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A fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El acuerdo EEUU-China: crónica del declive del multilateralismo

Quienes anunciaron que la guerra comercial dañaría la globalización olvidan que hace años que las potencias apuestan por pactos bilaterales o regionales

Reuters

Donald Trump cambiaba de parecer a menudo durante sus décadas como empresario. Pero siempre criticó ferozmente los superávits comerciales acumulados por muchos países con EE UU. Desde que China se incorporó a la Organización Mundial del Comercio en 2001, el déficit comercial de EE UU ha aumentado de 411.000 millones a 891.000 millones de dólares. Casi la mitad de dicho desequilibrio (419.000 millones) es con China, cuyas exportaciones a EE UU desde 2001 se han incrementado un 414%.

Trump prometió como candidato presidencial aplicar aranceles del 45% sobre las exportaciones chinas para corregir esta colosal asimetría. Los expertos pronosticaron que no se atrevería o que provocaría una guerra comercial que sumiría a la economía internacional en una recesión profunda. También se reprochaba a Trump adoptar una postura mercantilista en una era de cadenas de producción globalizadas. Pero los expertos olvidaron que la liberalización y regulación multilateral del comercio ha fracasado después de los históricos acuerdos conseguidos durante la ronda Uruguay del GATT en 1986-94. La ronda Doha que la OMC lanzó en 2001 ha naufragado por la obstinación en subordinar un acuerdo global al consenso en todos los sectores. Las principales potencias desde hace años han reorientado su política comercial a la conclusión de tratados bilaterales o regionales, como los sellados entre la UE y Canadá (2016) o EE UU-Chile (2004), EE UU-Perú (2009) y EE UU-Colombia (2012). Dichos acuerdos abarcan no solamente el intercambio de bienes, sino también servicios, propiedad intelectual, inversiones y licitaciones.

Trump ya demostró su capacidad negociadora cuando Corea a principios de 2018 claudicó ante sus exigencias de aplicar contingentes a su exportación de acero y doblar la importación de vehículos de EE UU. La imposición de aranceles del 25% sobre 250.000 millones de exportaciones chinas en julio de 2018 fue el cañonazo más potente que el presidente lanzó contra China. Pekín respondió con aranceles sobre un volumen más reducido de exportaciones de EEUU. Nunca se atrevió a expulsar a empresas de EEUU o dejar languidecer sus productos en los puertos, a pesar de las restricciones impuestas a Huawei y otras empresas chinas. Los vetos de adquisiciones de empresas tecnológicas occidentales por capital chino se iniciaron en la presidencia de Obama. Eran una manifiestación del deseo de la clase empresarial y política de EEUU de actuar más contundentemente contra China.

Según el principio de acuerdo entre EEUU y China, Pekín se compromete a efectuar compras de manufacturas, productos agrícolas y energéticos de EE UU por valor de 200.000 millones de dólares en un plazo de dos años. Se prevé que China importará 40.000 millones en soja y otros productos agrícolas anualmente, cantidad sustancialmente superior a los 17.000 millones en exportaciones de soja de 2017. Modificará su exigencia de transferencia de tecnología a las empresas que invierten en China. Pekín también se esforzará en proteger los derechos de propiedad intelectual, no devaluará el yuan y abrirá su sector financiero a empresas de EE UU.

La administración Trump no impondrá aranceles del 15% sobre 160.000 millones de exportaciones chinas de portátiles, móviles, juguetes y ropa previstos para el 15 de diciembre. Asimismo reducirá del 15% al 7,5% los aranceles sobre 120.000 millones de exportaciones (televisores, altavoces) vigentes desde septiembre. Pero mantendrá el arancel del 15% sobre los 250.000 millones de exportaciones. En caso de incumplimiento, se prevén consultas y la imposición de aranceles en caso de desacuerdo. Las estadísticas sobre reservas, intervenciones en mercados de divisas y de las balanzas de pago mostrarán si China mantiene su palabra. Este mecanismo se ha incluído en el acuerdo USMCA, cuya ratificación en el Congreso de EE UU es inminente.

La desaceleración brusca del crecimiento en los últimos años, la deslocalización de producción a países como Vietnam y el endeudamiento elevado de sus empresas estatales explican las concesiones de China. Xi Jinping y la cúpula del Partido Comunista tiene abiertos muchos frentes. La revuelta popular en Hong Kong gana en brío y la difusión de pruebas de las torturas en los campos de reeducación dónde encierra a cientos de miles de uigures de la provincia de Xinjiang es un revés para su imagen.

No se puede excluir que Pekín no ratifique el principio de acuerdo, como sucedió en octubre. Pero Xi se ha rendido a la evidencia de que Trump seguramente vencerá en las presidenciales del próximo noviembre después de un fracasado impeachment que le fortalecerá. La expansión de la economía de EEUU supera los diez años. La menor tasa de desempleo (3,5%) en medio siglo, la generación sostenida de más empleo, los altos índices bursátiles y la contención de la inflación conforman un cuadro macroeconómico extraordinario. En el frente comercial Trump presumirá de los renegociados acuerdos USMCA y con Corea y de haber doblegado a China. Beijing mantendrá margen de maniobra porque los compromisos no cuantitativos del acuerdo son más difíciles de verificar. China aspira a superar a EE UU y la UE en la producción de bienes y servicios en diez sectores de tecnología punta, que abarcan desde la robótica e inteligencia artificial hasta los vehículos eléctricos y la aeronáutica. Los fomenta desde 2005 con subvenciones de 200.000 millones en la estrategia denominada Made in China 2025, que el acuerdo no altera.

La aplastante victoria de Boris Johnson demuestra que el populismo económico sumado a promesas de mayor gasto y dureza contra la criminalidad y la inmigración sigue generando réditos electorales, especialmente si el centroizquierda se radicaliza con programas de nacionalizaciones e incrementos fiscales excesivos. Hay paralelismos entre el manifiesto electoral neomarxista de Jeremy Corbyn y las promesas de algunos candidatos a la nominación del Partido Demócrata de absoluta gratuidad de la sanidad y universidad sin una subida de impuestos considerable. Xi se postuló como el garante del multilateralismo en Davos en 2017. Pero el enfrentamiento geopolítico entre EE UU y el tándem China-Rusia y el auge de los populismos ponen de manifiesto la creciente debilidad del multilateralismo.

 Alexandre Muns es Profesor de EAE Business School

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