Carlos Ghosn está atrapado en el dilema del no prisionero
Mostrar algunos remordimientos podría ayudarle a negociar un acuerdo con la justicia
Ningún hombre puede renunciar a su derecho a salvarse de la muerte, las heridas y la prisión”. Es muy dudoso que Carlos Ghosn estuviera pensando en las palabras de Thomas Hobbes cuando huyó de la justicia japonesa escondido en una caja de equipos de sonido. Sin embargo, si el filósofo británico del siglo XVII estaba en lo cierto, Ghosn podría escapar fácilmente del dilema del no prisionero.
Después de su arresto en 2018 por falsificación de informes financieros y por haber subestimado sus ingresos en 80 millones de dólares, el exjefe de Nissan y Renault se enfrentaba a algo parecido al clásico enigma de la teoría de los juegos, según el relato de su encarcelamiento que dio en una conferencia de prensa en Beirut el pasado día 8. Se le dijo que una confesión de culpabilidad reduciría su castigo en una cantidad desconocida.
En lugar de eso, Ghosn decidió ejercer su derecho hobbesiano a escapar de prisión. Según ese modelo moral, su nueva vida en Líbano sería libre y fácil. “Como si hubiera vuelto a nacer”, tal como lo expresó. Sin embargo, a Hobbes se le escapaba algo. Es aún más difícil escapar de la llamada de la conciencia que del arresto domiciliario japonés. La serena y pequeña voz del bien y del mal habla tan fuerte en Beirut como en Tokio.
Ghosn está a la escucha. Una gran parte de sus palabras se dedicó a proporcionar una justificación moral para su huida. Insistió en que “no escapó de la justicia” sino que “huyó de la injusticia y la persecución” y se declaró dispuesto a ser juzgado en otra jurisdicción, supuestamente menos parcial. Ghosn está tan convencido de estar en lo correcto que demandará a Renault por su plan de pensiones.
Sin embargo, no ofreció nada parecido a una defensa legal completa contra los cargos. Sin todas las pruebas y un conocimiento profundo de la ley japonesa, es imposible saber si sus acciones cruzaron la línea criminal en su país de adopción temporal.
Sin embargo, es difícil negar que Ghosn probablemente habría escapado de la prisión en Estados Unidos. Como jefe de General Motors, un trabajo que según él le ofreció el Gobierno estadounidense en 2009, habría estado menos tentado de buscar una remuneración extra. Las normas estadounidenses de retribución a los ejecutivos podrían haber casado incluso con la monumental estimación de Ghosn de su propio valor e importancia.
Además, el sistema jurídico del país está fuertemente sesgado a favor de los ricos. Las acusaciones penales por delitos financieros corporativos son raras, pero incluso si Ghosn hubiera sido acusado, las sumas que gastó para escapar de Japón habrían pagado el tipo de abogados que suelen garantizar resultados favorables. En septiembre de 2019, Ghosn resolvió las acusaciones de Estados Unidos de informar inadecuadamente de su remuneración con un pago de apenas un millón de dólares al Gobierno del país.
Ghosn también puede recurrir a amigos cercanos y familiares para reafirmarse. Es muy posible que crean que una condena penal japonesa está poco más cerca de la verdadera justicia que el resultado de algún juicio espectáculo estalinista. Es poco probable que estén al tanto de lo que el erudito legal Daniel Foote llamó el “paternalismo benevolente” del sistema legal japonés, en el que se piensa generalmente que son raras las condenas totalmente injustas.
Sin embargo, la conciencia es una cosa obstinada. Incluso los pensamientos fugaces de vileza moral podrían darle un sabor amargo a la libertad de Ghosn. Por muy ingeniosa que sea su fuga, seguirá siendo una evasión de la justicia, algo que lleva la mancha de la cobardía.
Una expresión sincera de cierta contrición podría calmar esas punzadas. Ghosn podía confesar que su inmensa ambición por el dinero y el poder le llevó a hacer algunos juicios erróneos. Ese arrepentimiento no requiere admitir la culpabilidad criminal o disculparse por haber salido a escondidas de Japón. Una cierta autocrítica le haría más bien a su carácter que una venganza contra sus antiguos empleadores.
Puede que a Ghosn le interesara poco el beneficio cuasiespiritual. Pero mostrar unos pocos remordimientos realistas podría ayudar de manera más práctica. Podría recuperar algo de su otrora alta posición en la comunidad empresarial mundial. Y un Ghosn más humilde podría acabar pudiendo negociar un acuerdo judicial con las autoridades japonesas.
Su dilema no es meramente un asunto individual. Desafía uno de los principios básicos de la globalización, que las normas de buena conducta empresarial son bastante similares en gran parte del mundo. La capacidad del ejecutivo brasileño-libanés-francés de llevar su apodo de le cost killer (el asesino de costes) a Japón se citaba a menudo como prueba de que los auténticos directivos de clase mundial pueden trabajar en cualquier economía desarrollada.
Sin embargo, no hay suficiente globalización de los estándares éticos y culturales para que Ghosn acepte que un sistema judicial en el que el 99% de los juicios terminan en condena es justo. Podría decirse que tampoco hay suficiente globalización para que las empresas japonesas acepten nada por debajo de una actuación impecable a un jefe no japonés.
Aunque los fiscales y el acusado no están de acuerdo sobre la culpabilidad de Ghosn, ninguno de los dos bandos está dispuesto a seguir a Hobbes y abandonar totalmente el ideal global de justicia.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías