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A fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Llegaremos a ver un ‘euro’ latinoamericano?

Una moneda común exige mucha voluntad política y una gran capacidad para inspirar confianza económica, algo de lo que Brasil y Argentina todavía carecen

El anuncio conjunto realizado por Brasil y Argentina de que planean crear una moneda común ha cogido a muchos por sorpresa. Voces respetabilísimas allende el Cono Sur se aprestaron a dar la bienvenida a la que estaría llamada a convertirse en la segunda unión monetaria del mundo por PIB, y las redes sociales a buscar un nombre para la criatura (Sur parte como favorito). Sin embargo, no es la primera vez que ambos países manifiestan un deseo similar.

La historia de los intentos de crear una unión monetaria entre Brasil y Argentina es fecunda, y ha estado siempre condicionada por los vaivenes de la política doméstica. La última intentona, de hecho, se produjo en 2019, bajo Administraciones de signo opuesto. Sin embargo, en esta ocasión parece haber más voluntad política. El responsable de este nuevo impulso es Fernando Haddad, nuevo ministro de finanzas brasileño, quien publicó un paper el año pasado en el que se abogaba por la creación de una divisa latinoamericana para reducir la dependencia de la región y para promover la disciplina fiscal. Sin embargo, no está nada claro que quienes fueron más reticentes en el pasado (como el Banco de Brasil) hayan cambiado de posición.

Hay argumentos de peso para defender la necesidad de que, en un mundo en el que las principales divisas son instrumentos geopolíticos, el Cono Sur desarrolle la suya. La nueva divisa generaría también nuevos incentivos para mantener una política fiscal disciplinada y una estabilización del mercado local de divisas, algo especialmente importante para Argentina. Otra ventaja es que permitiría relanzar la integración regional, ahora que la unión aduanera de Mercosur no pasa por su mejor momento. Durante los últimos años, Mercosur se ha visto relegado por otros proyectos de integración comercial regional, como la Alianza del Pacífico, y algunos socios, como Uruguay, han manifestado su voluntad de concluir acuerdos comerciales por su cuenta, lo que acabaría con la política comercial común. Una moneda conjunta contribuiría a incrementar los flujos de comercio entre socios y a facilitar la inversión externa en Mercosur, volviéndolo más atractivo y aumentando los incentivos para permanecer dentro del bloque en un momento especialmente crítico.

Ahora bien, son muchos los peros que pueden ponerse al proyecto. La nueva moneda contribuiría a integrar las dispersas economías latinoamericanas, cierto, pero esa es al mismo tiempo su principal debilidad: crear una moneda que se situe sobre economías poco integradas para hacer que se integren (el comercio entre Argentina y Brasil ha descendido durante la última década, ahí es nada) es como empezar la casa por el tejado. Sin un grado mínimo de convergencia los riesgos sobre la nueva divisa serían enormes, y no puede decirse que ambos países hayan implementado políticas económicas similares últimamente, ni que su inflación, tipos de interés o deuda pública estén cerca de converger.

A todo ello se suma la cuestión de la gobernanza económica. En la Unión Europea, la creación del euro vino acompañada de la adopción de un pacto sobre la estabilidad y el crecimiento, que impone límites al endeudamiento y al déficit de los países con el objetivo de evitar que los desequilibrios fiscales pongan en peligro a la nueva moneda. Este es un aspecto tan crítico que la propia Unión Europea tuvo que añadir normas y mecanismos de corrección fiscal adicionales durante la crisis financiera para evitar la ruptura de la Eurozona. En el caso de Argentina (y en menor medida Brasil), los déficits crónicos, el alto endeudamiento, la escasa voluntad (y capacidad) política de actuar sobre ellos y la presión subsecuente sobre la divisa son un anticipo de lo difícil que les resultaría crear un marco de gobernanza estable y que dotase de credibilidad a la divisa.

A todo ello cabe sumar los problemas derivados de la polarización ideológica. ¿Qué sucederá cuando se produzca la lógica alternancia política en uno de los dos países? La falta de consensos en la dirección política y económica del país, que había sido tradicionalmente un problema argentino durante las últimas décadas, parece haberse extendido ahora también al Brasil. Si en Europa se pudo crear el euro fue precisamente porque en cada país los principales partidos participaban de una serie de consensos que garantizaban que la alternancia política no provocaría grandes bandazos en la política económica y fiscal. Esos consensos no existen hoy en Argentina y Brasil, y es muy difícil crear sin ellos una moneda común y una gobernanza económica sólida.

Sea como fuere, faltan detalles sobre el diseño de la divisa que permitan realizar un análisis más profundo. Según parece, esta se utilizaría únicamente para el comercio internacional, pero no está claro si ello se prevé como un estadio intermedio, previo a una eventual extensión a otros países o a la desaparición del peso y el real. Estos días se han escuchado muchas analogías con la experiencia europea para advertir de que un proceso de estas características puede llevar décadas, pero en todas ellas se toma como punto de llegada el euro, que sí sustituyó completamente a las monedas nacionales. Toda analogía con la moneda única europea es, por ello, tramposa, y debe ser acogida con un cierto escepticismo. Crear el euro llevó décadas, el ecu (una cesta de monedas para transacciones internacionales) unos pocos años, y adoptar una divisa de uso limitado como el sur tendría necesariamente sus propios tiempos.

Por ello, una posible respuesta a la pregunta que encabeza este artículo podría ser que aún es demasiado pronto para saber si habrá algún día un euro latinoamericano, pero tampoco está claro que el paso del tiempo vaya a despejar la incógnita de esta ecuación por sí mismo. Crear una moneda común requiere de grandes dosis de voluntad política, y de una capacidad de generar confianza en los actores económicos de la que ahora mismo Argentina y Brasil carecen. Solo si de verdad concurren estos dos elementos tendrá sentido fijar metas temporales, y solo entonces sabremos si Lula y Alberto Fernández hicieron historia esta semana, o si por el contrario solo fue un anuncio efectista para simbolizar el relanzamiento de las relaciones bilaterales.

Arman Basurto es asesor económico del grupo liberal en el Parlamento Europeo, coautor de ‘¿Quién hablará en europeo?’ (2021) y colaborador de Agenda Pública

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