La banca, ante el enemigo invisible
En todas las crisis es preciso centrar los recursos en los que resisten o emergen y retirarlos de los que caen
Hasta que la ciencia consiguió determinar que eran microorganismos los que causaban algunas de las más letales enfermedades, se hablaba de los virus como enemigos invisibles. Con el Covid-19, hemos podido conocer muchas cosas en pocos meses, pero aún resulta imposible determinar qué convivencia económica y social es compatible, cuándo llegará una solución médica satisfactoria y cómo se implementará en cada país.
La lucha es de trincheras semana a semana, con escasos planes más allá de a un mes vista. Para cualquier empresa, este forzado cortoplacismo introduce considerable incertidumbre. La banca no es una excepción. Su principal función es precisamente transformar liquidez y plazos cortos en financiación y plazos largos. Al contrario que en la anterior crisis, los bancos han sido protagonistas de la fase de contención y aspiran a serlo también de la de recuperación. No es sencillo, porque hemos comprendido que el enemigo invisible no es el patógeno sino las formas de transmisión y las dificultades de conciliación de equilibrio sanitario y economía. La invisibilidad no está en saber qué se afronta, sino cuándo y cómo desaparecerá el peligro.
En España, muchos negocios viables antes de la llegada de la pandemia han accedido a préstamos bancarios con avales parciales del ICO y/o han puesto en marcha ERTE pero cualquier nueva paralización de oferta o demanda les afectaría muy negativamente. Los impagos van a crecer, pero el ritmo al que lo hagan será fundamental. Lo que se persigue para propiciar la recuperación es que esa futura deuda fallida sea la menor posible o pueda reestructurarse y gestionarse de forma adecuada porque la concurrencia de la financiación bancaria no solo no debe pararse, sino que va a ser esencial para la recuperación económica de los próximos meses y años.
Para analizar qué acciones puede desarrollar el sector bancario en los próximos meses es preciso fijar un escenario. El que ahora se maneja de forma más amplia es que no habrá nuevos confinamientos, pero sí pueden producirse medidas restrictivas acotadas en determinados tiempos y espacios, así como otras acciones preventivas más generalizadas. Si este es el escenario, el peligro no será ya la obligación de parar la actividad, sino que la demanda se resienta. La principal preocupación de un comerciante en mayo era cuándo podría abrir su negocio. De cara a septiembre, la pregunta es quién entrará al negocio. A la sensación de normalidad tratan de contribuir medidas como la prolongación de ERTE, pero ni para el Estado ni para los empresarios son chicles que se puedan estirar infinitamente. Compramos tiempo con deuda, pero ¿cuánto tiempo es necesario?
Los bancos pueden contribuir a gestionar ese difícil equilibrio de incertidumbres sobre el consumo, laborales y financieras. Hay dos cuestiones positivas de partida de cara al otoño. La primera es que, en la esperanza compartida de que la recuperación se está produciendo (aunque nadie pueda asegurar que no va a tener interrupciones o dificultades) las entidades financieras han participado activamente en la financiación. Hasta tal punto que el endeudamiento empresarial, tras reducirse en más de un 50% en relación con el PIB en la última década, podría aumentar hasta un 20% en solo un año, según estimaciones del Banco de España. 55.000 millones de euros ya desde marzo.
La segunda buena noticia es que los bancos están en disposición de seguir prestando, tanto porque han asumido (y absorbido) parte del golpe de la pandemia como porque cuentan con solvencia suficiente para ello. Las caídas de beneficios registradas en el segundo trimestre en la banca no recogen solo el impacto del Covid-19 en sus ingresos sino también las provisiones realizadas para pérdidas futuras.
La parte difícil es la de las decisiones duras que vienen a partir de ahora. Aunque la terminología pueda parecer dura más lo es la realidad: en todas las crisis es preciso centrar los recursos en los que resisten o emergen y retirarlos de los que caen. Es un proceso de creación-destrucción empresarial bien conocido y que, sin embargo, en la anterior crisis se vulneró propiciando que empresas no viables siguieran funcionando demasiado tiempo.
Esto implica una responsabilidad para la banca, pero también para los Gobiernos. Los bancos tienen que mantener la maquinaria económica engrasada, pero solo podrán hacerlo si centran sus recursos en sostener o reimpulsar lo que puede crecer y preservarse y no en dar recursos a quien está en franca e inevitable caída. Donde concurra un aval público, el criterio debe ser el mismo. Y, por extensión, tanto o más con el dinero que llegará de la UE. No se trata de repartirlo entre territorios y sectores o en tapar agujeros sino de hacerlo eficiente. Si en la llamada fase de contención ha habido una entente entre bancos y Estado para dar recursos a la economía, esa entente debe continuar en los próximos meses y en 2021 para que su funcionamiento no se rompa por una morosidad poco acotada.
Otra guía clave de actuación es la solvencia. En el lado de los bancos, pruebas de resistencia como las que publicó el BCE a finales de julio indican que hay colchones y recursos de capital para afrontar el impacto de la pandemia. Seguramente no se estaba pensando en un virus cuando se construyó todo este reforzamiento de los recursos propios bancarios. Pero ahí está. En el lado de las empresas, la lógica dispara en la misma dirección una y otra vez: las más viables necesitan crédito, pero también capital, y en los próximos meses la acción conjunta de Estado y banca debe actuar en esa dirección también.
Nadie puede garantizar que esto acabará pronto y que los puentes que Gobiernos y bancos construyen para poder resistir puedan ser todo lo largos que se requiera. Sin embargo, claro está que peor sería que no hubiera puente por el que transitar.
Santiago Carbó Valverde y Francisco Rodríguez Fernández son director de estudios financieros de Funcas / economista sénior de Funcas
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