¿Dolarizar? Un camino que mejor no tomar
Reemplazar el peso por el dólar no eliminará los complejos incentivos políticos que devoran la economía del país, ni resolvería la situación de un sistema bancario en riesgo bajo la influencia del estado
No hace mucho tiempo, Argentina se encontraba entre los países más prósperos. Gracias a su temprana industrialización y a su vasta provisión de recursos naturales, compartía riqueza e influencia global con otras naciones europeas. ¿Cómo es posible que un país con un potencial tan prometedor cayera en un espiral de...
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No hace mucho tiempo, Argentina se encontraba entre los países más prósperos. Gracias a su temprana industrialización y a su vasta provisión de recursos naturales, compartía riqueza e influencia global con otras naciones europeas. ¿Cómo es posible que un país con un potencial tan prometedor cayera en un espiral de crisis recurrentes, inflación descontrolada y estancamiento que lo han llevado a retroceder en su desarrollo relativo?
Encontrar respuestas a esta pregunta no resulta sencillo, pero en resumen, podemos atribuir gran parte de ello al estado argentino y los incentivos políticos que este genera. El populismo arraigado en el ámbito político se ha traducido en una dominancia fiscal, fuente de desequilibrios notorios en este país hermano.
La dominancia fiscal implica la persistente falta de equilibrio financiero en el estado, lo que conduce al uso interesado del banco central para generar liquidez debido a la incapacidad de financiar los déficits recurrentes, dando lugar a una constante y elevada inflación. Además, esta dominancia es acompañada por el control de la actividad productiva, especialmente del sistema bancario, empleado para el propio interés del estado, llegando a nacionalizarse en ocasiones los ahorros privados, generando un secular rechazo de los argentinos hacia su estado y su moneda (dolarización de facto) y a una exposición extrema del sistema financiero al riesgo país.
Durante los noventa se intentó abordar la situación mediante la Convertibilidad, que implicaba fijar la moneda nacional a una proporción 1:1 con las reservas disponibles en dólares. El banco central solo podía emitir si respaldaba cada emisión con reservas. Aunque no constituía una dolarización completa, se aproximaba mucho a esta idea. La limitación temporal de la capacidad del banco central para generar liquidez logró controlar la inflación durante unos años, pero el experimento fracasó en un aspecto: la dominancia fiscal no desapareció. Los desequilibrios a largo plazo requerían de nuevas instituciones políticas y nuevos incentivos que nunca llegaron. Al final, la corriente encuentra su curso natural.
El detonante de la crisis provino del exterior. La Convertibilidad implicaba un tipo de cambio fijo. Durante aquella década, la apreciación del dólar generó una apreciación del peso argentino, afectando las exportaciones y el empleo industrial, y aumentando los déficits comerciales. Mientras, el estado nunca renunció a la deuda para financiarse, por lo que, finalmente, en 2001, después de una prolongada recesión, se desató una crisis política y económica con la salida del régimen, la devaluación, el corralito bancario y el incumplimiento de la deuda.
La experiencia de entonces resalta dos importantes debilidades que podrían surgir como costes significativos en el caso de una dolarización que para nada parece garantizar una solución óptima. Por un lado, dolarizar no eliminará los complejos incentivos políticos que terminan por devorar la economía del país. Por otro lado, no resolvería la situación de un sistema bancario en riesgo bajo la influencia del estado.
Dolarizar implica reemplazar la moneda local por una extranjera, en este caso, el dólar. Sin embargo, esta moneda no se obtiene de manera gratuita; debe ser comprada con la propia moneda del país. Para ello, se requieren recursos de los que, según no pocos analistas argentinos, el país carece. Los pesos argentinos disponibles, al cambio deseado, no son suficientes para adquirir los dólares necesarios, más si cabe tras la devaluación de hace una semana. Se ha mencionado la posibilidad de vender deuda pública en manos de los bancos al exterior, pero esto podría conducir a una fuerte devaluación de la misma, obstaculizando el mismo nacimiento de la dolarización y generando una crisis financiera al devaluar aún más un activo que representa una buena proporción del balance de los bancos argentinos y con ello una hiperinflación. La dolarización moriría, bajo revueltas, antes de nacer.
La dolarización supondría además la supresión del prestamista de último recurso. ¿Cómo podría entonces Argentina estabilizar el futuro sistema financiero sin un banco central? Se han planteado varias propuestas, aunque el funcionamiento de estas se mueve más en el mundo de los deseos que de la práctica. Una alternativa sugerida por algunos partidarios de la dolarización pasa por una reforma profunda del sistema bancario, liberándolo (algo muy necesario) y trasladando de facto al prestamista de último recurso hacia entidades más responsables, como la Reserva Federal y el Banco Central Europeo. En pocas palabras, dolarizar no implicaría eliminar la necesidad de un banco central, sino sustituir el argentino por otro que haya demostrado responsabilidad. Sin embargo, desconectar las decisiones de política monetaria de tu economía también conlleva costes.
Que dolarizar no sea la respuesta óptima también lo han señalado economistas en diferentes trabajos. Por ejemplo, desde el punto de vista teórico, Caravello, Martínez Bruera y Werning (2023) muestran que, en el caso de no disponer de suficientes dólares en el momento de la dolarización, se provocaría una “parada súbita” de la economía argentina, con una caída intensa aunque transitoria del consumo, mientras se crea un superávit en cuenta corriente para acumular dólares. La inflación, después de subir, se moderaría, aunque nuevamente rebotaría debido a la recuperación del consumo una vez que se haya realizado el ajuste. Finalmente, mientras el sector exterior terminaría beneficiándose del ajuste, aquellos que producen bienes y servicios locales no destinados a la exportación, sufrirían una mayor recesión. En cuanto a trabajos empíricos, Korab, Fidrmuc y Dibooglu muestran que dolarizar implica menos inflación a costa de un menor y más volátil crecimiento, coherente con fijar las decisiones de política monetaria a variables exógenas e independientes del ciclo y sostener tipos de cambios fijos con monedas sin empatía por la economía dolarizada.
En conclusión, dolarizar Argentina implicaría una serie de importantes riesgos. Mientras se impone un cepo a la actividad del estado, se suprime la acción del banco central, deben llevarse a cabo importantes reformas que eliminen unos incentivos que, de perdurar, harían inútil el cambio monetario. Más aún, los costes de entrada pueden ser de tal magnitud que es posible que la experiencia fuera nonata. Lo que se ha de hacer está claro y, quizás, la dolarización no está entre ellas.
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