Ante el inadmisible precio de los eurobonos, el humilde autorrescate
Mutualizar el riesgo implica mutualizar la política fiscal y perder soberania. Pero más costoso sería cebar el nacionalismo excluyente alemán, holandés, austríaco...
Habremos de esperar a la primera semana de mayo para conocer los términos de la desescalada del confinamiento y también para divisar la fórmula exacta que aplicará Europa para sacar a sus países de la profunda recesión en la que han entrado la mayoría de sus economías. El 6 de mayo es la fecha en la que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, explicará en detalle la propuesta presupuestaria que financiará ese programa de protección, gasto e inversión de hasta 1,5 billones de euros con el que sueñan los gobiernos del sur del continente para aliviar la insoportable carga sobre sus presupuestos públicos. Pero conociendo el percal, España no debe fiar mucho su futuro a las aportaciones de la Unión Europea, más allá del generoso escudo que el Banco Central Europeo ha puesto en las trincheras del mercado de deuda. Las decisiones del Consejo Europeo del jueves pasado fueron muy vagas, porque el grado de compromiso que el norte está dispuesto a conceder al sur sigue siendo muy limitado, y ante esta evidencia, que aflorará de nuevo en las próximas semanas, más vale que los gobiernos meridionales, y el de España por supuesto, vayan haciendose a la idea de que no hay mejor rescate que el aurorrescate, porque el precio, por elevado que sea, lo pone uno mismo.
No habrá eurobonos, no habrá ninguna alquimia de mutualización del sacrificio, no habrá deuda perpetua. Los intentos del Gobierno español, y del italiano, por abrir el debate tienen todo el sentido, pero llevamos demasiado tiempo sentados a la misma mesa como para no conocer las cartas que llevan los demás jugadores, aunque las lleven guardadas en la manga. Los Estados Unidos de Europa no existen, y no tiene pinta de que vayan a existir nunca, aunque lentamente se den pasos en la construcción europea que hagan abrigar el sueño de que habitamos un solo país y un solo Estado. El sur seguirá creyendo siempre que nos hemos quedado muy lejos de la idea de los fundadores de la UE, y el norte, que hemos ido demasiado lejos.
La idea de un mercado único, incluso con una moneda única en sus dominios, ya circuló en el continentes antes de la Gran Guerra, hace ya más de un siglo, y nació en los círculos ortodoxos germánicos, que interpretaban un lebensraum (espacio vital) como un concepto de colonización económica moderna, en contra de la perversa dominación integral de los años treinta. Estaremos de acuerdo en que la Unión Monetaria Europea es hoy un escalón avanzado de aquel concepto, que ha evolucionado hasta reforzar la moneda única con mecanismos aún deficientes de la Unión Bancaria, pero que no ha concluido con la Unión Fiscal, y se ha limitado a una vigilancia poco mas que superficial de las cuentas de los malos administradores, como es la regla de Estabilidad y Crecimiento, que prohibe que los déficits superen el 3% del PIB. La cuestión está en si hay verdadera voluntad política de hacer cima con la construcción europea, o en si la hemos alcanzado ya.
Los gobiernos del sur deben conocer, porque lo han oído muchas veces, que la emisión de deuda pública europea, los manoseados eurobonos, exigen una política fiscal común. Las emisiones de deuda las respaldan los presupuestos de cada país, en los que se consigna la factura de intereses cada año, y si hubiere emisiones mancomunadas, lo suyo sería que existiese un presupuesto mancomunado. Y llevando al extremo la necesidad de un solo emisor, debe llevar también hasta sus últimas consecuencias el respaldo de un solo presupuesto de ingresos y gastos, y con él una única política presupuestaria, una política de gasto única y una política fiscal única. Eso supondría que una única autoridad europea decidiese cuánto se gasta y en qué se gasta; cuánto se ingresa por cada impuesto y cómo se ingresa; qué bases imponibles se gravan y en qué cuantía; qué política fiscal, en definitiva, es la más acertada para fomentar el crecimiento y cubrir con eficiencia y suficiencia las necesidades. En definitiva, la única herramienta de la que hoy disponen los gobiernos de los estados-nación desaparecería, y sus funciones serían un simple atrezo. El poder no puede estar en dos sitios a la vez, y ni los estados nación ni sus gestores están dispuestos a tal vaciamiento de sus funciones, porque perderían el asidero a su existencia.
¿Los Gobiernos de Italia, o de España, o de cualquier otro país del norte o del sur de Europa están dispuestos a ser comparsas políticos del soberano gobierno de los Estados Unidos de Europa y a delegar todas las decisiones de impuestos y de gasto? No, no lo están. Si lo estuvieran sería tanto como admitir que en este país y en todos los demás tomasen las decisiones unos hombres de negro (o de blanco) elegidos por el Parlamento Europeo.
Pero como parece lejano lejano tal escenario, habrá que admitir que la única fórmula para no perder soberanía y disponer de un Gobierno que no sea un cero a la izquierda es afrontar con grandes dosis de soledad la recuperación de la economía, teniendo parte de las espaldas cubiertas con el programa de compras de deuda del BCE. Es hacer un autorrescate en el que las condiciones se fijen desde aquí. Porque habrá que admitir también que si España echa mano de recursos del fondo de rescate, por barato que sea, quien comparte el subyacente de esa deuda (el resto de socios europeos) querrá garantías de cobro, tal como ya exigió en el rescate bancario de 2012. Y en parecidos términos expresará sus exigencias si se llegara a la opción de mutualizar la parte de la deuda que superase el 60% del PIB (la mitad de los pasivos en caso de España dentro de cuatro días), aunque fuese con esa descabellada idea de la emisión de títulos perpetuos sin intereses sacada del programa de Podemos. (Propuesta 114).
Hay que recordar que si las condiciones que se fijan en un memorando de entendimiento a cambio de la ayuda del MEDE, o en el hipotético caso de emisiones mancomunadas de deuda, son el precio explícito que ponen el resto de estados de la Unión Europea, hay otro precio implícito que lo convierte en demasiado caro para todos, tanto para el prestador como para el tomador: el creciente sentimiento de injusticia y de riesgo moral que genera en los países centrales de la zona euro la carga de los gastos de los países que no hacen suficientes esfuerzos y sacrificios para contener sus dispendios. Hemos visto demasiados ejemplos en los años pasados, con un crecimiento de los populismos nacionalistas y de ultraderecha muy fuerte en Holanda, en Austria, en Francia, ... y en Alemania. Alternativa por Alemania, que ha metido a la ultraderecha en el Bundestag, es un partido que ha sesgado su discurso reciente hacia el rechazo de la inmigración, con el estandarte de Alemania primero; pero esa misma bandera exhibía desde 2010 cuando aglutinaba el rechazo social al rescate de Grecia, y de otros países a los que consideraba pusilánimes en la gestión de los recursos públicos.
Y ese precio, y la expectativa de que se encarezca si una suerte de eurobonos resultase ser la solución a los desequilibrios fiscales de ahora, es demasiado elevado como para afrontarlo en Europa, donde la Unión surgió precisamente como primer escudo contra los nacionalismos excluyentes y violentos. Por tanto, mejor más dosis de autorrescate que de un rescate que alumbre resentimientos y cebe demonios del pasado. Autorrescate con imaginación y sin tentar a la suerte de los mercados financieros, que evaluarán cada día si hemos trazado una línea estratégica de retorno a la normalidad correcta o no.
José Antonio Vega es Director adjunto de Cinco Días