Torra: cuando los políticos conspiran contra su pueblo
El independentismo lleva una década prometiendo a sus conciudadanos una república feliz
La historia proporciona lamentables ejemplos de gobernantes que se empeñaron en hacer mal a sus conciudadanos, que conspiraron incluso contra sus propios votantes. Hitler es seguramente el caso más notable, pero no hace falta ir al siglo pasado para encontrar casos de líderes políticos que condujeron a su pueblo por la senda del mal.
Ahí tenemos el caso de Nicolás Maduro en Venezuela, un país rico con pobres mandos; o Reino Unido, donde la clase dirigente se inventó el Brexit para resolver sus propias deficiencias y, pactado o sin pactar, va a tener consecuencias nefastas para su país, y lo saben; o el caso de Donald Trump, cuyo impacto real en Estados Unidos y el mundo está aún por concretar.
En España, el caso más paradigmático lo tenemos en los partidos independentistas, que controlan el Gobierno de Cataluña, y llevan una década prometiendo a sus conciudadanos una república feliz que no necesitaban y que difícilmente va a llegar. Esquerra Republicana de Catalunya ha dicho en reiteradas ocasiones que saben que no hay quorum para conseguir una república independiente, sin embargo insisten. Saben que hay una cascada de mil metros de altura, pero no les importa embarcar a su pueblo hacia el precipicio.
Los liderazgos dañinos siempre se han caracterizado por el uso de la mentira (fake news, se dice ahora) para manipular a las masas con la identificación de un enemigo exterior. Maduro tiene a Estados Unidos como demonio; las élites inglesas a Bruselas, y los independentistas a Madrid. Son simplicidades que funcionan y que se movilizan con argumentos económicos cargados con el mejor combustible, el odio. Madrid y Bruselas son dos conceptos que en las manos adecuadas son sinónimo de ladrones. “Nos roban”, es el axioma.
Además, como están por encima del bien y del mal, se inventan su propia legalidad. Trump puede presionar a otros gobiernos para que espíen a sus contrincantes políticos; Boris Johnson cerrar el Parlamento; el Gobierno de la Generalitat convocar un referéndum de independencia. A todos les tira abajo sus pretensiones su Tribunal Supremo, pero ellos llevan razón, porque lo que ellos defienden es un bien superior.
Eso sí, los movilizadores, normalmente pertenecen a la burguesía acomodada, pero necesitan a la clase obrera para sacar adelante sus pretensiones. Ellos, los ricos, suelen ser pocos, por eso les fascinan tanto los sindicatos, las asociaciones, capaces de movilizar a la tropa. Este es el noble papel de ERC en manos de los hijos de Jordi Pujol, encaramados detrás de los múltiples nombres de Convergencia. El mismo rol que están tentados de asumir Ana Colau y Pablo Iglesias, y que hace tiempo interpretan en la CUP.
Hoy el papel de gobernante conspirador contra su pueblo se lo ha pedido Quim Torra, el hombre que ejerce de ninot de Carles Puigdemont. Torra lleva meses calentando a sus conciudadanos contra una sentencia que estaba claro que iba a condenar a sus colegas, aunque no se sabía por cuanto, puesto que era obvio que parecía evidente que en su comportamiento había delito, otra cosa es el tipo penal concreto.
Quim Torra y su equipo son gente con capacidades bastante limitadas, como se está viendo. Este Gobierno nació con sus predecesores en la cárcel o fugados, lo que limitó mucho los candidatos interesados en formar parte del nuevo ejecutivo catalán. Esto ha hecho que los que estén ahora sean al menos tan osados como los anteriores, pero que se sepa no hay ninguna correlación científica entre osadía e inteligencia, más bien al revés.
Estos liderazgos suicidas y ultranacionalistas tienen también en común la creencia en que su pueblo (americano, inglés o catalán) o su raza (aria) son muy superiores y, en consecuencia, desprecian a los demás y quieren marcar distancias. Quim Torra ha dejado por escrito afirmaciones que le conectan con el supremacismo y lo alejan del Luther King, con el que se quiere comparar cuando apela a la desobediencia civil.
Quim Torra lleva años publicando artículos en el periódico independentista El Matí Digital, donde se puede apreciar con claridad meridiana su ideario, su querencia por Cataluña y su desprecio a España. Este periódico se fundó en abril de 2009 y desde el principio tuvo a Torra entre sus estrellas.
Uno de sus primeros artículos, en noviembre de 2009, escribió: “Qué deterioro. Sales a la calle y nada indica que aquello sea la calle de tus padres y de tus abuelos: el castellano avanza, implacable, voraz, rapidísimo”. No se trataba de una mera descripción. El desprecio a lo español resulta especialmente desagradable en otro escrito de un año después. “España, esencialmente, ha sido un país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando. Todo lo que ha sido tocado por los españoles ha llegado a ser fuente de discriminaciones raciales, diferencias sociales y subdesarrollo”. Cinco años después en el artículo Joan Solá, Ciudadanos y el PP remata: “¿Quién se atrevería a decir uno, de estos españoles que viven con nosotros, que haya significado algo en la historia y el progreso de la humanidad?”.
El 19 de diciembre de 2012 en elMón, es Torra quien al más puro estilo Donald Trump cuestionaba las ventajas que la globalización y seguir dentro de España tienen para la identidad catalana. “Se corre el riesgo de que la nación se deshaga como un azucarillo en un vaso de leche, atenazada entre la avalancha inmigratoria, el monstruoso expolio fiscal y una globalización que sólo trata con respecto a quien pertenece al orden mundial: los Estados”. Parecería que añora un mundo como el de los Amish americanos.
Realmente pone los pelos de punta ver que el autor de reflexiones de este calado esté al frente de un gobierno.
Aurelio Medel es Doctor en Ciencias de la Información. Profesor de la Universidad Complutense