Invertir en energía: entre la seguridad del retorno y el riesgo regulatorio
El mercado está valorando de forma muy satisfactoria desde hace meses el compromiso de las empresas, y está marcando claramente cuál debe ser el destino del dinero
Los inversores en los tradicionales valores energéticos, fundamentalmente en las eléctricas y las petroleras, buscan garantizarse retornos regulares, muchas veces en forma de dividendos, y tienen una justificada alergia a los cambios regulatorios, ya que en la condición de ser una actividad regulada radica su seguridad y previsibilidad. Por ello esta semana han tenido que encajar un notable vaivén en las cotizaciones de las grandes eláctricas como consecuencia de un sorpresivo giro regulatorio introducido por el gobierno para tratar de amortiguar una parte de la espactacular y sorpresiva escalada de la factura doméstica de la electricidad. Hay que recordar, en descargo del Gobierno, que esta medida de recorte del ‘dividendo caído del cielo’ que cobraban las centrales de generación no emisoras de CO2, estaba incrustada y nada oculta en el pacto de gobernabilidad del PSOE con Podemos. Pero lógicamente, ninguna medida por anunciada que esté deja de alterar la vida de las empresas y de sus accionistas.
El riesgo regulatorio, que siempre ha sido muy contenido incluso en materia tarifaria, es un factor a tener en cuenta ahora en toda inversión en energía, dado que es una actividad que está en continua revisión, casi revolución, y que no culminará en al menos un par de decenios. Lógicamente esta condición convierte a la inversión en valores energéticos en un ejercicio sujeto a incertidumbre, y por tanto con la necesidad de poder encajar cierta inseguridad jurídica, que no es precisamente un elemento amable con el dinero. En este tránsito hacia una generación y consumo energéticos sostenibles y no contaminantes, en este par de decenios de transformación, habrá muchos episodios como el que esta semana ha dado un buen revolcón a las compañías eléctricas con nucleares y centrales hidroeléctricas, además de algunas eólicas de primera generación.
Pero el giro radical en la generación está plenamente asumido por las grandes empresas, y todas están embarcadas en el cierre lento de sus generaciones negras y fósiles para cebar el negocio de las de carácter renovable. El mercado está valorando de forma muy satisfactoria desde hace meses el compromiso de las empresas, y está marcando claramente cuál debe ser el destino del dinero para obtener primero plusvalías y después los tradicionales dividendos. A fin de cuentas, y aunque haya existido una puntual revisión bajista de los precios de las acciones, la demanda eléctrica no dejará de crecer, y, por tanto, no dejarán de crecer los ingresos de las generadoras y los beneficios. Pero siempre habrá un residual riesgo regulatorio en una actividad universal como el suministro energético.