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La política de Xi Jinping tiene un lado bueno para el resto del mundo

Está perjudicando a la economía del país, lo que reduce su potencial para imponer su peso

Xi Jinping, el domingo en la apertura del Congreso del Partido Comunista Chino, en Pekín.
Xi Jinping, el domingo en la apertura del Congreso del Partido Comunista Chino, en Pekín.Kevin Frayer (Getty Images)

Un tercer mandato de Xi Jinping supondría el riesgo de una guerra fría, o incluso caliente. Pero la perspectiva de que siga en el poder, algo que el Partido Comunista aprobará casi con toda seguridad esta semana, no es del todo mala para el resto del mundo. Sus políticas están perjudicando a la economía china. Eso hace más difícil para Pekín imponer su peso por el mundo... y ayuda a luchar contra el cambio climático.

Hasta hace poco, la mayoría de los analistas coincidían en que era solo cuestión de tiempo que la economía china, que en 2021 era tres cuartos de la de EE UU en dólares, se convirtiera en la mayor del mundo. Ello suponía que seguiría creciendo al mismo ritmo asombrosamente alto que en el pasado.

Con una economía imparable, parecía destinada a gastar más en sofisticado equipamiento militar y a ganar aliados en los países en desarrollo, desplegando infraestructuras con su Nueva Ruta de la Seda. Una vez que su poder se volviera abrumador, los países del sudeste de Asia y de otros lugares se pondrían a su servicio.

Pero la economía china afronta todo tipo de problemas. La población, de 1.400 millones, envejece rápidamente, mientras su burbuja inmobiliaria, alimentada por deuda, se desinfla. Y el Gobierno cada vez más autocrático de Xi ha dado lugar a políticas como la eliminación del Covid y la represión de las grandes tecnológicas privadas. Ambas han lastrado el crecimiento.

China creció un 10,3% anual en la primera década del siglo. Cayó al 7,7% en la segunda década. Aunque sigue siendo alto, gran parte de esta última expansión se produjo en improductivas inversiones en inmobiliario e infraestructuras. George Magnus, economista que lleva años advirtiendo de que el modelo de China es insostenible, cree que su tasa de crecimiento tendencial está en el 2%-3% anual. Aunque logre un 4% anual en el resto de la década, no superará a EE UU en breve, sobre todo teniendo en cuenta que el yuan está cayendo frente al dólar. Si EE UU sigue creciendo un 2% anual y la moneda sigue donde está, la economía china seguirá siendo casi un 20% más pequeña en dólares al final de la década.

El país tendría entonces más dificultades para armar la fuerza militar dominante en Asia y financiar inversiones en el extranjero. También sería un modelo menos atractivo para que otros países lo emularan, y habría menos presión para aceptar su hegemonía.

Una China que creciera más despacio, especialmente si dependiera menos de la construcción, intensiva en carbono, también sería buena para el planeta. El país, el mayor emisor de CO2 del mundo, se ha comprometido a reducir la intensidad de carbono de su economía un 3,9% anual en su plan quinquenal, que acaba en 2025.

Si la economía crece a un ritmo más lento, es posible que las emisiones ya hayan alcanzado su pico. Por supuesto, Xi podría abandonar el objetivo. Pero Dimitri De Boer, de la entidad ecologista Client Earth, con sede en Pekín, cree que es muy improbable, ya que es vinculante, y Xi se ha situado como defensor del medio ambiente.

Mientras, el nacionalismo de Xi –que va desde el ruido de sables sobre Taiwán hasta el apoyo tácito a la invasión de Ucrania– está uniendo a Occidente y otros países contra Pekín. La UE, Reino Unido, India, Australia, Japón y Corea del Sur se muestran cada vez más favorables a la opinión de EE UU de que hay que contener a China.

Washington acaba de imponer más sanciones tecnológicas a Pekín en un intento de frenar su industria de chips. Y su ley antiinflación, centrada en el clima, ofrece incentivos a los fabricantes de tecnología limpia para que EE UU no dependa demasiado de los equipos fabricados en China.

Joe Biden dijo la semana pasada, al presentar su nueva estrategia de seguridad nacional, que China “alberga la intención y, cada vez más, la capacidad de remodelar el orden internacional en favor de uno que incline el campo de juego global en su beneficio”.

EE UU no solo está trabajando más de cerca con las naciones ricas de Europa y Asia. También está intentando cortejar a otros países, incluso a los que no son democracias. Por ejemplo, el G7 promete ayudar a los países en desarrollo con un plan de infraestructuras de 600.000 millones de dólares, que se considera una alternativa ecológica a la Nueva Ruta de la Seda.

No solo los países occidentales quieren evitar depender demasiado de China: Xi no quiere depender de aquellos para obtener financiación, tecnología o recursos naturales. Así que los lazos comerciales se reducirán. Será perjudicial para ambas partes, ya que aumentará la inflación y frenará el crecimiento.

Pero la magnitud del daño dependerá de si la desconfianza mutua afecta solo a las industrias estratégicas o se convierte en una auténtica guerra fría. También dependerá de si Occidente traslada la producción a su territorio –lo que podría resultar caro– o se abastece de productos críticos, como paneles solares y tierras raras, en países de menor coste.

“Cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a una dominante, el resultado más probable es la guerra”. Así decía en 2012 Graham Allison, el profesor de Harvard que ha llamado a este fenómeno la trampa de Tucídides, en honor al historiador griego que estudió la pugna por la hegemonía entre Esparta y Atenas.

Allison señala que la guerra no es inevitable. Por ejemplo, EE UU superó a Gran Bretaña de forma pacífica a principios del siglo XX y se deshizo del desafío de la URSS sin necesidad de una guerra caliente. A Biden también le gustaría superar el de China sin luchar. Y existe el riesgo de que un Pekín debilitado, dirigido por un líder nacionalista, se lance a la aventura antes de que su poder llegue a su pico. Sería especialmente peligroso si Xi se enfrentara a un presidente nacionalista en EE UU.

Pero Alemania desafió a Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial cuando su economía aún era pujante, según Allison. Así que el panorama actual puede ser menos peligroso que lo que hasta hace poco parecía el resultado más probable: una economía china que caminara sobre las aguas.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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