La caída de FTX puede ser el revulsivo de un sector que necesita regulación
La estrepitosa debacle de FTX, la plataforma de intercambio de criptoactivos que hace menos de un año estaba valorada en 32.000 millones de dólares, ha generado una onda expansiva con dos efectos importantes y claramente diferenciados. Por un lado, la quiebra de la compañía ha saboteado la confianza de miles de depositarios y pequeños inversores que operan en el sector de los criptoactivos y que se han apresurado a recuperar su dinero, un fenómeno que amenaza con secar la liquidez de las plataformas de menor tamaño. Por otro, la ola de incertidumbre y desconfianza crecientes está propiciando el abandono de las tesis desregulatorias vigentes hasta ahora entre las plataformas y generando un movimiento proactivo en favor de ejecutar auditorías externas que permitan separar el grano de la paja. Actores destacados como Binance, Crypto.com, Kraken, OKX, Deribit o KuCoin, entre otros, abogan por la denominada prueba de reservas como mecanismo útil para testar la transparencia y fiabilidad de sus negocios. En el caso de Binance, además, la respuesta ha ido un paso más allá. Su consejero delegado ha anunciado la creación de un fondo de rescate para las pequeñas plataformas con problemas de liquidez temporales, y ha defendido la necesidad de poner en marcha una regulación del mercado.
Pese a los golpes de pecho y rasgado de vestiduras que resuenan estos días en el mundo cripto, el auge y la caída de FTX es solo la gota que ha colmado el desbordante vaso de un sector que ha crecido como un territorio sin ley y en el que se opera sin red. Aun así, la quiebra de la plataforma puede ser el revulsivo que el mercado necesita para tomarse verdaderamente en serio la necesidad de aumentar la seguridad y la transparencia, y de hacerlo, si no por convencimiento, al menos sí por supervivencia. Las turbulencias generadas por la crisis de FTX no se han contagiado a los mercados de capitales, pero ello se explica por las todavía moderadas dimensiones de un sector que crece exponencialmente, pero que no tiene entidad suficiente como para convertirse –al menos de momento– en un riesgo sistémico.
La reacción de las grandes plataformas de intercambio de criptoactivos confirma la necesidad de depurar cuanto antes las reglas de juego del sector, pero también plantea la pregunta de si la autorregulación constituye un instrumento suficientemente efectivo como para poner orden en medio del desorden y la opacidad del mundo cripto. Todo apunta a que probablemente acabe convirtiéndose en un parche temporal que algunas plataformas harán suyo con mayor convicción que otras, a la espera de una ofensiva regulatoria efectiva y, si es posible, internacionalmente coordinada.