Las economías occidentales redescubren lo que es la escasez
Los tipos casi nulos crearon la ilusión de que el capital era ilimitado; la mano de obra china provocó un efecto similar
La economía solía definirse como el estudio de la distribución de los recursos escasos. La palabra significaba originalmente la gestión de los asuntos domésticos. En el uso moderno, economizar significa usar con moderación. Pero en los últimos años hemos actuado como si hubiera pocas limitaciones económicas. Los tipos casi nulos crearon la ilusión de que el capital era ilimitado y libre. El colapso del Gobierno Truss, el más breve de la historia británica, señala una nueva era, en la que Gobiernos, empresas y hogares deben afrontar que sus acciones están ciertamente limitadas.
Varios factores, reales y financieros, crearon la impresión de que los recursos eran ilimitados. A partir de 1990, la creciente participación de China en la economía añadió cientos de millones de trabajadores al mercado. En su libro The Great Demographic Reversal (El gran giro demográfico), Charles Goodhart y Manoj Pradhan lo describen como la mayor sacudida positiva de la oferta de personal que el mundo haya visto jamás. Muchas empresas occidentales subcontrataron la producción a China y otros emergentes.
Desde el cambio de siglo, la expansión de internet fomentó el crecimiento de los gigantes tecnológicos. Eran extraordinariamente rentables, pero requerían relativamente pocos trabajadores y apenas capital. Los recursos reales también parecían abundantes. Un auge de la inversión a principios de la década pasada mantuvo un tope sobre los precios de la energía y las materias primas. Con el Covid, el petróleo era tan abundante que su precio en los mercados de futuros se volvió negativo.
El aumento de las exportaciones de China redujo los precios de los bienes comercializados, amortiguando las presiones inflacionistas y permitiendo a los bancos centrales occidentales recortar tipos hasta sus niveles más bajos. China y otros emergentes reciclaron sus excedentes comerciales en deuda soberana occidental, acumulando enormes reservas de divisas y provocando la preocupación por un “exceso de ahorro mundial” (Bernanke). Los flujos de capital sin restricciones permitieron a algunos países, especialmente a Gran Bretaña y EE UU, registrar enormes déficits por cuenta corriente. El aumento de los precios de los activos impulsó la riqueza de los hogares. Los préstamos compre ahora, pague después se convirtieron en el modelo de negocio emblemático de esta época de derroche.
Los Gobiernos financiaron el aumento del gasto con préstamos baratos en lugar de con impuestos. Cuando llegó la pandemia, la complacencia fiscal era endémica. “¿A quién demonios le importa el presupuesto?”, dijo Trump a sus donantes a principios de 2020. Gran Bretaña financió su déficit fiscal, que ascendió a casi el 15% del PIB, récord en tiempos de paz, casi sin coste alguno, mientras el Banco de Inglaterra compraba grandes cantidades de bonos del Estado.
En los setenta, a los economistas les preocupaba que los déficits fiscales provocaran una subida de los tipos y una caída de la inversión. Suponían que la oferta de ahorro y de trabajo era limitada, y que el aumento del gasto público “desplazaría” al sector privado. Después de que las autoridades suprimieran los controles de capital y el crédito internacional despegara, el desplazamiento desapareció. Ha vuelto. Truss fue derribada por una repentina subida de los tipos después de que los inversores reaccionaran mal al anuncio de su Gobierno de recortes fiscales sin financiación y aumento del gasto.
Durante su efímero régimen, el exsecretario del Tesoro de EE UU Larry Summers comparó Gran Bretaña con un emergente. Es acertado. Los Gobiernos occidentales afrontan ahora limitaciones comunes en los países en desarrollo, sobre política fiscal, inflación y estabilidad financiera. Con Truss, Reino Unido descubrió otra limitación común a los emergentes: el tipo de cambio, ya que la libra se precipitó hacia la paridad con el dólar.
Las firmas occidentales están en condiciones más limitadas. Como el capital es más difícil de lograr, necesitan balances más sólidos, con menos deuda y más capital. Ante el aumento de los costes de los insumos y de la financiación, los beneficios, que en EE UU han alcanzado hace poco niveles récord, van a bajar. A medida que se deterioran las relaciones con China, las multinacionales se ven presionadas para volver a fabricar en su país. Ante la escasez de mano de obra casera, tendrán que subir sueldos y mejorar las condiciones de trabajo. Los hogares también deben apretarse el cinturón, ahorrar más y gastar menos.
La era de las restricciones no pasará pronto. Ahora que el exceso de ahorro mundial está cayendo –las reservas de divisas de China han bajado 1 billón de dólares desde 2014–, los países tendrán que competir más duro por el capital extranjero. El mundo afronta un enorme reto demográfico a medida que la población en edad de trabajar de China, junto con la de las naciones desarrolladas, empieza a caer. La falta de inversión en energía tradicional sugiere que los precios de petróleo y gas probablemente seguirán altos en los próximos años. La transición verde está igualmente limitada por la insuficiencia de inversión y la escasez de materias primas esenciales, como litio o níquel.
La última vez que Europa afrontó restricciones tan severas fue tras la Segunda Guerra Mundial. La Gran Bretaña de la austeridad mantuvo el racionamiento y los controles de capital. Los tipos subieron desde sus niveles artificialmente bajos en tiempos de guerra. Para reducir la carga de sus deudas bélicas, los Gobiernos de Europa y EE UU mantuvieron los tipos por debajo de la inflación. Esta era de “represión financiera”, como observa el estratega Russell Napier, implicó que los Gobiernos jugaran un mayor papel en la asignación de capital y crédito. En Europa, amplias franjas de la industria quedaron bajo control del Estado. En Japón, las cuotas industriales restringieron el acceso de la industria a acero, productos químicos y energía.
Tras la invasión de Ucrania, el racionamiento energético ha vuelto a Europa. Los países están nacionalizando los proveedores de energía, incluido EDF. La represión financiera ha vuelto. Gran Bretaña, bajo una nueva Administración conservadora, afronta una austeridad que podría ser más severa que la impuesta tras la crisis financiera. Rishi Sunak advierte de que se avecinan “decisiones difíciles”. Los impuestos van a subir mientras los Gobiernos controlan el gasto. Estamos a punto de descubrir el verdadero significado de la economía.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías