Nos queremos (profesionalmente) vivas
La autonomía de la mujer es poder y el empoderamiento nos aleja de los roles de género
Este jueves tengo la suerte de moderar la mesa dedicada a las nuevas tecnologías del Congreso Anual de Igualdad del Colegio de Abogados de Madrid, nuestra Cumbre de Mujeres Juristas.
Como cada año, mujeres de éxito responden a nuestra llamada y aportan su trayectoria a los fines que perseguimos: detectar y denunciar problemas y barreras, proponer y exigir soluciones, promover y alimentar iniciativas, detectar y aprovechar las oportunidades. Prometemos difundir las conclusiones.
En esta ocasión contaremos no sólo con juristas del mundo de la consultoría y la selección de recursos humanos, sino también con mujeres STEM (acrónimo por las siglas en inglés science, technology, engineering and maths). La visión trasversal que nos aportarán desde su profundo conocimiento de las ciencias, especialmente de la inteligencia artificial, aplicada al sector empresa y desde la perspectiva de género, no sólo enriquecerá a la audiencia, sino que pondrá de manifiesto cuan largo es el camino que queda por recorrer.
Con la propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo por el que se establecerán normas armonizadas en materia de inteligencia artificial sobre la mesa desde abril de este año, gobiernos, desarrolladores, empresas, abogados y opinión pública andamos expectantes. En su exposición de motivos, el borrador hace expresa referencia a las posibles consecuencias discriminatorias por causa de sexo derivadas de imprecisiones técnicas de los sistemas de inteligencia artificial destinados a la identificación biométrica remota, tecnologías aplicadas en educación, formación profesional y el empleo, entre otros.
La interpretación de hechos y de personas por una máquina, que además aprende de errores, resulta harto compleja, tanto, como el propio ser humano, y es por ello que caminamos con este texto hacia una obligación de velar y garantizar que el sesgo de los sistemas de inteligencia artificial de alto riesgo se “vigile, detecte y corrija” desde la gobernanza responsable de datos.
Pero antes del gran éxito que estoy segura será el congreso, hoy quiero hablaros de un gran fracaso. O de dos, el mío (seguro) y el del sistema (presumiblemente).
Había preparado una sorpresa para mis contertulianas con mucha ilusión. Hace semanas pedí formalmente a decenas de colegios madrileños que nos remitiesen al Colegio de Abogados de Madrid dibujos hechos por sus alumnos y alumnas en los que plasmasen a una persona que trabajase en informática y a una persona que trabajase en el mundo jurídico.
Pretendía exhibir esas ilustraciones en pantalla grande durante el congreso: qué sexo atribuyen mayoritariamente los pobladores del futuro a las profesiones tecnológicas y jurídicas, y si el sesgo cambia con el cambio de etapa niñez- preadolescencia- adolescencia.
Pretendía sacar conclusiones estadísticas, franjas de edad, sexo, diferencias entre tipos de centro…. y mostrarlas en nuestra fiesta de la igualdad. Un estudio serio y con conclusiones relevantes, vaya. Quería mencionar con orgullo a los colegios que nos hubiesen ayudado. Y así se lo dije y ahí, creo, me falló el sistema.
Ningún colegio ha querido someterse a la prueba del algodón, ninguno de los públicos, privados y concertados invitados. Nadie, siquiera, ha respondido. ¿Por qué? Allá va mi teoría: ninguno de ellos quiere realizar un test que concluya que los alumnos de su centro no conciben las profesiones desde la igualdad. Creo que lejos de verlo como un ejercicio de autoevaluación y, aunque cuenten con unos profesionales excelentes, lo han visto como un riesgo potencial de mala publicidad. Y lo cierto, con el corazón en la mano, es que les entiendo. La igualdad es un tema demasiado caliente en este momento, arrojadizo, con demasiadas corrientes y demasiadas autoridades en feminismo decidiendo qué personas e instituciones merecen la insignia women friendly.
Los nuevos tiempos traen de la mano nuevos empleos y nuevas formas de desempeñar profesiones históricas, como la abogacía. La cercanía a las nuevas tecnologías y el verlas como un modus vivendi necesita mucho más impulso que incluir una asignatura de digital skills o usar tablets en clase de geografía. Se trata de mostrarles referentes femeninos de todos los campos. De introducirlas en el mundo de la empresa. De que conozcan el emprendimiento y la realidad del mercado mientras aprenden fundamentos de economía. Hay que revisar y actualizar anualmente los planes de estudios e introducir las novedades tecnológicas y apoyar a la estupenda planta de profesores de nuestro país a mantenerse al día.
Pero es más, la estadística nos cuenta cómo en la mayoría de casos extremos de sumisión femenina (violencia de género, condiciones laborales discriminatorias o precarias, crianza exclusiva de los hijos), la dependencia económica actúa como un ancla que impide a la mujer (o le dificulta enormemente) salir de la espiral en la que se encuentra. La falta de formación cualificada constituye una insalvable barrera para su acceso o reincorporación al mercado laboral, ubicándola en ese colectivo de riesgo de exclusión que va engrosando, más con la delicada situación coyuntural post-COVID que nos afecta.
Creemos jóvenes independientes, formadas y competitivas en las profesiones del futuro. Ayudas sí, pero autocrítica, también. Vigilemos de cerca cómo las nuevas herramientas de inteligencia artificial podrán ayudar o afectar a los derechos de nuestras contemporáneas y descendientes, peleemos con uñas y dientes que las plataformas de contratación y gestión del desempeño no les afecten en negativo, que las hagan laboralmente visibles y las valoren adecuadamente, pero no dejemos, ni un día, de entrenarlas en la sana competitividad.
Como sociedad, para seguir luchando por una igualdad real, debemos aplicar lo que en inteligencia artificial se llama la ley de probabilidad inversa de Bayes: cojamos todos los datos, analicémoslos y saquemos conclusiones sobre la causa más probable que los genera. Nos queremos vivas, también en el mercado, porque la autonomía es poder y el empoderamiento nos aleja de los roles.
Esther Montalvá, diputada de Asuntos Digitales de la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de Madrid