La promesa de septiembre de 2021
Desde el inicio de la pandemia se nos ha querido ir llevando de hito en hito, como si el coronavirus tuviese certificado PMI
Mientras organizo mi vuelta a la actividad tras el parón estival sigo sintiendo cerca (su aliento en mi nuca) y desde diferentes aproximaciones al aparente sempiterno Sars-CoV-2. Sí, a ese del que se nos decía que a partir de septiembre de 2021 ya no estaría entre nosotros o, si lo estaba, sería en forma controlada, aunque sin concretar por quién.
Desde que el pasado 11 de marzo de 2020, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaraba al mundo en rueda de prensa que estábamos ante una pandemia, mucho se ha escrito sobre el tema, pero es necesario reflexionar y aportar ideas, desde el conocimiento, la experiencia y el sentido común, que nos ayuden de cara a los próximos meses que todavía serán duros para todos sin excepción. Si con ellas conseguimos algo de utilidad individual y colectiva, bienvenido sea.
España con más de 4,8 millones de infectados y cerca de 84.000 muertos sigue siendo unos de los países del mundo que está en los puestos de cabeza en todos los indicadores que se vienen utilizando, y ahora nos enfrentamos a un repunte de la infección del Sars-CoV-2. Esta quinta ola ha estado motivada, principalmente, por la llegada de la variante delta, más transmisible que las anteriores variantes, incluso dos veces más contagiosa que la cepa original.
Esta variante, en poco más de seis meses ha llegado a ser la dominante en 135 países y esto me da pie a abordar el debate actual de si seguimos poniendo dosis de vacuna en el primer mundo (una tercera o cuarta, si llega el caso) mientras en el tercer mundo el porcentaje de población vacunada es mínimo, en muchos países de África no llega al 1%. La vacunación en el primer mundo no servirá de nada si no se contiene la enfermedad en el tercero, y para ello es necesaria y urgente una estrategia sanitaria global y reconocer la inmunización extensiva como un bien público global, aunque sólo sea por interés y no por solidaridad, que es como debiera ser.
Este coronavirus no toma vacaciones, es más, sigue buscando salida a cuantas barreras le pongamos, tras tomarnos la medida de nuestras debilidades en la fragmentación de las mismas y la errática toma de decisiones a todos los niveles de competencia, como estamos viendo.
Es verdad que estamos ante una situación inédita, pero no es menos cierto que estamos ante un ser vivo de unos 100 nanómetros de diámetro que trae en jaque a toda la Humanidad, y lo que nos queda. Para luchar contra él se ha desplegado todo el conocimiento y experiencia acumulada aderezado con las nuevas tecnologías dando como fruto una producción científica jamás vista en la historia de la ciencia, cifrada en más 90.000 artículos sobre este coronavirus en forma de guías técnicas, recomendaciones, publicaciones científicas y protocolos de investigación en todo el mundo y aun así vemos que no es suficiente.
Toda esta información fiable es de suma utilidad para investigadores, profesionales de la salud, autoridades encargadas de tomar decisiones, y la población general. Por un lado, nos hemos familiarizado con los datos que nos dan las fuentes oficiales combinados con los aportados en tiempo real por el Centro de Ciencia e Ingeniería de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos, que se nutre y aglutina de las anteriores. Pero, por otro, hemos padecido una infodemia, así denominada por la propia OMS y que no es otra cosa que una sobreabundancia de información, alguna rigurosa y mucha falsa que está suponiendo un lastre muy pesado en el devenir de la gestión de la pandemia. Tanto nuestro país como los de nuestro entorno, hemos adoptado, de manera consciente o inconsciente, la estrategia de convivir con el coronavirus (con el consiguiente alto precio pagado por ello). Otros, como Australia, apostaron por vivir libres del mismo, aunque sometidos desde el inicio a restricciones severas lo que ha supuesto un total de 33.000 contagios y de 900 muertes en toda la pandemia. También, Nueva Zelanda, que impuso también un confinamiento muy estricto, y llegó a declarar al país libre de coronavirus el verano del año pasado y lo volvió a conseguir en diciembre, por segunda vez, tras controlar sus brotes activos, siempre pequeños.
Y volviendo a septiembre, se nos ha querido seguir llevando de hito en hito, cuál product manager, como si nuestro objetivo, el coronavirus, tuviese certificado PMI. El porcentaje conseguido por la vacunación, sea el que sea, dejará todavía mucho flanco abierto a su implacable avance y es preciso insistir en que la inmunidad adquirida a través de la vacuna no evita que podamos contagiarnos y contagiar, pero si nos confiere una alta probabilidad de no desarrollar una infección grave por Sars-CoV-2, nada más (y nada menos). Por eso, a pesar del hito conseguido o no, hemos de mantener las medidas sanitarias de distancia y protección en los centros de trabajo, en los ámbitos educativos y en los de ocio y tiempo libre y especialmente en el entorno social y familiar.
Desconocemos el grado en que las vacunas protegen, y cuánto tiempo, no solo contra la enfermedad, sino también contra la infección y la transmisión. En lo referido a la pandemia, como en todo, debe imperar el principio de prudencia y es que cuando existe una amenaza para la salud humana o el medio ambiente, hay que tomar medidas de precaución, incluso cuando la relación causa-efecto no haya podido demostrarse científicamente de forma concluyente. Esto implica actuar aun en presencia de incertidumbre, como es el caso, derivar la responsabilidad y la seguridad a quienes crean el riesgo, analizar todas las alternativas posibles y utilizar métodos participativos para la toma de decisiones.
Es responsabilidad de todos, pero también y sobre todo, nuestra.
Jaime del Barrio es Senior Advisor de Healthcare & Life Sciences en EY