Hacia la (ineludible) reinvención de la banca
El sector tendrá que renovarse y mejorar en eficiencia para compensar la elevada presión de la hiperregulación bancaria
El sector bancario está experimentando importantes cambios que obligarán a una revisión radical de su modelo de negocio, e incluso de su propia razón de ser. Por un lado, se trata de un sector hiperregulado, con las considerables consecuencias que esto tiene tanto en términos de costes de explotación como en términos de capital regulatorio.
Pero, por otro lado, también se trata de un sector que ha de enfrentarse a una competencia muy aliviada en términos legal-regulatorios, que realiza una gran parte de sus mismas funciones con claras ventajas comparativas/competitivas y asimetrías evidentes de producción; y, eso sí, con muchas menos exigencias en términos de transparencia y de gobernanza. Me refiero a las nuevas empresas fintech e insurtech, a las plataformas de depósitos, a los nuevos vehículos de financiación incluidos en la categoría de banca en la sombra, etcétera. Y el proceso de transformación digital es insuficiente para afrontar por sí solo los nuevos retos que, como siempre, están impregnados tanto de nuevos riesgos como de nuevas oportunidades.
Se trata de uno de los sectores económicos más regulados y que, además, hace funciones públicas encomendadas, como la de la creación de dinero a través del efecto multiplicador del crédito y su esquema de reserva fraccionaria; la de vigilancia en el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo; y, en breve, de acelerador y principal palanca en la transición hacia una economía descarbonizada. Además, la situación actual de bajos tipos de interés, consecuencia de un exceso de liquidez en el mundo, a su vez derivado de la exuberancia financiera, está haciendo que se comoditice su principal actividad: la intermediación financiera clásica.
Pero no solo tenemos el condicionante del precio del dinero, que pesa mucho en la estructura de costes e ingresos de las entidades bancarias, sino que además nos enfrentamos al cuestionamiento del propio concepto de dinero y de las principales fuentes de su valor. Nos referimos a las monedas virtuales: desde el bitcóin de los especuladores y del narcotráfico hasta la libra de Facebook. Sin duda estamos ante una auténtica revolución monetaria que está llena de riesgos y oportunidades, y que se basará en una mayor descentralización, desregulación y privatización en la creación del dinero, a la que contribuirá de forma activa, sin lugar a dudas, los paraísos fiscales y las sociedades offshore, por lo que será difícil su regulación efectiva.
Esto necesariamente desembocará, a nuestro juicio, en dos posibles itinerarios extremos que podrían convivir (tampoco hay que exagerar) con algunas fórmulas mixtas. Uno sería el de la exigencia, ya expresada por las propias entidades bancarias y la CNMV, de garantizar una competencia homogénea basada en el principio: “Misma actividad, misma regulación”.
El otro itinerario estaría relacionado con la paulatina desbancarización de una parte importante de las actividades que están realizando las entidades bancarias en la actualidad. Me refiero a la eventual separación por líneas de negocio para eludir la presión regulatoria, que se centra esencialmente en la función de intermediación clásica (función que, como hemos advertido, está en proceso de comoditización); a ganar en flexibilidad y agilidad operativas; a mejorar sus estructuras de costes, y a poder competir con los grandes gigantes tecnológicos que manejan ingentes cantidades de datos, y que son los que en la actualidad más están invirtiendo en ciencia de datos y en big data en el mundo (Alibaba, Amazon…).
Intuimos que el primer itinerario va a ser difícil de seguir en todo su alcance, en la medida en que los Estados tienen cada vez menos capacidad para controlar los mercados financieros. Por lo que, con toda probabilidad, en los próximos años asistamos a lo que venimos planteando como segundo itinerario: la banca tendrá que separar y terciarizar/externalizar parte de sus actividades para ganar en eficiencia y en competitividad, pero sobre todo, para eludir la fuerte, y a veces insoportable, presión regulatoria a la que se ve sometida.
Francisco Cortés García es Profesor de Finanzas de la UNIR