¿Normalización o entropía?
No podríamos encontrar nada más parecido al caos que la situación económica y financiera, también social y política, que hemos vivido con posterioridad a la epidemia de covid-19
Estoy convencido de que el amable lector, especialmente si se trata de alguien con largos años de experiencia, ha pensado en alguna ocasión que “antes las cosas eran más sencillas”. Si es así, no tiene por qué preocuparse. Que las situaciones se inclinen a ser más complicadas es algo compatible con la segunda ley de la termodinámica: todo tiende irreversiblemente al mayor desorden. Esto es mayor entropía. No es una ley de Murphy, es sólo física.
Pueden tranquilizarse: este artículo no va a dedicarse a discutir magnitudes físicas. Pero resulta atractiva la analogía del mundo económico y financiero actual, con una enorme cantidad de datos e información relevante, múltiples actores y centenares de noticias que le afectan diariamente, con un universo físico, caracterizado por un elevado nivel de caos. Curiosamente, la entropía, por definición, va a suponer que, de ese caos o desorden existente en un sistema, surja una situación de equilibrio, diferente en todo caso de la condición inicial. En otras palabras, una especie de “normalización”.
Llevando estos pensamientos al mercado actual, la verdad es que no podríamos encontrar nada más parecido al caos que la situación económica y financiera, también social y política, que hemos vivido con posterioridad a la epidemia de Covid 19: fuertes caídas de demanda primero y de oferta después, originaron distorsiones sobre los precios que aún estamos en vías de contener. El crecimiento de los países ha recorrido una especie de valle, con una cuesta abajo muy rápida y una cuesta arriba heterogénea. Adicionalmente, la guerra de Ucrania ha añadido más presión sobre los precios de las materias primas, por no hablar de la estructura geopolítica mundial. Realmente, es difícil imaginar un lustro tan similar a un universo en construcción, a una estrella en formación o, por momentos, a una pista de coches de choque.
No obstante, partiendo de este caos, parece quedar pocas dudas de que estamos evolucionando hacia un mayor equilibrio. Inestable, pero equilibrio, al fin y al cabo. Desde luego, la mejor noticia que tenemos en el proceso es que la inflación, después de tres años, parece estar embridada. Es más, su protagonismo, como dato financiero, ha cedido paso, a ojos del mercado, al crecimiento, algo que ha quedado claro tras la última reunión de la Reserva Federal. No obstante, no conviene echar las campanas al vuelo: los IPCs subyacentes no solo se mantienen por encima de los números que consideramos aceptables, sino que es muy probable (así lo estima el BCE) que observemos un repunte -transitorio- a corto plazo. En ese contexto, no alcanzaremos los niveles de crecimiento de precios objetivos, tanto en Europa como en EE UU, hasta muy finales del año que viene o principios del siguiente. Nadie dijo que fuera fácil.
Dicho eso, las últimas decisiones del Banco Central Europeo y de la Reserva Federal, en el sentido no solo de bajar los tipos de interés, sino de dejar la puerta claramente abierta a continuar este proceso, es algo que no podemos sino asociar a una mayor normalización. Sin duda, como comentábamos acerca de la entropía en términos físicos, se tratará de un equilibrio que enmarque un mundo económico —y político— distinto: aunque bajen, los tipos de interés serán significativamente más altos que los vividos durante la década pasada. También la inflación lo será, fruto de un mundo menos líquido, más viscoso por lo que se refiere al intercambio mundial de bienes y servicios. Adicionalmente, la alta política mundial enmarca un escenario con muchos aspectos en común con la Guerra Fría del siglo pasado. Sin ir más lejos, los presupuestos de defensa, dentro de la Unión Europea, van camino de doblarse en pocos años. Algo que, por cierto, el reciente y famoso informe Draghi apoya, en el entendido de que una defensa común es un importante eje tractor de la unidad política y también de la economía.
Naturalmente, los mercados financieros deben adaptarse a este “nuevo orden mundial”. Probablemente, la renta fija constituye un termómetro de mercado más preciso que las Bolsas, para determinar la temperatura de la normalización. En las últimas semanas hemos apreciado, claramente, reducciones en la rentabilidad de las curvas de deuda estadounidenses y europeas. Y si bien la estructura de estas curvas sigue siendo bastante plana, se han reducido, incluso eliminado, las pendientes negativas en algunos tramos, singularmente el 2-10 años americano. Este proceso debería continuar, a medida que sigamos viendo bajadas de tipos. Ello sigue poniendo a los bonos como activos extremadamente interesantes de inversión, si bien con rendimientos menos espectaculares que los que veíamos hace justo un año.
En cuanto a la renta variable, aquí la disparidad es muy alta. Los cambios rápidos dan lugar a momentos de tensión, como los vividos a principios de agosto y septiembre. El cambio de sesgo en los tipos lleva también un cambio apreciable de valoración de sectores, con la tecnología como claro perjudicado…en un primer momento. Mucha atención a esto, porque un mayor crecimiento con tipos bajos —que deberían reflejar una mayor valoración de las compañías, por mero descuento de flujos— puede volver a convertir a este sector, de nuevo, en la estrella de las Bolsas.
En ese sentido, las estimaciones de datos de crecimiento, como hemos comentado, son clave, en la medida que apoyarán expectativas de crecimiento de beneficios. Por tanto, en la medida que veamos datos al alza de actividad económica o, para ser más exactos, datos de actividad mejores de los estimados, los mercados bursátiles deberían verse favorecidos. De ahí la importancia de las previsiones de los bancos centrales. Y, en ese contexto, dentro de esta normalización en un mundo entrópico, cualquier caída de las Bolsas, especialmente si toca niveles de soporte técnico, debería ser considerada una oportunidad de entrada, en ausencia de nuevas variables…lo que no es poco decir, teniendo delante unas elecciones presidenciales en EE UU. Pero esto, tal vez, sea un nuevo tema para un nuevo artículo.
Pedro del Pozo es director de inversiones financieras de La Mutualidad