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Tribuna
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Los estímulos soportan los mercados

Los reguladores han intervenido de tal forma que las economías se han vuelto dependientes de ellos

Si despertáramos en mitad de esta tormenta y consultáramos la evolución de las principales Bolsas y bonos soberanos, no podríamos imaginar que estamos ante la mayor contracción desde el crac del 29. Durante los últimos meses, la lucha contra la propagación del coronavirus ha generado una paralización de la actividad económica sin precedentes, ya que ni en períodos de guerra la desa­celeración había sido tan globalizada.

Aunque la economía estaba mostrando síntomas de agotamiento, nadie podría imaginar la aparición de lo a que muchos economistas les gusta denominar un cisne negro. Un evento inesperado, a priori improbable, y con un gran impacto. El argumento parece sacado de una película: el brote de un nuevo virus que se propagara a nivel global, obligando a las autoridades a tomar medidas extremas como obligar a los ciudadanos a permanecer en sus casas, cerrando los comercios y fronteras.

El problema al que se enfrentan los inversores es tratar de determinar hasta cuándo seguiremos conviviendo con este factor desestabilizador, y qué deterioro provocará en la economía. Ahora todas las esperanzas se centran en el desarrollo de vacunas que eviten el contagio y tratamientos que puedan mitigar los efectos de la enfermedad. No está claro que estos nuevos fármacos puedan solucionar el problema de manera instantánea, pero desde luego sí es la apuesta que han realizado los mercados.

Desde el inicio de esta crisis, los inversores se han agarrado a todo tipo de factores positivos para mantener el optimismo. La menor cifra de contagios, el desarrollo de un fármaco, la reapertura de las economías, el crecimiento de las empresas tecnológicas o el ligero repunte de los datos macro han sido varios de los factores utilizados, obviando el gran deterioro que ha sufrido la economía, la posibilidad de una segunda ola de contagios, las tensiones comerciales, o la posibilidad de que la recuperación no sea tan posible.

Aunque sin lugar a duda, la principal razón que ha soportado a los mercados y ha evitado una sensación de pánico generalizado ha sido la actuación rápida y coordinada de las instituciones. La última crisis financiera estableció una gran diferencia entre los países que acudieron al rescate de sus economías desde el principio, y los que no. Por este motivo, durante los últimos meses ha existido una enorme unanimidad entre los países desarrollados.

Desde el inicio de esta crisis, los Gobiernos y bancos centrales se han apresurado en implementar medidas de estímulo ultraexpansivas, para evitar los factores que acentuaron la crisis de 2008. Los esfuerzos se han centrado en dos variables, mantener el coste de la deuda de los países bajos y asegurar el crédito bancario.

Las principales potencias mundiales se están financiando cerca de mínimos históricos, a pesar de haber entrado en recesión y de ver cómo el desempleo se ha disparado. Los bancos centrales, con sus programas de compras de activos mensuales, están interviniendo de manera indirecta en la curva de los tipos de interés, con el objetivo de mantener los costes de la deuda a un nivel determinado.

El crédito es otra de las grandes preocupaciones de los organismos oficiales, ya que sin él, muchas empresas no podrían continuar desarrollando su actividad, lo que desencadenaría impagos y quiebras. Los bancos, que son el sector más vulnerable a la incertidumbre, están recibiendo inyecciones de liquidez a tipos muy ventajosos para asegurar el crédito a hogares y empresas.

Por lo tanto, el apoyo continuo de Gobiernos con políticas fiscales ultraexpansivas (programas tipo ERTE, renta mínima, ampliación de subsidios de dese­mpleo, moratoria de impuestos, etc.) y de bancos centrales con políticas monetarias de dimensiones antes inimaginables (compra de deuda soberana, corporativa, hipotecaria, bonos basura, líneas de crédito ultrablandas, tipos de interés al 0% o negativos) están evitando, en buena medida, que el desastre económico que vivimos se traslade de lleno a la realidad de ciudadanos y empresas.

Pero estas medidas también provocan daños colaterales, ya que están generando una gran desconexión entre las valoraciones de las compañías y sus fundamentales. Los inversores, en su afán por protegerse de la inflación, y rentabilizar su dinero, siguen apostando por los mercados de renta variable, con la esperanza de volver a la normalidad. La renta variable norteamericana cotiza en máximos históricos, y varias de las principales referencias europeas, cerca de los niveles de principio de año.

El gran problema de estas medidas es que los mercados se han acostumbrado a los continuos estímulos de tal forma que serán difícil de retirar en el futuro. El endeudamiento de los países ha crecido de manera notable en los últimos años, y en gran parte ha sido provocado por los bajos tipos de interés, ya que ni en períodos de expansión se han incrementado. A partir de ahora, serán todavía más sensibles a cualquier modificación de los tipos, ya que los intereses de las renovaciones de los vencimientos de deuda supondrán un mayor gasto público.

Desde este momento, entramos en una nueva realidad de la que no se tiene precedentes. Los reguladores financieros han intervenido de tal forma en los mercados que estos se han vuelto dependientes. El crecimiento respaldado por dinero de nueva creación todavía genera confianza en los inversores, pero el endeudamiento global está llegando a cotas inimaginables, por lo que el día que se pierda dicha confianza, cambiarán las reglas del juego.

Joaquín Robles es analista de XTB

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