El mayor interrogante económico de esta pandemia
No hay precedentes de una interrupción prácticamente total de la actividad en los principales países del mundo y nadie conoce sus consecuencias
Once años después de la crisis crediticia de 2008, asistimos a la aparición de un nuevo cisne negro en el sentido de una perturbación muy poco frecuente e impredecible, cuyas consecuencias potenciales son fuera de lo común. El Covid-19 no es tanto una perturbación en el plano médico –en el sentido de una enfermedad con una tasa de mortalidad muy elevada per se– sino una perturbación de gran envergadura en materia de salud pública: incluso una tasa de mortalidad relativamente reducida tendría consecuencias humanas desproporcionadas si la infección alcanzara a una parte considerable de la población de numerosos países.
Así, la necesidad de adoptar medidas radicales de confinamiento de la población se impone gradualmente, después de que las aplicadas en China se consideraran en muchos casos excesivas y, posteriormente, demostraran su eficacia. Los Gobiernos no tendrán otra opción política, en el sentido noble de la palabra, que lastrar considerablemente su economía en un intento por contener el riesgo sanitario. El desafío aún por venir es todavía mayor, ya que se acumulan tres factores agravantes: 1) algunos Gobiernos han adoptado durante mucho tiempo –algunos incluso lo siguen haciendo– una postura de minimización del desafío, cuando la multiplicación de brotes en sus países hace que la contención del contagio sea mucho más compleja que en China, donde la fuente de origen era única; 2) la cultura de las libertades individuales o incluso el ambiente de sospecha permanente de ataque a la democracia provoca que la imposición de decisiones coercitivas por parte de estos Gobiernos sea aún más difícil, y 3) la capacidad humana de negación de la realidad ha sido una constante a lo largo de la historia. Es mucho más tentador creer lo que deseamos que lo que deberíamos temer. El resultado es una notoria falta de disciplina por parte de mucha gente, a la hora de aplicar las medidas de precaución básicas.
La gravedad de los acontecimientos de tipo cisne negro, ya se deban a una perturbación endógena, como en 2008, o exógena, como durante los ataques al World Trade Center en 2001, obedece a la onda expansiva que provocan, la cual se propaga a una velocidad no lineal, sino exponencial. De hecho, el fuerte vínculo entre los diferentes actores, ya sean bancos con balances interdependientes o ciudadanos con estrechas relaciones sociales, explica que cualquier propagación por contagio tenga una trayectoria inicial de carácter exponencial. Esta progresión de carácter geométrico es característica de toda propagación viral, ya sea literal o figurativa, y que, por un lado, lleva a subestimar su potencial y velocidad de desarrollo y, por otro, aumenta rápidamente la dificultad de gestionar el fenómeno en el caso de que no se haya contenido en fases muy tempranas. Es esta situación la que perjudica a Italia en la actualidad y a la que temen los servicios hospitalarios de un número creciente de países, la que justifica las medidas radicales de confinamiento. También es este riesgo el que se cierne sobre los mercados financieros.
No existen precedentes de una interrupción prácticamente total de la actividad económica en los principales países desarrollados. Hasta ahora, solo algunos países pequeños y opacos, algo aislados del mundo, habían experimentado esta situación. Nadie conoce las reacciones en cadena que podrían provocar crisis de tesorería o incluso llevar a la quiebra a pequeñas empresas que, al arrastrar a las de sus acreedores, afectarían así a todo el sector financiero por contagio, desde China a Estados Unidos, sin olvidar Europa.
El año 2008 demostró la aceleración que puede adquirir este tipo de propagación. Contener por completo este riesgo implica garantizar que estas crisis de liquidez no se conviertan en crisis de solvencia, puesto que la financiarización de la economía es al menos tan importante en la actualidad como lo fue en 2008, en particular a tenor de que la economía real y los mercados financieros mantienen un vínculo de reflexividad. La dislocación de estos últimos penalizaría considerablemente a los países y las empresas que necesitan financiarse, así como a los ahorradores cuyos ingresos futuros dependen parcialmente de una trayectoria favorable de los mercados. Este es el sentido de las medidas de apoyo que inevitablemente aplicarán los responsables políticos a favor del sector financiero en general, con la esperanza de que sea suficiente.
La Reserva Federal ya ha tomado medidas muy radicales y el BCE tendrá que hacer más. Al igual que la política fiscal también urge intervenir para evitar crisis de liquidez en el mundo no financiero. Es cierto que esta vez, gracias a una regulación mucho más estricta, los bancos son mucho menos frágiles que hace 12 años. No obstante, los mercados son más endebles, porque tendrán menos apoyo de los bancos y porque ya han sido impulsados durante años por políticas monetarias extremadamente favorables.
Por grave que sea la crisis sanitaria, tendrá por naturaleza un carácter pasajero, pero, en parte, a costa de una perturbación económica grave que no se vería sino exacerbada por una crisis financiera. Por lo tanto, es esencial que, una vez más, los responsables políticos intervengan en la medida necesaria en un intento por impedir las dislocaciones en los mercados financieros.
Didier Saint-Georges es Miembro del comité estratégico de inversión de Carmignac