Ir al contenido
_
_
_
_
La punta del iceberg
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El ocaso del privilegio desorbitado: cuando el ‘hegemón’ tambalea

Las tensiones geopolíticas y económicas amenazan el dominio del dólar en el sistema financiero global

Donald Trump

Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió no solo como el salvador del mundo occidental, sino como la piedra angular de un nuevo orden económico internacional. Con las economías europeas en ruinas y un nuevo enemigo ideológico al este, el dólar estadounidense se convirtió rápidamente en el epicentro de la recuperación occidental y en el símbolo monetario del mundo libre.

Los acuerdos de Bretton Woods consolidaron esta posición como una extensión natural de una realidad impuesta por los hechos. Este sistema se construía sobre un dólar convertido en moneda de reserva global, estatus que otorgó a Estados Unidos lo que Valéry Giscard d’Estaing denominó un “privilegio exorbitante”: la capacidad de financiar déficits sin las consecuencias que enfrentarían otras naciones, al imprimir dinero que el mundo entero aceptaría como reserva de valor y, en esencia, exportar su inflación al resto del planeta. Básicamente, una moneda no colapsa bajo la losa de la hiperinflación si, ante un aumento de la oferta su demanda la está esperando. Y créanme, había, y siempre ha habido, apetito por la moneda estadounidense.

Sin embargo, este privilegio comportaba los costes contrarios: una potencial sobrevaloración persistente del dólar que podría erosionar la competitividad del país. Este fenómeno, conocido como el “dilema de Triffin”, impulsaba a los Estados Unidos a mantener déficits comerciales permanentes, mientras satisfacía la demanda global de dólares, perjudicando así a su sector industrial. Como en el retrato de Dorian Grey, la eterna demanda del dólar conllevaba que, internamente, algo se deterioraba, algo se pudría.

La caída de Bretton Woods en 1971 no descarriló la supremacía del dólar, sino que la transformó. El mundo siguió utilizando esta moneda no por su respaldo en oro (referencia que había perdido de vista desde los inicios de Bretton Woods), sino por la confianza en la economía estadounidense, sus instituciones democráticas y su estabilidad política generaban. El colapso del bloque soviético en 1989-1991 sólo reforzó esta hegemonía, con la consolidación definitiva del sistema financiero centrado en el dólar. Esta posición privilegiada permitió a Estados Unidos mantener déficits comerciales y fiscales, acumular deuda pública masiva, y aun así preservar la fortaleza de su moneda—una ecuación imposible para cualquier otra economía del planeta.

Sin embargo, las políticas económicas y geopolíticas de la administración Trump amenazan con socavar los cimientos mismos del sistema que ha beneficiado tanto a Estados Unidos. Los anuncios y no anuncios sucesivos de aranceles a Canadá y México o a la Unión Europea, junto con los aplicados a China, representan un ataque frontal poco serio y caprichoso contra el orden comercial global que Estados Unidos diseñó, promovió y de la cual se benefició de diversas maneras. Los índices de incertidumbre global están en máximos, mientras los activos financieros permanecen aún con bajísimas primas de riesgo. Esta divergencia entre la incertidumbre política y la complacencia de los mercados no apunta nada bueno, sobre todo para activos denominados en dólares.

Podríamos pensar que la administración Trump busca precisamente esto, socavar el papel del dólar en las finanzas mundiales para así abrir el corsé que atenaza su sector productivo industrial. Pero si este fuera el caso, las políticas de Trump fundamentadas en una comprensión económica aparentemente simplista, ignoran el papel de los déficits fiscales en los desequilibrios comerciales, así como el papel del dólar en esta ecuación. Como se explicaba la semana pasada en esta columna, en buena parte, el déficit comercial de EE UU se debe principalmente a su déficit fiscal, que se financia barato por las razones anteriormente comentadas, y no a prácticas comerciales desleales. Y todo parece indicar que los planes fiscales de aquí a 2028 perpetuarán este déficit, por lo que todo el peso de la subida de aranceles recaerá en el bolsillo del norteamericano medio. Trump lo único que tendría que hacer es asegurar una senda de equilibrio creíble. Pero hace lo contrario.

Así, la incertidumbre que podría afectar al papel del dólar y la confianza que este destila no hacen más que crecer. Después de los movimientos en los mercados norteamericanos ante los anuncios y no anuncios de subidas de aranceles, así como el control que se ejerce sobre agencias como la SEC, su potencial influencia sobre la Reserva Federal añade un nivel adicional de incertidumbre.

Frente a esta incertidumbre, los mercados financieros y los bancos centrales globales comienzan a contemplar lo impensable: un sistema financiero sin Estados Unidos en su centro, algo aún lejano, pero que ya no podemos dar por imposible. El dólar, que actualmente constituye más del 57% de las reservas oficiales globales, podría ver esta participación disminuir progresivamente si los administradores de reservas globales deciden diversificar sus carteras ante la imprevisibilidad estadounidense.

La Unión Europea, y el euro, a pesar de sus fragmentaciones internas, vislumbra en esta crisis, si logramos sobrevivir a ella, una oportunidad histórica. Con una población 3.6 veces mayor que la de Rusia y un PIB 4.7 veces superior, Europa posee los recursos para equilibrar militarmente a Rusia en el largo plazo y ofrecer una alternativa sólida y con base frente a una economía norteamericana con potentes bases, pero que debe hacer frente a no menos poderosos envites lanzados desde la Casa Blanca. Un mercado de bonos europeo robusto y líquido podría ofrecer a los administradores de reservas globales la alternativa que han buscado durante décadas.

Si las primas de riesgo comenzaran a aumentar como resultado de las políticas inflacionistas de Trump, podríamos presenciar una huida de capitales de Estados Unidos y una depreciación del dólar (que se ha iniciado, pero nada nos dice que se deba a un aumento de la desconfianza basado en lo anterior). Los anuncios del futuro canciller alemán trabajan en esta dirección al ofrecer al mundo una mayor oferta de bonos alemanes que serán utilizados para hacer renacer a la economía más potente del continente europeo. Solo faltaría que nos tomáramos en serio al bono europeo.

La ironía histórica es que el privilegio exorbitado del dólar, que ha permitido a Estados Unidos financiar su estilo de vida y proyección militar global, podría estar siendo desmantelado no por sus adversarios, sino por políticas nacionalistas cortoplacistas emanadas desde Washington mismo. Podría existir la posibilidad de que Trump desee esta retirada del dólar, beneficiando a su manera a Estados Unidos. Pero este ejercicio solo puede discurrir por un pasillo muy estrecho del que, si nos salimos, podría generar consecuencias desastrosas para el país anglosajón y para la economía global.

La pregunta que queda en el aire es si estamos presenciando simplemente otro ciclo de volatilidad política estadounidense o el comienzo de un realineamiento estructural global. La historia nos enseña que los imperios no suelen desvanecerse con un estruendo, sino con un suspiro. El ocaso del privilegio desorbitado americano podría estar ocurriendo ante nuestros ojos, casi imperceptiblemente, hasta que un día sea evidente para todos.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_
_