Un regalo inesperado por Navidad
Estamos en una situación en la que el activo libre de riesgo está remunerado, lo cual abre el abanico de inversión y nos empuja a resetear nuestras mentes
Las historias acerca del origen del ajedrez son ambiguas y poco claras, pero todas hacen mención a un problema, a un ejercicio matemático. Cuentan que un rey de Oriente perdió a su hijo en una de las guerras en las que él mismo participó. Traumatizado y consternado, nada le divertía ni le hacía feliz. Nada de lo que le ofrecían sus súbditos conseguía alegrarle.
Un buen día, un tal Sissa, súbdito suyo, le presentó un juego con el que le aseguró que conseguiría divertirle. Así fue; el juego era el ajedrez y, agradecido por tan preciado regalo, el rey le recompensó con aquello que más ansiara. Sissa pidió tiempo para reflexionar y volvió al día siguiente. La petición que le hizo al rey fue inusual. Le propuso que le entregaran un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta, dieciséis por la quinta… Y así sucesivamente hasta completar el tablero de ajedrez.
El rey se sintió ofendido al ver menospreciada su generosidad y pidió a sus sirvientes que hicieran el cálculo y le entregaran el trigo pedido. Aquí es donde la historia se para, donde las personas no somos capaces de calcular intuitivamente la cantidad de trigo que el rey debía entregar a su súbdito, donde Sissa, el matemático de Oriente, se aprovecha del desconocimiento de su rey para cerrar un acuerdo que le beneficie de una manera desproporcionada. La cantidad aproximada de trigo es más de cien veces la producción actual de trigo mundial.
Esa exponencialidad de la que se aprovecha Sissa no es otra que el interés compuesto. Muchas personalidades –inversores y no inversores– han sido los que han advertido sobre ello. Warren Buffett hace referencia de este modo al origen de su fortuna: “Mi riqueza viene de vivir en Estados Unidos, tener algunos genes afortunados y la magia del interés compuesto”. A Albert Einstein le acreditan la frase: “El interés compuesto es la octava maravilla del mundo, aquel que lo entiende, lo gana; aquel que no, lo paga”. El interés compuesto no es otra cosa que generar intereses sobre intereses que, sumados al dinero invertido al inicio, aceleran el crecimiento en el tiempo.
Dejamos atrás un año complejo con un sabor amargo en el mundo financiero, en el que los activos ligados a la duración han tenido un comportamiento no visto en muchas décadas. Muchos activos mal conceptualizados por algunos inversores como seguros han hecho que las rentabilidades obtenidas en los últimos doce meses hayan dejado un mal sabor de boca.
El alza de los tipos de interés, provocado por los bancos centrales para poder controlar una inflación desbocada, ha conducido a un escenario macroeconómico de desaceleración y tipos altos que provocan en la gente una sensación de incertidumbre y desasosiego.
Son momentos en los que dudamos de nuestra planificación financiera, en los que las cuentas que habíamos hecho parecen no salir, en los que nuestro yo presente recrimina a nuestro yo pasado las pérdidas. En este sentido, luchamos contra nuestra propia naturaleza. Daniel Kahneman y Richard Thaler, ganadores ambos del Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre la integración de la psicología en la ciencia económica, detallan aquellos sesgos cognitivos que nos impiden ser inversores, ser pacientes y dejar trabajar a nuestro dinero.
Recordemos que los sesgos cognitivos son atajos mentales que utiliza nuestro cerebro para interpretar la información de manera más rápida. Fueron útiles en el pasado, pero hoy en día nos generan situaciones que pueden llevarnos a actuar de forma irracional. Por eso, nos cuesta tanto ahorrar o invertir y lo postergamos, aunque sepamos que es importante. Premiamos el valor presente sobre el valor futuro, nos aterra mucho más una unidad perdida que la satisfacción de una unidad ganada… Es una lucha constante de nuestro yo contra las matemáticas, que nos ofrecen una exponencialidad mágica.
El tablero de juego ha cambiado radicalmente y los inversores tienen que ser conscientes de ello. Hemos dejado atrás un entorno denominado en inglés TINA (there is no alterntive), donde los inversores no eran capaces de encontrar rentabilidades esperadas positivas en ningún sitio. Un entorno en el que mucha de la renta fija de mayor calidad crediticia cotizaba con tires negativas y en el que la alternativa para rentabilizar los ahorros era asumir riesgo, ya fuera por la parte de la calificación crediticia, bajando a emisiones de peor calidad, asumiendo riesgo de duración o directamente comprando renta variable.
Sin embargo, ahora nos encontramos con una situación en la que el activo libre de riesgo está remunerado, lo cual abre el abanico de inversión y nos empuja a resetear nuestras mentes.
Este cambio sustancial experimentado en los tipos de interés ha provocado una revaloración de todos los activos, tanto en los mercados financieros, donde todos los días valoramos nuestros ahorros, como en aquellas inversiones menos liquidas, donde el precio de ese activo no es visible.
Hemos dejado atrás una época de represión financiera en la que el ahorrador, para conseguir duplicar los ahorros, necesitaba estar invertido 70 años al 1%. Hoy, con rentabilidades aproximadas del 4,5% en emisiones de la mejor calidad crediticia en Europa, duplicar el capital solo nos cuesta 14 años. O lo que es lo mismo estar invertido esos 70 años al 4,5 % nos reportaría multiplicar el capital invertido 33 veces.
Estar invertidos deja de ser una opción y pasa a ser una obligación para alcanzar nuestros objetivos. Luchar contra nuestros sesgos mentales es una batalla que tenemos que afrontar a diario para permitir que la magia de la capitalización compuesta nos beneficie con el paso del tiempo. Dejemos que el regalo que nos han dejado por adelantado los Reyes de Oriente haga su magia.
Javier Navarro es Gestor de fondos en Abante