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El carisma del prestigio académico

Jed Bartlet era más que un carismático presidente en ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, era Premio Nobel de Economía Fue pillado en un renuncio cuando ocultó una enfermedad

El equipo completo de 'El ala oeste de la Casa Blanca', con el actor Martin Sheen a la cabeza.
El equipo completo de 'El ala oeste de la Casa Blanca', con el actor Martin Sheen a la cabeza.
CINCO DÍAS

En el mundo idealizado de los guiones de Aaron Sorkin, y especialmente en su serie bandera El ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing. 1999-2006), todos los personajes son inteligentes, todos pronuncian diálogos brillantes y todos son estupendos estrategas guiados, además, por el bien común. Aunque resulta una delicia escucharlos, una señal clara de que aquello no es más que ficción es que el personaje del presidente de los Estados Unidos, Jed Bartlet, es receptor del Premio Nobel de Economía.

A los economistas académicos nos encantaría tanto que nuestra investigación contribuyera a resolver los problemas de nuestros ciudadanos como que estos la valoraran lo suficiente como para que su prestigio sirviera para ocupar los más altos cargos administrativos. Quizá el problema resida en que como sociedad no hemos sabido distinguir el prestigio que debe otorgarse a un título de doctorado de una institución reconocida del del político que adorna su currículum con una tesis doctoral que no parece aportar nada al conocimiento científico.

No solo un Nobel de Economía

Jed Bartlet es Premio Nobel en Economía, pero, además, posee una oratoria magnífica –tomada prestada del guionista de la serie–, un carisma engatusador –otorgado por Martin Sheen, el actor que lo interpreta– y un idealismo exacerbado, que le lleva a superar situaciones imposibles. Todas son características deseables para nuestros líderes ya sea en el ejercicio público o en la empresa privada. Puede que otras características del personaje, como un egocentrismo exagerado o su disponibilidad a ocultar la verdad, escondiendo a los votantes una enfermedad degenerativa que le podría incapacitar para su cargo, sean también comunes en el proceso de selección de quien termina ejerciendo de jefe, pero no son tan positivas.

No obstante, como se veía con las pancartas de Bartlet for president durante las últimas elecciones presidenciales americanas en este mundo real que casi parecería más de ficción, a muchos nos gustaría tener líderes como él. Su narcisismo no le impide formar un equipo de brillantes colaboradores, que suplen sus carencias y en los que sabe delegar y reconocer méritos. Pero, a su vez, es imprescindible que los líderes posean una visión y un propósito claro. El lema de uno de los mejores capítulos de la serie, Dejemos que Bartlet sea Bartlet, muestra las consecuencias negativas de no tener un criterio definido y dejarse llevar por el camino del medio, por lo que resulta popular sin levantar astillas: la presidencia de Bartlet solo retoma el vuelo cuando se libera de la precaución por intentar obtener un segundo mandato y se lanza a tumba abierta a defender esa visión por la que fue elegido inicialmente.

Sentido de responsabilidad

Hay una última característica del presidente Bartlet que desearíamos encontrar en nuestros líderes: el sentido de la responsabilidad. Como destaca su jefe de gabinete en un discurso antológico, “desde nuestra posición tenemos la capacidad de cambiar la vida de más gente en un solo día de lo que podremos hacer el resto de nuestras vidas una vez dejemos el cargo. ¿Qué queréis hacer hoy?”. Asumir que las decisiones de los responsables tienen consecuencias sobre sus subordinados, sobre sus clientes y sobre la sociedad en general puede contribuir a que esas decisiones estén guiadas por la evidencia empírica y por un adecuado análisis coste-beneficio de las acciones y sus consecuencias. Si unimos a eso el saber admitir cuando uno se equivoca, tendremos líderes más responsables. Cuando la información sobre el encubrimiento de la enfermedad del presidente sale a la luz, finalmente el personaje termina reconociendo su error: Nadie se responsabiliza ya de sus acciones. “Soy culpable. Lo que hice estuvo mal”. ¿No serían nuestras organizaciones mucho menos disfuncionales si no costara tanto que se oyeran estas palabras?

En el fondo, probablemente peque del mismo idealismo del que siempre se ha acusado a Aaron Sorkin, y sea ingenuo esperar tener líderes como los que aparecen en sus ficciones. A fin de cuentas, como dice el propio Martin Sheen en su personaje de jefe de gabinete en la maravillosa película que dio pie a la serie, El presidente y Miss Wade (Rob Reiner, 1995), “si no hubiera tomado esta responsabilidad, seguiría siendo el profesor más querido de mi universidad”.

Dejaré de soñar pues con que desde una posición académica se puede realmente cambiar el mundo y seguiré aspirando a que al menos mi docencia e investigación, y la responsabilidad sobre mis escasos subordinados, inspire al menos a los futuros líderes de los que me toca ahora encargarme de su formación.

Pedro Rey Biel es profesor de Economía del Comportamiento de Esade

El legado de una serie política de referencia

Esta serie supuso el primer trabajo para la pequeña pantalla del guionista Aaron Sorkin, conocido hasta entonces por su trabajo en las películas Algunos hombres buenos (1992), Malicia (1993) o El presidente y Miss Wade (1995), títulos en los que se distinguió por la elevada capacidad dialéctica de todos sus personajes. Durante sus siete temporadas, ganó tres Globos de Oro y 26 premios Emmy –empatando con la laureada Canción triste de Hill Street– y, aunque la audiencia y buenas críticas de los episodios bajaron a partir de la cuarta, momento en el que Sorkin abandona la serie, sigue siendo uno de los dramas políticos televisivos de referencia, que incluso traspasó la ficción en varios momentos.

 

Los más destacados fueron la emisión en directo del capítulo El debate, en 2005, que permitió a los espectadores conocer en vivo los entresijos de la producción de un debate electoral, y a los actores, improvisar a partir de las premisas de sus programas respectivos, y la performance sorpresa de la actriz Allison Janney –la secretaria de prensa de CJ Cregg en la serie– en la auténtica sala de prensa de la Casa Blanca diez años después de la emisión del último episodio.

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