanto la empresa que pretende absorber como la firma objeto de deseo cuentan al menos con un asesor financiero (un banco de inversión) y un asesor legal, un despacho de abogados. En caso de las grandes cotizadas no es extraño tener un ramillete de entidades financieras y dos despachos. El primer paso es hacer una radiografía legal y financiera tanto de las empresas como de la operación, lo que en el mundillo se conoce como una due diligence (traducido literalmente del inglés como “diligencia debida”).

Los asesores tocan todos los palos de la operación: el legal —que incluye tanto a abogados de fusiones y adquisiciones como a laboralistas, fiscalistas, especialistas en propiedad intelectual o en competencia—, el comercial y el financiero —que es una de las partes más importantes, porque es donde se delimita el precio—. “Es lo que en el mundillo financiero se llama “modelo”, y supone gran parte del trabajo”, apunta Miguel, un español que trabaja en Londres como asociado en uno de los bulge bracket, como se conoce a los mayores bancos de inversión del mundo. “Hay mucha presión. Si tú calculas que el precio de la acción es 14, pero mides mal los impuestos y acaba siendo 12, es una catástrofe. Evidentemente, mucha gente revisa tu modelo, pero la responsabilidad última recae sobre ti”.

Ya desde el análisis previo, las jornadas son maratonianas: “Yo he estado una semana durmiendo de media dos horas”, cuenta Miguel. “Es raro que estés dos días seguidos sin dormir, pero lo que haces es no dormir uno entero, y al día siguiente dormir cuatro o cinco horas”. En una operación reciente, recuerda, “solo” tuvo tres all nighters (como llaman en la City a las noches en vela), aunque matiza que él nunca ha dormido mucho, así que no le importa. Cuando por fin acaban, normalmente con la aceptación de una oferta vinculante, él y su equipo suelen irse a casa a descansar, sea la hora que sea de la jornada laboral.

La responsabilidad difiere en función del rango, pero la presión es transversal: “El socio o el asociado sénior te llama a tu despacho y te dice que te va a meter en una due”, cuenta Manuel, un abogado laboralista que trabajó en uno de los despachos más grandes de España. Ahí empieza todo: “Si ya de por sí tienes unos horarios generosos, estos se ensanchan. Los socios trasladan la urgencia a toda la escala jerárquica”. Hasta los junior: “La sensación es que llevas poco y que tienes mucho que demostrar, que tu trabajo tiene visibilidad y que tienes que hacerte un nombre”, recalca el abogado.

A la presión propia de una operación que mueve millones se suman unos plazos muy ajustados. Y más aún si se trata de una opa sobre una empresa cotizada, cuya acción baila cada día (y, con ella, la prima que se ofrece). “Cuando un valor se vuelve opable [esto es, que la acción baja tanto que una empresa puede lanzarse a formular una atractiva oferta a sus accionistas], sabes que hay mucha gente mirándolo y quieres ser el primero”, apunta Miguel. A los ritmos de los clientes, muchas veces apremiantes, se suman los propios del despacho: “Hay socios que permiten como norma general que todo sea urgente” lamenta Marina, letrada en uno de los despachos españoles con más proyección internacional: “Da igual que los abogados no vivan, que la operación se tiene que cerrar en una semana”.

Cada centímetro se analiza con cuidado, para lo que se necesita gente y tiempo. En una due diligence se revisan miles de contratos en busca de cualquier contingencia o vicio oculto: desde los laborales hasta cada emisión de bonos. Y, si la operación es de la suficiente magnitud, se intercambian ingentes cantidades de información con los supervisores y reguladores públicos como la CNMV o la Comisión Nacional del los Mercados y la Competencia (CNMC). Eso son montañas de documentos, que en muchas ocasiones acaban en papel mojado: Manuel cuenta entre risas cómo, después de estar semanas trabajando en una due diligence, que acabaron acumulando más de 30 carpetas en su mesa, su superior se acercó a decirle que las tirara, que los clientes se habían echado para atrás.

Honorarios

Las personas que trabajan en el sector son profesionales altamente cualificados que pasan un proceso de selección riguroso. Pero los conocimientos técnicos, a estos niveles, no son suficientes: “Los periódicos te venden como el genio de las finanzas, pero lo que te diferencia es la actitud”, subraya Miguel. El prestigio, pero sobre todo las atractivas condiciones económicas, ayudan a aguantar: un banquero junior de la City cobra, de media, de 48.000 libras (más de 56.000 euros), según la plataforma Glassdoor. A ello se añaden complementos como el bonus que pueden superar las 10.000 libras. De acuerdo con un informe de Signium, un asociado de un despacho en España tiene un sueldo fijo medio de algo más de 57.000 euros. “Vives en una dicotomía constante”, asegura Manuel, “por un lado, tienes un sueldo que nadie fuera te puede igualar, pero por el otro lado tienes ansiedad, y tus relaciones sociales se resienten”.

Las grandes operaciones no solo mueven los precios milmillonarios que están dispuestas a pagar las entidades por absorber a otras, sino también los jugosos honorarios de los asesores. En una operación de 1.000 millones, asegura Miguel, un banco de inversión se puede llevar 10. Para lograr captar a los clientes, los despachos compiten a la baja en sus tarifas: “Establecen un precio fijo por un número acordado de horas”, cuenta Laura, abogada en otro de los despachos españoles más prestigiosos. “Y, como las horas que pactan no son suficientes, pasado ese límite los jefes nos dicen que no las apuntemos”. Para ello usan eufemismos como que hay que ser “especialmente cuidadoso” con las horas apuntadas. Esto va en detrimento de los letrados, que no pueden contar esas horas de cara a su bonus de productividad.

Según ha podido averiguar Reuters, semanas antes de morir, Lukenas había contactado con un asesor de recursos humanos para salir del banco. Manuel, el abogado laboralista, acabó dejando el despacho en el que estaba para irse a trabajar con un cliente, sacrificando dinero pero ganando calidad de vida. Una salida que tiene en mente Marina, que también se plantea montárselo por su cuenta. Miguel, sin embargo, quiere hacer carrera en la City. Ni el hecho de ver a un antiguo jefe sufrir un ataque que lo dejó “completamente paralizado” en su mesa le ha convencido: “Todo el mundo está aquí por el dinero, pero hay otros a los que además les encanta y, a mí, me encanta”, dice, arrastrando con énfasis la última palabra. La semana pasada, otro analista de Bank of America, esta vez de 25 años, murió repentinamente mientras jugaba un partido de fútbol.

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Sobre la firma

Pierre Lomba
Redactor de la sección de Economía. Graduado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París. Después de ejercer la abogacía, realizó el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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